Tolerancia (en el diccionario): Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.
Una sociedad intolerante es un espacio incómodo donde vivir. Da la impresión de que las personas nos vamos juntando por tribus de individuos que tienen en común opinar parecido. A diario alimentamos y reforzamos nuestras opiniones convertidas en creencias leyendo, escuchando medios de comunicación que dicen lo que queremos escuchar: nuestras ideas. Cuando nos topamos con una opinión discrepante nos molesta, la calificamos de equivocada, de errónea y en ese ambiente de verdades propias incapaces de examinarse a través del diálogo sosegado es en el que se educan muchos de nuestros hijos.
Ser una sociedad respetuosa y tolerante solo lo puede conseguir la educación
Que nuestros hijos sean tolerantes es, sin duda, un buen y loable objetivo educativo que construye un mundo mejor. Conseguirlo, es una obviedad, dependerá de si nosotros practicamos la tolerancia. La investigación nos dice que España es un país tolerante (con relación a la aceptación de lo diverso). En cambio, la observación cotidiana nos hace temer que entre nosotros está extendida la creencia de estar en la posesión de la verdad y no ser capaces de aceptar otras verdades como posibles.
Lograr que nuestros hijos aprendan a valorar cualquier idea, creencia o práctica como una alternativa a ser estudiada, discutida y, por supuesto, respetada les hará personas más sabias, nos hará a todos mejores.
Pongámonos a prueba para ver si somos tolerantes a través de seis aspectos cotidianos:
1. Etiquetas: ¿Calificamos peyorativamente delante nuestros hijos a personas por su aspecto, acento, procedencia, comportamiento sin haberlas escuchado antes o saber nada de ellas? ¿Atribuimos a compañeros, padres, profesores determinados adjetivos de forma frívola sin considerar circunstancias personales y dando entender nuestra superioridad moral?
2. Religión: ¿Hablamos delante de nuestros hijos de creencias religiosas (o la inexistencia de ellas) como si estuviéramos en posesión de la verdad absoluta y calificamos a personas que practican otras creencias agrupándolas a todas bajo un mismo concepto denigrante?
3. Política: ¿Utilizamos delante de nuestros hijos un lenguaje agresivo, despectivo sobre determinadas ideas o personas que representan opiniones discrepantes con las nuestras? ¿Calificamos de rojos, fachas a personas que creen muy diferente a nosotros sin darnos la oportunidad de dialogar y tratar de entender por qué consideran que su propuesta ideológica es mejor que la nuestra?
4. Fútbol u otros deportes: ¿Insultamos o despreciamos delante de nuestros hijos a jugadores, árbitros, entrenadores que no apoyan los mismos colores que los nuestros? ¿Tenemos un comportamiento fanático con respecto a un tema que debería ser fuente de alegría y disfrute?
5. Gustos: ¿Deslegitimamos los gustos de nuestros hijos que quizás estén en las antípodas de los nuestros, pero que son sus gustos, tan genuinos como los nuestros? ¿Consideramos que nuestros gustos -sobre el vestir, el comer, el hablar, la música, la cultura- son los correctos, mejores que los demás y lo manifestamos de forma contundente?
6. Redes sociales y medios de comunicación: ¿Abandonamos a una cuenta en las redes sociales, una emisora de radio o un periódico porque no dice lo que queremos escuchar? A nosotros, en Educar es todo, nos pasa de vez en cuando. Hay personas a las que decepcionamos por una sola opinión discrepante y nos escriben diciendo “unfollow”. ¿No escuchamos con nuestros hijos opiniones divergentes, discrepantes con la nuestra y hablamos sobre ello?
Practicar la tolerancia exige serenidad, atención, generosidad, no viene de serie, no es automático. Ser una sociedad respetuosa y tolerante solo lo puede conseguir la educación. Esa educación que practicamos diariamente con nuestros hijos. La educación que decidimos darles.