La pedagoga Mar Romera nos tocó el alma en su ponencia del pasado 26 de noviembre en Madrid. Abrió su corazón y, de paso, nos abrió el nuestro, al hablarnos de cómo educar sin recetas. Comenzó contándonos cómo cambió su mundo cuando llegó la primera ecografía de su primera hija. “dejé de ocuparme de mí para preocuparme por ella, para amarla, para seguirla, para tener miedo y para sentir la valentía al mismo tiempo. Porque vivir con otro al que amas es la verdadera aventura de vivir“, explicó, antes de revelar que es ahora, cuando sus hijas se han ido de casa, cuando están “más en casa que nunca, cuando hacen fuera de casa lo que les pedí siempre que hicieran dentro”.
Nos invitó, además, a ser valientes, porque “la valentía no es la ausencia de miedo”, a abrir la puerta del cambio “desde dentro” y a coger las riendas, porque la educación “no va de culpables, va de responsabilidad, de dejar de echar balones fuera, de dejar de culpar al otro, de hacer lo que podemos hacer para que cada peque pueda vivir en plenitud”.
“Educar es un acto de amor absoluto, y los niños aprenden a amar cuando se sienten amados, no por apuntes”, Mar Romera
Nos dijo que para educar no existen recetas, más allá del amor, del cariño, de estar presentes, de regalar tiempo a nuestros hijos, de ir probando, de mirar. “Educar es un acto de amor absoluto, y los niños aprenden a amar cuando se sienten amados, no por apuntes. Aprenden cuando se sienten valorados, no instruidos. No es posible educar sin presencia, como tampoco es posible cocinar sin presencia”. Y nos dio las claves para educar:
Ingredientes para criar a buenas personas
- Predicar con el ejemplo, mirarnos mucho al espejo.
- Escuchar y verbalizar emociones, con un lenguaje de mentalidad de crecimiento. “Las cosas se dicen dos veces, ni una ni tres, y con seguridad para legitimar los valores”.
- Buscar la mejora, siempre.
- Hablar delante de ellos, meterles en nuestras circunstancias. Pero siempre desligando el juicio y la evaluación. “Abrazad más a vuestros hijos y examinadles menos”.
- Darles acceso a la realidad.
- Educar en dos dimensiones integradas pero distintas: educación emocional y educación emocionante.
- No separar tu vida y la suya con una pantalla.
- Enseñarlos a esperar y a aburrirse. “Los mejores momentos creativos de la humanidad surgen precisamente del aburrimiento. Pero con coherencia, porque entre un niño aburrido y uno deprimido solo hay un adulto que no se ha dado cuenta”.
- Enseñarlos a agradecer y a pedir perdón. “Pero no a asimilar esa culpa disfuncional, sino la que nos coloca en el sitio de la reparación y la responsabilidad”.
- Enseñarlos a pedir ayuda, a decir la verdad y a equivocarse y cometer errores. “El mundo no está lleno de gente que se equivoca, sino de cobardes que no lo intentan”.
- Enseñarlos a convivir con la muerte y con la pérdida. “No los aísles, que sepan que la vida es maravillosa porque existe un final”.
- Regalarles tiempo, espacios, tierra, ratos compartidos de lectura, tiempo con iguales…
- Compartir con ellos carreteras de montaña frente a autovías, cámaras de carrete frente a digitales y juegos infinitos. “No consiste en llegar a ninguna parte, sino en ver el paisaje de cada oportunidad y en jugar por jugar y no por ganar”.
- Regalar optimismo y elegir la escucha, el sintonizar con ellos y el preguntar.
Mar Romera nos habló también de las emociones y de los sentimientos. Insistió en que las emociones no son “ni buenas ni malas, sino oportunas o inoportunas. Y que la excelencia emocional es “elegir la emoción oportuna en el momento oportuno. Permitidles a vuestros hijos que sientan y que lo puedan expresar sin juicios morales alrededor. Yo no quiero que mis hijas sean felices, quiero que vivan plenas cada momento. No quiero que estén en una pompa de jabón porque entonces sería psicópatas”, recomendó. En este punto, los padres tenemos un papel importante, pues debemos decidir si queremos “pantallas antes de los 12 años o por el contrario vamos a respetar su desarrollo”.
“Hemos de construir una educación emocionante que les permita autonomía motriz, cognitiva y emocional, para que lleguen a la autonomía moral”, Mar Romera
Y finalizó con una reflexión. “Los tenemos anclados a sillas, con nuestras expectativas encima, y no les permitimos ser libres. Nosotros debemos autocuidarnos y fomentar nuestro equilibrio, pero también construir una educación emocionante que les permita tanto autonomía motriz y cognitiva como emocional, porque solo así llegarán a la autonomía moral que les hará partícipes de la ciudadanía”.