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Lucía Beltrán, psicóloga: “La restricción alimentaria aumenta el riesgo de que aparezcan pensamientos obsesivos con la comida”

Muchos de nosotros todavía tenemos arraigados algunos mitos sobre la alimentación y consideramos que “hacer dieta” significa restringir ciertos alimentos porque queremos bajar de peso. Este tipo de preocupaciones sobre la imagen corporal pueden ser muy peligrosas si no sabemos expresarlas adecuadamente y se las trasladamos a nuestros hijos e hijas.

Por eso, es necesario que tomemos conciencia de cómo nos comunicamos con los niños y adolescentes respecto a su relación con la alimentación y con su físico. Nuestra labor de cuidar su salud y enseñarles hábitos alimentarios saludables también incluye el cuidado de su salud mental, de su autoestima y de sus emociones. 

Hablamos con la psicóloga Lucía Beltrán, investigadora y experta en problemas con la alimentación, para saber un poco más sobre el concepto de “hacer dietas” y los riesgos que pueden tener en la infancia y la adolescencia.

Como investigadora en problemas relacionados con la alimentación, ¿consideras que ‘hacer dieta’ es un concepto peligroso? ¿Por qué?

Sí, completamente. La restricción alimentaria aumenta el riesgo de que aparezcan pensamientos obsesivos en torno a la comida. La evidencia científica es clara al respecto: realizar dietas restrictivas puede desencadenar la aparición de trastornos alimentarios.

Algunas familias se preguntan: “¿Puedo poner a mi hijo a dieta?” Normalmente ocurre cuando el pequeño tiene sobrepeso o cuando los padres consideran que debe adelgazar. ¿Qué ocurre cuando le trasladamos este problema a un niño? ¿Cómo se debería actuar para no afectar a la relación del niño con la comida?

El mensaje que estamos trasladando en este caso es que su cuerpo no es válido y deberían mejorarlo. Y, además, la herramienta para este cambio es controlar lo que ingerimos. De esta forma, la comida cobra un significado nuevo y poderoso, la del control de nuestro propio cuerpo e incluso nuestra valía personal.

Habitualmente los padres y madres lo realizan con la mejor de las intenciones: mejorar la salud de sus hijos. Sin embargo, se basan en varias premisas falsas: la primera, que las fluctuaciones en el peso se deban únicamente a la ingesta; la segunda, que exista una relación causal entre peso y salud; la tercera es la creencia de que las dietas funcionan. No hay evidencia científica de que las dietas funcionen a largo plazo, por lo que poner a nuestros hijos e hijas a dieta posiblemente sea el inicio de un camino de frustraciones. Esto no quiere decir que, en casos particulares, guiados por profesionales, no sea conveniente seguir recomendaciones específicas en torno a la alimentación. Pero siempre ha de ser supervisado por profesionales de la salud.

¿Cuál es la diferencia entre ‘hacer dietas’ y establecer hábitos saludables?

En la actualidad empleamos la palabra “dieta” principalmente para referirnos a la evitación de algunos alimentos o la disminución de la cantidad de comida ingerida con el fin de bajar de peso. De este modo, los alimentos pasan a ser “buenos” o “malos”, las pautas que nos exigimos son estrictas, y no cumplirlas puede generar culpabilidad.

Los hábitos saludables consisten en una serie de prácticas habituales que están centradas en la salud en lugar de en el peso. Además, son flexibles, porque es saludable poder adaptarnos a las circunstancias cambiantes de nuestro cuerpo, nuestro entorno…Así evitamos extremos todo-nada y por tanto el sentimiento de culpa. Además, abarcan muchas más áreas que la alimentación, como sería el descanso, la actividad física, la regulación emocional…Y lo más importante en mi opinión, un hábito saludable es posible mantenerlo a largo plazo sin que genere malestar.

¿Puedes darnos un consejo para fomentar que las niñas y los niños tengan mejores conductas alimentarias?

Existe una campaña maravillosa de la Generalitat de Catalunya que se llama “Implícate: ingredientes para un crecimiento saludable y feliz” que me parece que recoge muy bien las claves. Algunas serían: hacer de la comida un momento del día agradable, para compartir en familia; evitar utilizar la comida como premio o castigo; establecer un entorno seguro con pautas claras; y por supuesto, ejercer de ejemplo.

Desde que somos muy pequeños, la sociedad nos lleva a relacionar la autoestima con el peso, ¿qué consecuencias puede tener esto en el desarrollo de niños y adolescentes?

Las personas con frecuencia construimos nuestra valía a partir de unos estándares socioculturales de éxito, entre ellos el ideal de delgadez. Si sentimos que nuestro peso dista mucho de dicho ideal, aumenta el riesgo de desarrollar una baja autoestima. Hay momentos evolutivos, como la adolescencia, en la que la aceptación de los iguales cobra especial importancia, y precisamente en esta etapa se observa un aumento de problemas de autoestima corporal y trastornos alimentarios. En mi opinión, generar un pensamiento crítico desde los entornos educativos y familiares respecto a los mensajes que se transmiten en los medios en torno a la imagen corporal, es una forma clave de prevenir estos problemas.

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Sara Silvar

Sara Silvar

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