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Mi hijo es muy competitivo, no sabe perder

Los niños que no saben perder suelen tener una baja tolerancia a la frustración. Algo a lo que hay que poner remedio si queremos que desarrollen una personalidad sana. Te damos claves para hacerlo

¿Tu hijo se enfada si no se juega a lo que él quiere? ¿Y coge una rabieta si pierde a un juego? ¿Quiere ganar siempre? ¿Llegar siempre el primero? Si tu respuesta es sí, podemos decir que tu hijo tiene ‘mal perder’, o lo que es lo mismo, que no tolera bien la frustración.

Tenemos una mala y una buena noticia. ¿La mala? De seguir así, tu hijo va a sufrir mucho en la vida, pues como dice siempre la psicóloga Patricia Ramírez: “en la vida hay más momentos malos que buenos, hay más baches que llanos, si nuestros hijos no aprenden esto, no van a desarrollar una personalidad sana”. La buena noticia es que se trata de una actitud y, como tal, se puede corregir.  ¿Nos ponemos a ello?

Técnicas para enseñar a perder

Las madres y padres tenemos un papel fundamental a la hora de conseguir que nuestro hijo cambie la actitud con la que se enfrenta a las derrotas y aprenda a perder. Te damos algunas claves para conseguirlo:

Sé ejemplo

Muchas veces pedimos a nuestros hijos que sepan perder, repitiéndoles frases como: “lo importante es participar”, pero luego nosotros no aceptamos cuando pierde nuestro equipo de fútbol, por ejemplo. Tenemos que recordar siempre que educa más lo que hacemos que lo que decimos. En este sentido, somos el espejo en el que nuestros hijos se miran. Como dice siempre la pedagoga Mar Romera: “nuestros hijos nos aprenden a nosotros”. Por tanto, si queremos que nuestro hijo aprenda a perder, lo primero que tenemos que hacer es saber perder nosotros.

Pon límites

Tú eres quien pone las normas en casa. Si cada vez que tu hijo juega con un amiguito al balón acaba enfadado, lo lógico es que le digas que no puede jugar al balón porque siempre acaba llorando y enfadado. No se trata de que no validemos su emoción, es lógico que se sienta algo triste al perder, pero otra cosa distinta es validemos su conducta, y más cuando se trata de una conducta excesiva.

Educa en valores

La mejor forma de evitar que nuestro hijo sea tan competitivo es educándole en valores como el trabajo en equipo, el compañerismo, el respeto a los demás… Los deportes en grupo pueden fomentar estos valores. El ex jugador de waterpolo Pedro García Aguado reconocía en uno de los eventos ‘Educar es todo’ que a él el waterpolo le había enseñado cosas tan importantes como que “no siempre se gana y que cuando trabajamos en equipo, somos más fuertes”.

Enséñale a ganar

Saber perder también es saber ganar. Es decir, debemos enseñar a nuestro hijo que cuando gana no debe burlarse del que pierde. Debe ganar con deportividad, mostrando respeto y empatía por su adversario. Hoy ha ganado él, pero mañana puede que se encuentre en el otro lado.

No sobreprotejas y fomenta su tolerancia a la frustración

Muchas veces los padres intentamos ahorrar a nuestros hijos las frustraciones. Sin embargo, si queremos tener hijos felices, en lugar de hacer que el viento siempre sople a su favor hay que enseñarles también a navegar en tempestades. Les hacemos un flaco favor si tratamos de ahorrarles todas las dificultades, llegando incluso a dejarles ganar siempre que jugamos con ellos para que no se frustren. Esto es un error. Si nuestros hijos no aprenden a perder en casa, tampoco sabrán hacerlo cuando salga fuera.

