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“Es bueno que nuestros hijos sepan que no somos perfectos” (Carles Capdevila)

no somos padres perfectos

Uno de los problemas de padres y madres hoy en día, nos decía Carles Capdevila en un divertido e inspirador vídeo de nuestra plataforma, es que “queremos ser héroes de nuestros hijos, y llevamos fatal dejar de serlo, cosa que, por cierto, ocurre muy temprano, porque nuestros hijos son muy listos y enseguida descubren nuestros defectos y limitaciones”.

Y es que, si queremos que nuestros hijos nos vean como perfectos y crean que hacemos bien todo o que tenemos todas las respuestas, tendremos que fingir, de modo que perderemos espontaneidad, naturalidad y, además, tranquilidad. Por eso Carles afirma sin dudarlo que el hecho de que “nuestros hijos sepan que no somos perfectos contribuye a una familia más espontánea, natural y feliz”.

Gregorio Luri, filósofo y pedagogo y también defensor de las familias imperfectas, subraya que una importante lección de vida es “aprender a querer a los demás siendo plenamente conscientes de los defectos que tienen”. Una lección que los padres de David casi se olvidan de brindarle.

Fingir que somos padres perfectos para dar seguridad

Los padres de David creen firmemente que han de mostrarse seguros, sabios y poderosos… en resumen: perfectos. Porque si no fueran así, crearían una profunda inseguridad en su hijo. ¿Cómo van a mostrarse dubitativos, inseguros, con defectos, si su hijo depende para todo de ellos?

Así, cuando David les sometía con tres años a un interrogatorio interminable repleto de porqués, Héctor y María, sus padres, inventaban las respuestas que no sabían, porque David esperaba que lo supieran todo. O cuando se encontraban tristes, cansados, especialmente vulnerables, se esforzaban por fingir bienestar y alegría, pues, creían, el hecho de mostrarse débiles desestabilizaría a su hijo.

Tal vez durante un tiempo la estrategia funcionó: para David sus padres eran los más sabios, los más perfectos, los que todo lo pueden, los que nunca están cansados para atenderle, los que, de hecho, no tienen necesidades propias ni, por supuesto, defectos.

Cuando crecen, dejamos de ser padres perfectos

Pero a la medida en que David va creciendo el pedestal en el que ha colocado a sus padres (y que tan cómodo resulta a Héctor y María) va haciéndose cada vez más pequeño. Porque David va viendo que algunas de las respuestas que sus padres han dado a sus porqués no son ciertas o porque sus padres, exhaustos de tanto fingir su perfección, empiezan a decir que están hartos de sacrificarse por él.

Y también porque David empieza a ser más autónomo a la hora de hacer las cosas de otra manera y explorar el mundo con sus propios ojos, así que aprende por propia experiencia que la forma de hacer de sus padres no es la perfecta o la única, y que hay opiniones tan válidas como las de sus padres. Sus padres, por su parte, están ya cansados del enorme esfuerzo que supone fingir perfección, se dan cuenta de que han dejado de lado sus necesidades y que, con esto, están impidiendo que David aprenda respeto y empatía hacia otras formas de sentir y de vivir.

Claves para abandonar el afán de ser perfectos

Con la historia de David, vemos que el fingir perfección no nos lleva a buen puerto: nos provoca cansancio, porque fingir es agotador; fomenta el desencuentro con nuestros hijos, pues les hemos ocultado quienes somos en realidad; impide que eduquemos a hijos autónomos, porque siempre querrán alcanzar nuestra supuesta perfección, y, además, dificulta que nuestros hijos aprendan empatía y respeto.

Vivimos en un contexto que nos empuja a alcanzar una perfección inexistente. Pero, después de darnos cuenta de a dónde lleva esta tendencia, podemos abandonar este afán con estas claves:

  1. Mostrar a nuestros hijos que nosotros seguimos aprendiendo, que no lo sabemos todo. Así, les invitaremos a entender la importancia de no dejar de aprender nunca.
  2. Expresar nuestras emociones y necesidades con respeto. Es la mejor manera de educar a hijos asertivos y emocionalmente sanos. Si ocultamos nuestras emociones, si fingimos una alegría o un bienestar que no sentimos, les estaremos privando de este aprendizaje.
  3. No ocultar nuestros defectos o nuestros puntos débiles y aceptarlos. Así, sin duda, les estaremos dando una verdadera lección de autoestima (nos queremos a pesar de nuestros defectos) y les mostraremos que somos únicos y diversos, que cada uno tenemos talentos, fortalezas y defectos distintos.
  4. Subrayar la importancia de hacer equipo. Al mostrarnos vulnerables y con puntos débiles, también hacemos patente la idea de que dependemos los unos de los otros para cuidarnos y de que haciendo equipo nos va mejor. Si papá está cansado, podemos entre todos contribuir a las tareas del hogar que le corresponden a él o podemos entre todos ayudar a mamá a tener un día más relajado porque nos ha contado que ha tenido un día duro en el trabajo.

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