“En toda la educación que se nos imparte aparece la necesidad de tener razón”, escribió Edward de Bono en La práctica de pensar.
Creo que esa práctica tan extendida en los colegios e institutos de proponer a los alumnos que participen de combates dialécticos -donde tienen que defender posturas en las que no creen- es una práctica ineficaz para sus propósitos educativos y, en cierta medida, perversa. Queremos que nuestros hijos sepan razonar, no tener la razón. Son dos cosas diferentes que corresponden a dos filosofías o modelos educativos también diferentes.
Yo quiero que mis hijos sepan razonar, que disfruten razonando. No entra dentro de mis objetivos educativos que tengan la razón. No creo que les haga ni más cultivados, hábiles, ni más competentes, ni mejores personas tener la razón. Creo que sí estarán en el camino de serlo si aprenden a razonar.
Schopenhauer propuso treinta y ocho estratagemas en El arte de tener razón para que ese supuesto “arte” se pudiera llevar a cabo con éxito. Entre esas estratagemas se encuentran:
- “Provocar la irritación del adversario y hacerle montar en cólera”
- “Comenzar repentinamente a hablar de otra cosa totalmente distinta como si tuviese que ver con el asunto en cuestión y constituyese un nuevo argumento en contra del adversario”
- “Cuando se advierte que el adversario es superior y se tienen las de perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente”
- O simplemente “mentir”.
Cualquiera de nosotros hemos sido víctima o quizás protagonistas – no podemos culparnos, tener razón está muy valorado – de algunas de estas estrategias o de alguna de las treinta y cuatro restantes.
No hará falta que te vayas muy lejos – seguro que cuentas con algún compañero de trabajo, cónyuge, cuñado, cliente o has sido un sacrificado espectador de alguno de los lamentables espectáculos políticos – para, verificar que la necesidad de tener la razón se ha convertido en un objetivo mucho más apreciado que razonar. Los artistas de tener la razón se presentan como infalibles, segurísimos de lo que dicen. Su imaginación es, en cambio, débil, incapaz de descubrir otras razones de las que ellos exponen. Construyen sus argumentos sobre una información escasa, a veces falsa. No importa; a su entender el ímpetu y ardor con el que defienden sus tesis suplen con creces la ausencia de rigor y sentido común.
Educando para tener la necesidad de tener la razón contribuimos a hacer crecer la plaga de candidatos a ser artistas de tener la razón. No solo eso, sino que además será difícil que nuestros hijos logren encontrar en las razones de su interlocutor una suficientemente buena que le haga entregar la suya y, además, estar agradecido por haberle abierto la mente o mejorado su información.
Para los artistas de tener la razón, ese acto sería una insoportable rendición en el cuadrilátero verbal en el que hemos convertido nuestras cotidianas conversaciones sobre política, educación, filosofía, sobre la vida, la familia, el trabajo.
Fernando Savater dice que para filosofar “solo” hay que razonar. Si consideras que te encuentras entre aquellos que practican la virtud de razonar y quieres que tus hijos también lo hagan, tendrás que enseñarles a prescindir de esos detestables, al tiempo que eficaces latiguillos y estrategias verbales con los que los artistas de tener la razón inundan cualquier conversación. Además, deberás advertirles que razonar no les llevará, necesariamente, al apetecido paraíso de tener la razón, pero espero que les haga sentirse más auténticos, sabios y felices.