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Lo que no quieres oír

Una buena amiga me llama preocupada por un tema relacionado con su hija de veinticuatro años. No soporta la presión del trabajo y sufre un altísimo nivel de ansiedad hasta el punto de mandar mensajes a su madre encerrada en el baño diciendo que “así no quiero vivir”. La madre está muy asustada, sufre, “lo estoy pasando muy mal, esto es una pesadilla”.

Me llama para pedirme consejo. Su hija no quiere ir a trabajar, el ambiente es muy malo, le hacen trabajar cerca de doce horas diarias, la presión es insoportable, las formas del jefe inadecuadas.

Es fácil comprobar que la madre -en contra de su voluntad- no está ayudando a su hija, todo lo contrario. Le dice frases poco empáticas: “Pero, ¿de verdad es para tanto?”, “de esta aprenderás mucho”, “en mi época… bla, bla, bla”. También es evidente que su capacidad de escucha es limitada. Me interrumpe sin que ni siquiera haya transcurrido un minuto de conversación. Tengo, entonces, que decirle -severamente- que ella me ha llamado para pedirme consejo y que lo que espero es que me escuche.

A tenor de un diagnóstico -de amigo, que no profesional- precipitado le digo lo evidente:

  • Todos los padres cometemos errores con nuestros hijos. Nos implicamos tanto emocionalmente que queriendo hacerlo bien, lo hacemos mal.
  • No te has puesto en el lugar de tu hija. Le quitas importancia a lo que para ella es un mundo cuesta arriba, del que no sabe cómo salir.
  • No escuchas, interrumpes. Escuchar es un gran regalo. Es gratis, pero te consume energía. Escuchar con atención, preguntar sin cuestionar, hacer preguntas inteligentes es un regalo para todas las personas y, especialmente, para aquellas que necesitan ser escuchadas, como tu hija.
  • Te propongo que empieces pidiéndole perdón. Reconociendo tus errores y manifestando que quieres escuchar lo que tiene que decir, que la quieres, que no has sabido ponerte en su lugar. Reconocer tu debilidad la va a hacer fuerte.
  • Tu hija necesitas ayuda profesional.

A pesar de la claridad de mis recomendaciones, encontré una interlocutora poco receptiva y volviendo a quitarle importancia a lo que para su hija era un drama, aunque no lo fuera (Víctor Küppers distingue entre dramas -una muerte, no tener para comer- de las circunstancias a resolver). Pero su hija andaba encerrada en ese problema, sin saber salir de él. “¿Tú crees que es para tanto, para ir a un psicólogo? Tardan mucho en resolver este tipo de situaciones y no creo que sea para tanto”. Me enfadé, le hice saber que su prejuicio a los psicólogos no tenía ningún fundamento, a su hija le hacía falta cambiar un sistema de creencias en el que su vida es el trabajo. Un rato más tarde nos despedimos.

Me quedé pensando por qué mi amiga me había llamado y -aparentemente- no había hecho caso a mis recomendaciones. Y llegué a la conclusión que mis repuestas no le convenían, no era lo que quería escuchar. Me había llamado para que le reafirmara en su papel de buena madre, que aportara una solución inmediata, que quizás le dijera que “los jóvenes de hoy no aguantan como tú y como yo”.

En lo que no queremos oír en la boca de un tercero puede encontrarse la solución a muchas de nuestras inquietudes, problemas en la educación de nuestros hijos. Lo que ya sabemos no nos va a aportar nada nuevo, más que comodidad y sentirnos más seguros. En lo que no queremos oír, pero alguien nos está regalando la oportunidad de escuchar, puede encontrarse la información que necesitamos para cambiar, solucionar y crecer. Aceptar que lo que no queremos oír es lo conveniente, exige humildad que etimológicamente significa la cualidad de los que están en la tierra (el humus). Esa humildad que tanto agradecerán los que nos rodean y nosotros mismos.

Epílogo: Mi amiga, que tan renuente parecía a adoptar una nueva forma de aproximarse a su hija, ha cambiado su estrategia y le ha funcionado. Ha escuchado, se ha puesto en su lugar. “No me gustó lo que me dijiste, por eso estaba tan fría. Pero entendí que lo que me decías no me iba a dar placer, pero sí me convenía. Gracias por escucharme y ayudarme”.

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Leo Farache

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