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¿Cómo detectar si nos hemos convertido en una familia tóxica para nuestro hijo?

La manipulación emocional o dejar que ellos se comporten como nuestros padres son algunas de las señales

La familia es el elemento básico para un niño. Es en donde crece, donde siente y donde aprende. Por eso, si nuestro hijo o hija crece en una familia tóxica va a condicionar negativamente su desarrollo, y para cuando crezca, sus relaciones con otras personas van a estar condicionadas por lo aprendido mientras se encontraba en una familia tóxica.

“Es en el entorno familiar donde recibimos las primeras lecciones sobre la parte oscura y brillante de la vida, sobre cómo sobrevivir y cubrir nuestras necesidades, y también donde desarrollamos las habilidades que nos ayudarán a conseguir nuestros objetivos, a relacionarnos con los demás y a valernos por nosotros mismos”, cuenta la psicóloga Laura-Rojas Marcos en su libro ‘La familia: De relaciones tóxicas a relaciones sanas’.

¿Cómo podemos detectar si nos hemos convertido en unos progenitores tóxicos? Os lo contamos.

Padres y madres tóxicas

Nos hemos convertido en una familia tóxica para nuestros hijos e hijas si recurrimos a alguna de estas situaciones y acciones:

Manipulación emocional

Esta manipulación emocional comienza desde que los niños son pequeños y se mantiene cuando ya los hijos se han emancipado. Algunas frases que usan nos las pone de ejemplo Laura Rojas-Marcos: “No me abandones que no sé cuidarme y estar solo (sin tener enfermedad alguna), seguro que si te vas me va a suceder algo malo y al final tendré que irme a vivir contigo para que me cuides”. Y es que estos hijos se encuentran en situaciones como estas: “Cuando hablo con ellos por teléfono a menudo me echan en cara que les abandoné y me acusan de no tener sentimientos hacia ellos. Mi madre con frecuencia me dice que lo dio todo por mí, su vida entera, y que yo no muestro el afecto que se merece”.

Niños que ejercen la función de padres

Los niños nacen dependientes de los adultos. Sus progenitores son los encargados de satisfacer sus necesidades. Por eso, la idea de invertir los roles y que sean ellos los padres es muy perjudicial para su desarrollo. Estos niños van a tener un gran problema cuando se acerquen a la adultez en el proceso de “diferenciación“, es decir, en la separación de su proyecto de vida del entorno y unidad familiar. Así se dan situaciones como la que cuenta Rojas Marcos: “Siento que hay unas expectativas familiares que no cumplo, que debo desear ser como mis padres y que debo ser como ellos quieren que sea”.

Padres que proyectan frustración y expectativas sobre los hijos.

Cuando se transmite a los niños una constante crítica o les culpamos de no llegar a nuestros estándares, estamos responsabilizándoles de nuestras propias frustraciones. “En mi entorno familiar siempre se resaltaban los defectos, los errores o las equivocaciones. Nunca se premiaba o se felicitaba a nadie. Es como si reforzar positivamente estuviera prohibido. Mis hermanos y yo crecimos con miedo a equivocarnos, ya que el precio que pagábamos era alto”, ejemplifica la psicóloga.

Condicionar nuestro amor hacia ellos

Sin querer, condicionamos nuestro amor a las acciones y los estados emocionales de nuestros hijos. “Si no haces esto, no te querré. Si estás enfadado, no te querré”. Debemos proporcionar a nuestros un amor incondicional siempre, pase lo que pase, hagan lo que hagan. Como decía la psicóloga Patricia Ramírez en nuestro pasado evento: “Nuestros hijos no se sienten queridos cuando hacen algo que no nos gusta y se lo hacemos saber de una forma inapropiada, con frases como: “me has decepcionado”, “no puedo confiar en ti”, “para una vez que te pido algo, no has estado a la altura”. Somos su fuente de seguridad, y si no se sienten queridos siempre, pase lo que pase”, explicaba.

Entre los efectos que va a tener en nuestros hijos si condicionamos nuestro amor, sobre todo va a estar presente la repercusión en sus relaciones con otras personas y en su forma de expresar las emociones. “La falta de cariño puede provocar que la necesidad de tener poder se convierta en una obsesión. Cuando el cariño y la conexión emocional son escasos, sobre todo durante la niñez, el ser humano tiende a centrar su energía en tener control y poder para compensar esa falta de afecto”, cuenta Rojas-Marcos.

Discusiones continuas

En el seno familiar son normales las discusiones. Pero si estas son reiteradas, no sanas, ni educativas, pueden tener repercusiones negativas en el desarrollo y bienestar de los hijos. “Los familiares que discuten cada día provocan un ambiente tenso y desagradable para todos. El resultado es que con el tiempo los miembros de la familia evitarán pasar tiempo juntos, ya que asocian la familia con peleas, negatividad y con sentirse mal emocionalmente. De manera que es importante prestar atención a la frecuencia con la que se tienen peleas familiares, así como al efecto que éstas causan en el grupo. Las discusiones y los conflictos diarios pueden tener consecuencias devastadoras en las relaciones personales”, sostiene Rojas-Marcos.

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