Antón se siente mal cada vez que su madre coge el teléfono y habla con alguien. No sabe por qué, pero no le gusta nada. Necesita que le miren todo el rato. Si no lo hacen, cree que no le quieren. Se siente ignorado.
Cada vez que ve a su madre con el teléfono le entra una urgencia muy grande por hacer que le mire. Intenta subirse en su regazo, pedirle cosas, moverse a su alrededor, hacer ruido…
Antón recibe reprimendas y castigos cada vez que lo hace. No le gusta sentir que molesta. Le pone triste, pero por lo menos de esa forma le miran y le hacen caso. Antón ahora cree que es “el pesado”, y así actuará a partir de ahora, porque le funciona. Si se comporta así los adultos dejan de hacer lo que estaban haciendo para atenderle.
Pero sus padres se dan cuenta de que su reacción no soluciona el problema. Entonces empiezan a incluirle en las situaciones, a contar con él pidiéndole ayuda, y si no pueden atenderle, le dicen que les encanta estar con él y que buscarán un momento para estar juntos cuanto antes.
Ahora Antón siente que le tienen en cuenta, aunque no le miren todo el rato. Ya no se pone nervioso si no es el centro de atención. Ha empezado a escuchar a los demás y no ser el que habla siempre. Está mucho más tranquilo.