Fomenta la cooperación

Si detectas que tu hijo se suele relacionar con sus amigos o hermanos compitiendo, debes intentar establecer entre ellos relaciones de cooperación. La mentora de familias Amaya de Miguel pone en su libro ‘Relájate y educa’ algunos ejemplos de cómo hacerlo:

  • “Si tus hijos compiten por recoger la mesa, puedes sugerirles hacerlo en cadena: uno coge un plato y se lo pasa al siguiente, y este último lo mete en el lavavajillas”.
  • “Si compiten por ver quién sube más estructuras en el parque, puedes invitarlos a subir juntos a todas las estructuras haciendo hincapié en que tienen que llegar a lo alto a la vez”.

Valora es esfuerzo más que el resultado

Muchas veces caemos en el error de valorar demasiado el resultado y poco el esfuerzo. Nos pasa en los estudios cuando nos centramos en las notas que han sacado nuestros hijos, no valorando tanto el esfuerzo que han puesto por conseguirlas. Patricia Ramírez nos puso un ejemplo en una ponencia en el evento ‘Educar es todo’: “Si nuestro hijo llega con un 8 en mates, en lugar de decirle: ‘Qué bien, has sacado un 8’, sería mejor decirle: ‘Qué bien te has organizado y cuánto te has esforzado para sacar esa nota. Lo que tiene valor es que la persona sepa lo que está haciendo bien para poder repetirlo”. Si lo pensamos bien, ¿de qué nos sirve que nuestro hijo haya sacado un 8 si no se ha esforzado nada? Si valoramos mucho el resultado, corremos el riesgo de que nuestro hijo trate de ganar siempre, aunque para hacerlo tenga que jugar sucio. Por tanto, valoremos lo bien que ha jugado, más que el resultado que ha obtenido o la posición en la que ha quedado.

Enséñale a ver el error como un aprendizaje

A veces, las madres y padres penalizamos en exceso los errores de nuestros hijos, trasmitiéndoles, con nuestra conducta, que el error es una derrota. Es importante hacer ver a los niños que el error es una oportunidad de aprendizaje. Si analizo por qué he perdido, puedo mejorar en el futuro. Edison, el inventor de la bombilla, dijo en uno de sus intentos fallidos: “No fracasé, sólo descubrí 999 maneras de como no hacer una bombilla”.

Di ‘no’

Aunque nos cueste, debemos dejar a nuestros hijos experimentar experiencias que no son del todo agradables, esto es, no darles todo lo que pidan, ni evitarles situaciones frustrantes. Si nunca se enfrentan al ‘no’, ¿cómo sabrán gestionarlo cuando aparezca? Esto es aplicable a todos los ámbitos de la vida del niño, no solo al juego.

Comparación y competitividad entre hermanos

Si tenéis más de un hijo, os habréis dado cuenta de que las comparaciones siempre están ahí, más que nada porque siempre hay uno que come más que el otro, uno que es más movido y otro que es más tranquilo…básicamente porque son personas distintas, como ocurriría con dos personas aleatorias que encontrásemos por la calle. Pero como dice el psicólogo Alberto Soler en su libro ‘Educar sin etiquetas’, “hay que tener mucho cuidado con las comparaciones entre hermanos porque pueden dan lugar a que surjan conflictos y rivalidades entre ellos, fomentando su competitividad”.

Alberto nos insta a adoptar una medida en casa: “no compararles activamente, evitando frases como: ‘Mira tu hermano, él se lo ha comido todo’ o ‘Tu hermano va siempre tan limpio, no como tú, que vas siempre desaliñado’…”.

Podríamos pensar que lo que debemos evitar son las comparaciones negativas (“podrías tomar de ejemplo a tu hermano, él siempre recoge cuando termina de jugar”), pero Alberto nos advierte de que también tenemos que evitar las positivas (“qué bien recoges todo, no como tu hermano”). “En cualquier comparación siempre hay un agravio hacia alguna de las partes, por mucho que la intención sea ensalzar a una de ellas, esto se hace a costa de que el otro salga perdiendo”, argumenta Alberto.

 

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María Dotor

María Dotor

Periodista especializada en educación y crianza
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