El experimento
El filósofo australiano Peter Singer nos propone una reflexión de índole moral y muy práctica que expongo a continuación:
“Supongamos que sales de un restaurante y te encuentras con un niño de cuatro años que necesita de ayuda urgente para sobrevivir. Está desnutrido, deshidratado… hay que darle alimento para que sobreviva. Si esta improbable situación ocurriera, ¿qué harías?”
Singer dice que la gran mayoría de nosotros diría que asistirle, socorrerle, salvarle.
“Supongamos que esa misma escena ocurre en la pantalla de tu televisor y una cámara graba cómo las personas salen del restaurante, mirando hacia otro lado, sin hacerle caso, evitando socorrer al niño que finalmente fallece víctima de la desnutrición”.
En este caso, nos podemos imaginar que estallaríamos de indignación delante del televisor gritando: ¡Cómo es posible que haya gente tan insensible!, (es probable que utilizáramos una expresión más violenta y malsonante).
El filósofo concluye diciendo que eso es lo que hacemos todos los días: miramos hacia otro lado cuando no hacemos nada o poco para salvar a 19.000 niños que mueren todos los días desnutridos o por alguna causa evitable. Conocemos la tragedia, pero como no la vemos, no nos sentimos corresponsables de ella. Se pregunta ¿es realmente relevante que no tengamos a esos niños delante para no sentirnos responsables de ellos?
La propuesta
Peter Singer propone que seamos inteligentemente solidarios. Solidarios, dando una parte de nuestro dinero, ahorrando en aquellas cosas que podemos ahorrar – que son muchas – y donando ese dinero para que esos niños coman y se eduquen. E inteligentes, buscando organizaciones que nos ofrezcan garantías de que cumplen con la misión que enuncian de forma eficaz.
Es indispensable que enseñemos a nuestros hijos el poder del dinero: con 5,80 € una fundación es capaz se alimentar dos veces al día y educar a un niño durante todo un mes. Es decir, procurarle que continúe con vida y alimentar la esperanza de un futuro gracias a la adquisición de conocimientos.
Envueltos en nuestros día a día olvidamos el poder y el valor tan diferente que el dinero tiene en aquellos sitios donde sobrevivir es un éxito.
Enseñar a nuestros hijos el poder del dinero les hará más felices. Quizás aprendan que lo que tenemos a nuestra disposición – techo, comida, colegio, energía, cine, vacaciones – es fruto de la suerte de haber nacido en el sitio adecuado y puedan saborearlo, valorarlo, en vez de darlo como un derecho otorgado.
Enseñar a nuestros hijos el poder del dinero les convertirá, probablemente, en personas más solidarias, compasivas. En personas que no permitan con tanta ligereza la injusticia y que tengan el compromiso de hacer un mundo mejor.
Enseñar a nuestros hijos el verdadero poder del dinero les concederá la virtud de la humildad que quizás les haga vivir una vida más austera y rica.
Enseñar a nuestros hijos el verdadero poder del dinero le hará más poderosos. Pasarán “del tener al ser”, como enuncia ese maravilloso libro del filósofo austríaco Eric Fromm que nos invita a orientar nuestra vida de una forma o de otra (al tener o al ser).