¿Debe ser la escuela un sitio ilusionante y entretenido para sus alumnos?

Las respuestas a la pregunta que planteamos en el titular encierran dos formas de entender la educación y, quizás, la vida:

  • Sí, la escuela debe ser un sitio que consiga que sus alumnos sean curiosos, ilusionados por saber, por conocer. Un espacio en el que los niños y jóvenes acudan con ganas porque allí ocurren cosas maravillosas. Descubrir un conocimiento es encontrar algo que estaba oculto que nos debería dejar perplejos.
  • No, la escuela debe parecerse a la vida. Y la vida es dura, exige esfuerzo. Y el esfuerzo no es entretenido, no produce ilusión, es una batalla contra uno mismo, es una competición constante. Preparar a nuestros hijos y alumnos para la vida es eso.

La invitación a la reflexión que planteo en estas líneas me viene dada leyendo al escritor austríaco Stephan Zweig (1881-1942) en su autobiografía ‘Un mundo de ayer’:

“Para nosotros, la escuela era una obligación, una monotonía tediosa, un lugar donde se tenía que asimilar, en dosis exactamente de medidas, la ‘ciencia de todo cuanto no vale la pena saber’, unas materias escolásticas que para nosotros no tenían relación alguna con el mundo real ni con nuestros intereses personales. Es un aprendizaje apático e insulso, dirigido no hacia la vida en sí, cosas que nos imponía la vieja pedagogía. Y el único momento realmente feliz y alegre que debo a la escuela fue el día en que sus puertas se cerraron a mi espalda para siempre”.

Muchos hemos pasado por la escuela y hemos pensado algo parecido a lo escrito por el prolífico autor. Nuestros hijos pasan por la escuela y muchos de ellos sufren de forma similar a este testimonio escrito a principios de los años 40 (poco tiempo antes de que Zweig se suicidara junto con su esposa porque eran incapaces de asumir el horror con el que un ser humano estaba sembrando el mundo entero).

 

¡Qué buena es la educación cuando la educación es buena!

Creo que todos debemos retarnos para que aprender no sea una fuente de problemas y desmotivaciones, sino el origen de la mágica revelación que supone saber algo que antes no sabíamos. A Stephan Zweig, a muchas de las personas que lean estas líneas y a mí nos hubiera gustado disfrutar del cole. Para lograrlo,  los que diseñan el curriculum deberán pensar en “cómo vamos a conseguir que aprender sea un aliciente que permanezca de por vida”, los directores y docentes pondrán todo su empeño en conseguir que la experiencia escolar sea gratificante y las madres y padres dejarán de utilizar los estudios como una espada de Damocles para llevarnos bien con nuestros hijos, para amenazarles con quitarles cosas o incluso para quererles o dejar de hacerlo en función de sus resultados escolares.

Conversando el otro día con Fernando Botella (@fb_think) sentenció: “¡Qué buena es la educación cuando la educación es buena!”. Esa debe ser nuestra meta colectiva: hacer que la educación sea buena. Para conseguirlo debemos asumir lo que también dice el querido y sabio Fernando: “La educación es el ecosistema educativo” que es lo mismo que decir que “la educación es cosa de todos”.

De ti y de mí. Y de usted. Y de él y de ella. De todos.

Picture of Leo Farache

Leo Farache

Nacido en Madrid, de la añada del 63. Su vida profesional ha estado ligada al mundo de la comunicación, gestión, marketing. Ha dirigido algunas empresas y escrito tres libros (“Los diez pecados capitales del jefe”, “Gestionando adolescentes”, “El arte de comunicar”). Ha ejercido de profesor – “una profesión que nos tenemos que tomar todos más en serio” – en la Universidad Carlos III, UAM y ESAN (Lima) en otras instituciones educativas. Es padre de tres hijos y ha encontrado en la educación su elemento. Fundó en 2014 la empresa Educar es todo desde donde opera esta iniciativa cuyo objetivo es ofrecer ideas e inspiración educativa a madres y padres que quieren saber más para educar mejor.

Añade aquí tu texto de cabecera

Añade aquí tu texto de cabecera