“Impuntual”, “responsable”, “dormilona”, “orgullosa”, “tiene mucho genio”. Estas son algunas etiquetas con las que yo crecí. Seguro que si tú te pones a pensar en tu infancia, también tenías las tuyas, y también has puesto etiquetas a tus hijos. Con los años, algunas las conseguimos borrar (en mi caso, porque con mi “genio” y mi “orgullo” me he negado a aceptar que eso era así, que yo era así y ya no había nada que hacer) pero hay otras que permanecen o que vuelven cuando no te lo esperas. Etiquetamos sin darnos cuenta, sin ser conscientes del poder de las etiquetas en la educación de nuestros hijos.
El poder de las etiquetas en la educación de nuestros hijos: Cuida cada palabra
Pequeñas declaraciones como “es muy tímida”, “tiene mucho genio”, “le dan miedo los perros” marcan. Y al final, lo más probable es que esto haya sido provocado por un comportamiento determinado, de una sola vez, pero nosotros lo utilizamos para definir cómo es nuestro hijo o hija. Puede que un perro haya asustado a tu hijo, pero ¿ya quiere decir que “le dan miedo los perros”? O si al presentarle a alguien se ha mostrado cortada ¿eso ya quiere decir que nuestra hija sea tímida? Si la definimos como tal seguro que lo va a ser.
Un ejemplo muy típico también es el de “niños buenos” y “niños malos”. Como nos decía el psicólogo Alberto Soler en una de nuestras ponencias, no hay niños buenos y niños malos, pero si les etiquetamos como tal van a acabar comportándose como marca su etiqueta. ¿Qué va a motivar a un “niño malo” a portarse mejor, a no hacer tantas travesuras? Nada, porque el niño asume que es así. “Soy malo, todos lo dicen. ¿Qué le voy a hacer?” Es más, como asegura el psicólogo, “a esos niños que les ponemos esas etiquetas de ‘buenos’, finalmente acaban encajando más en esa etiqueta de niños buenos. Y esos niños que erróneamente hemos etiquetado como ‘malos’, acaban encajando más en esa categoría de niños malos”.
Entonces, podríamos considerar estas como algunas consecuencias de etiquetar a los niños:
- Dañan y limitan su autoestima.
- Bajan la confianza que tienen en sí mismos (lo que creen que son ya se lo hemos dicho nosotros).
- Desmotivan. “Para que voy a hacer otra cosa, yo soy así”.
- Provocan miedos.
¿Cómo eliminamos las etiquetas?
Según nos explicó Soler, “el verbo ser es un verbo muy peligroso porque denota algo estable, inmutable. Los niños no son, sino que simplemente se comportan”. Y nos dio la clave para eliminar las etiquetas: “Vamos a atender a lo que es la conducta, no a lo que es la persona. Y cuando queramos corregir esa conducta, porque las conductas muchas veces pueden ser inadecuadas, vamos a tratar de hacerlo de una manera proporcionada y específica”. Nos puso el siguiente ejemplo: “Si tu hijo está pintando con las tizas y de repente se pone a pintar toda la pared, no hay que decirle qué malo eres, sino decirle que eso no está bien, que las paredes no se pintan”.
Según el ejemplo del niño al que le ha asustado el perro, en lugar de decir “le dan miedo los perros”, podemos hacer ver al niño que ese perro le ha dado miedo porque era grande, o porque enseñaba mucho los dientes, pero que no todos los perros son así y que seguro que le van a encantar los perros porque son cariñosos y adorables.
Hay que enseñar a los niños que todos cambiamos y lo que ahora le resulta difícil es normal porque no tiene la capacidad o la habilidad, pero que con los años puede desarrollarla. Si no les quitamos esas etiquetas, no van a poder cambiar, porque siempre van a tener esa marca de “es muy cortada”, “es muy patoso”, “le dan miedo los perros” o “siempre llega tarde”. Tenemos que darles la libertad de que se conviertan en quienes quieran ser, no en algo que les pongamos nosotros y que se acaben creyendo.