Eva no quiere ir al colegio. Es su último año en educación infantil y no está teniendo un buen comienzo. Todas las mañanas es una lucha constante para todo, se enfada mucho y no quiere hacer nada de lo que le piden.
Asearse, peinarse, vestirse, desayunar, salir de casa… Absolutamente todo es un conflicto.
Sus padres tienen mucha paciencia, pero hay veces que la prisa o el agobio les juega malas pasadas, se enfadan con ella y no pueden esperar a que se calme cuando está muy enfadada.
Una tarde, en el momento de recoger los juguetes para comenzar la rutina de baños, Eva se negó a recoger de muy malas formas y gritó a su madre: “ ¡tú no me mandas!”. Eso hizo reflexionar a sus padres. Eva vivía toda la semana muy dirigida, con unos horarios muy rígidos, con su día lleno de rutinas. La relación de Eva con sus padres se reducía a conseguir que ella hiciera lo que cada momento ellos requerían.
“Eva, vamos”, “Eva, deprisa”, “Eva, vístete por favor”, “Eva, mastica”, “Eva…”
Se dieron cuenta de que quizás ella se sentía un poco asfixiada y necesitaba que la tuvieran un poco en cuenta. Probaron a darle opciones: “Eva, hay que bañarse. ¿Recogemos ahora o después de ponernos el pijama?”
La primera vez que Eva escuchó esta frase le cambió la cara y, antes de reaccionar, esa actitud abierta y comprensiva de su madre, le hizo sentirse tranquila y pensar: “puedo escoger, puedo decidir algo en mi vida”.
Eva se fue a bañar y luego recogió tranquilamente. Sus padres empezaron a darle opciones más a menudo y las mañanas empezaron a ser más fáciles. Eva no necesitaba protestar para hacerse un poco de espacio.