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Ángel Peralbo: “El problema no es la adolescencia, es anticiparse a ella de manera negativa”

“Disfruta mientras puedas, que después llega la adolescencia y…”. ¿Cuántas veces habremos escuchado esta frase y muchas más que van en la misma línea? Y es que al final no lo podemos evitar: que nuestros hijos lleguen a la adolescencia nos aterra. Por eso hemos hablado con Ángel Peralbo, psicólogo y escritor de libros como “Tu hijo no es tu enemigo”, para que nos contara algunas claves para sobrellevar mejor esta etapa en la vida de nuestros hijos e hijas.

Uno de los miedos que comparten las madres y padres de alrededor del mundo respecto a sus hijos es, sin lugar a dudas, la adolescencia. ¿Por qué este pavor hacia esta etapa de la vida de nuestros hijos?

Lo primero es porque no se nos escapa que la realidad de la adolescencia es mucho más compleja, es más difícil y, obviamente, va asociada a más preocupaciones que casi cualquier otra etapa de la vida. Por lo tanto, es una etapa de cambios, es una etapa que va en contraposición a lo que hasta ese momento ocurre.

Pero, si bien esta es la parte objetiva asociada a la adolescencia, el auténtico problema no es tanto la adolescencia, sino el proceso de anticipación, porque los padres llevan ya mucho tiempo anticipando de manera negativa lo que va a ocurrir con sus hijos adolescentes. Y esto es un problema porque el cerebro está preparado para gestionar mejor las situaciones difíciles cuando llegan que cuando aún no han llegado.

Es decir, anticipando lo que creemos que va a pasar, surgen emociones básicas como el miedo, que se convierte en un miedo constante, lo que nos va a debilitar y predisponer. Además, también tenemos que tener en cuenta que las experiencias de los demás no tienen por qué ser las nuestras. No podemos recargarnos y dejarnos condicionar por las experiencias de los demás.

Los padres de adolescentes hoy en día tienen que tener en cuenta muchísimos aspectos que antes ni siquiera existían, como las nuevas tecnologías, las redes sociales… ¿Estos son ingredientes que pueden complicar más la relación con nuestros hijos?

Sin lugar a dudas. Porque si bien yo creo que no es razonable atribuirle a este tipo de herramientas en sí mismas ningún poder para empeorar ninguna etapa de la vida, sí que hay que decir que son herramientas muy potentes para las que yo creo que no nos hemos preparado, y ahí sí que es cierto que, igual que antes he hecho alusión a que el miedo nos puede paralizar, aquí he de decir que quizá el miedo ha llegado demasiado tarde, porque al final esto se resume en que el miedo no es un buen indicador en esto de la educación.

Creo que hemos llegado demasiado tarde porque, ingenuamente, se ha permitido que todo este tipo de herramientas (videojuegos online, chats con personas que no conocemos, redes sociales…) entren por la puerta grande y, cuando nos hemos querido dar cuenta, resulta que lo que hemos puesto en sus manos son herramientas excesivamente potentes para su capacidad de análisis y su grado de madurez. Por lo tanto, sí, esto puede empeorar la relación con nuestros hijos, sobre todo en cuanto a comunicación, por paradójico que sea.

Y respecto al uso que hacen de las redes sociales o del móvil y todas estas herramientas, ¿qué consejo le darías a los padres y madres sobre la postura que deben adoptar?

Bueno, lo primero es no es quedarse en el miedo, pero también ser realistas. Por lo tanto, yo recomendaría evitar estar constantemente encima de nuestros adolescentes, machacando verbalmente sobre algo que saben perfectamente que no deben de hacer, asumir y aceptar que pueden estar haciendo cosas que no nos gustan, porque lo van a seguir haciendo fuera de casa. También es importante imponer unos niveles de control y de regulación dentro de casa, y tratar de ser suficientemente persuasivos, pero no desde las emociones negativas (miedo, enfado…) porque esto hace que los adolescentes se refugien mucho más y nos oculten cosas a los adultos.

Sabemos que en cualquier relación interpersonal la comunicación y la confianza son elementos clave, pero ¿cómo vamos a comunicarnos con ellos si a la mínima nos cierran la puerta en la cara o nos ocultan cosas?

Pues lo primero es que nos hagamos la pregunta a nosotros mismos como padres y madres sobre qué canales de comunicación estamos utilizando. Quizá nos demos cuenta de que estamos utilizando interrogatorios, preguntando una y otra vez de manera machacona sobre los mismos asuntos. Y quizá cuando hacemos preguntas estamos acompañando un lenguaje no verbal que puede estar ligado a emociones negativas. Si no cambiamos el repertorio de estrategias, vamos a conseguir muy poco de los adolescentes.

En esta comunicación con nuestros hijos adolescentes hay otro reto muy importante: cómo hablar con ellos sin gritar y que nos saquen de nuestras casillas. ¿Cómo se consigue esto?

Muy importante esta pregunta. Yo creo que tiene dos componentes claros: el primero, el convencimiento. Lo primero que tendríamos que hacer es convencernos de que es buena idea lo de no gritar, es decir, aceptar que cuando gritamos estamos utilizando una respuesta automatizada que está ligada a emociones básicas como la ira. El segundo elemento clave es trabajarlo, porque el convencimiento no es suficiente. Tenemos que entrenar el manejo de un tipo de comunicación alternativa, desde la que podamos hablar mucho más despacio y edulcorar edulcorar el lenguaje que utilizamos con ellos. Esto es muy importante. Por lo tanto, si estamos convencidos, si somos conscientes y si entrenamos un poquito esa respuesta, vamos a ganar muchísimo.

Tu libro se titula “Tu hijo no es tu enemigo”, pero… ¿y al contrario? ¿Puede ser nuestro hijo nuestro amigo?

A los padres y madres que pretenden ser amigos de sus hijos, yo les diría, lo primero, que no lo van a conseguir nunca. Y segundo: ¡menos mal! Porque realmente, al final, nuestros hijos no necesitan más amigos, y aunque los necesiten, ni siquiera en ese caso se debería actuar así. Entre otras cosas, porque ser padre o madre es algo mucho más global que ser amigo, aborda cuestiones que son incompatibles con un rol de amistad. Hay que aprender a mantener el equilibrio entre estar cerca afectivamente siempre -más que los amigos- y, por otro lado, ser los encargados de enseñarles límites que necesitan aprender, porque luego la vida se los va a poner sí o sí.

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