Será difícil, quizás imposible, encontrar una madre o un padre que lo haga todo bien. ¡Qué ansiedad de solo pensarlo! Tanta perfección -me da la impresión- que debe de llevar aparejada algunas o muchas imperfecciones.
Aunque nuestros padres no lo hayan hecho todo bien, esa no es la única causa de nuestros defectos, de nuestra escasa inteligencia emocional, de nuestra incapacidad para concentrarnos, para dejar de fumar, de conducir rápido, de ser irascibles o de no escuchar a nuestros hijos. Quien haya vivido un gran trauma en su infancia es probable que tenga consecuencias en su vida adulta que deberá tratar de aprender a gestionar con la ayuda de profesionales, de la lectura, de su propia fortaleza.
Muchos hemos vivido en casas donde nuestros padres tenían poca destrezas educativas (yo también lo he hecho fatal como padre, con el paso del tiempo mejoré); no nos han educado con el debido apego, con herramientas de inteligencia emocional o siendo conscientes de cómo funciona nuestro cerebro, orientándonos para elegir mejor nuestro futuro profesional y muchos más asuntos que madres y padres de hoy consiguen saber con el loable propósito de educar mejor a sus hijos y disfrutar haciéndolo.
Hay quien echa la culpa de sus deficiencias, trastornos, incoherencias, fracasos… a sus padres. Aquellos que lo hacen – este artículo está inspirado en una conversación reciente con una persona de 54 años – busca en sus padres la coartada, la excusa perfecta. No hay, según ellos, espacio para la autocrítica, la batalla de la vida está perdida: “Mis padres me educaron como soy y ya no puedo cambiar”.
Ese mismo lamento puede resonar en los pensamientos de cualquier madre o padre que imagine que en unos años sus hijos pudieran hacer lo mismo: quejarse de la educación recibida por sus padres como esa excusa infalible para decir que su paso por la vida estaba tan condicionado que no llegó a ser una pequeña expresión de quien él mismo esperaba ser. Este artículo está escrito con la intención de eliminar ese pensamiento de tu cabeza y para proponerte que les digas a tus hijos que ellos serán los responsables de su vida, que tú lo vas a hacer lo mejor posible, que si cometes errores les pides que te los perdonen pero que no te los achaquen en forma de recuerdo perenne.
Unos días más tarde de mi conversación con ese amigo de 54 años al que antes hacía referencia, conversé con una joven de 28 años. Ella acababa de descubrir que su vida había estado condicionada por su madre que le decía todo lo que tenía que hacer provocándole mucha inseguridad. “No me ha dejado ser quien realmente soy y ahora me he dado cuenta que tengo que vivir mi vida, ser yo misma”. Mal por su madre y mal por ella. Creo que debería ser nuestra obligación y devoción decirles a nuestros hijos que con 28 años (y mucho antes) lo que están viviendo es su vida – no la nuestra- y que las buenas intenciones de sus padres, quizás mal ejecutadas, no pueden ser el pretexto para dejar de vivirla.
Las lógicas dudas que pudieran asomarte en cómo hacer lo que te desde estas líneas te propongo, puedes resolverlas en la maravillosa ponencia “Neurociencia en casa” que José Ramón Gamo ofreció en la última edición de Gestionando hijos en Madrid. Con él podemos aprender a saber cómo ayudar a nuestros hijos a tener una mentalidad de crecimiento y hacer mucho más eficaz y feliz nuestra labor de educadores.
No nos quejemos de nuestros padres. Somos responsables de nuestras vidas.
No permitamos que las posibles quejas de nuestros hijos nos amarguen la vida. En cambio, tomemos la iniciativa y enseñémosles a practicar un “Fuera quejas” como nos presenta Fernando Botella en el video de la plataforma Gestionando hijos para ayudar a nuestros hijos a erradicar el “es que” (la excusa) de sus vidas.
Las madres y padres no tienen la culpa de todo.