Me dirijo a tantas personas -especialmente a madres y padres – que ejercen de segurísimos e infalibles consejeros de sus hijos, sobrinos o quien se ponga de por medio. Me dirijo a ellos con una suave dosis de indignación por su atrevimiento y falta de respeto.
Me refiero a ese consejero real que se atreve a decir con pasmosa seguridad: “Tú, lo que tienes que hacer es ….” , aconsejando a veces sobre temas de extrema importancia relacionados con el futuro profesional, la moral, ética, convicciones o para solucionar un conflicto en el que el hijo se ha visto envuelto. Esos “seguros y sabios consejeros” ofrecen su frase sin posibilidad de réplica sobre temas acerca de los cuales les falta tanta información como les sobra arrojo, lanzándose al ruedo en modo tertuliano que todo lo sabe.
Lo que merecen nuestros hijos, en lugar de nuestros “consejos de sabios”
Nuestros hijos merecen nuestra humildad. La humildad de quien no todo lo conoce. La condición de madre o padre lleva aparejada la condición de humano, cuya riqueza aumenta con la humildad del eterno discípulo, del que tiene más preguntas que respuestas, la humildad de quien aprende de sus hijos sin que ello menoscabe su ego, su orgullo, bien al contrario.
Nuestros hijos merecen nuestra atenta escucha. Hay una diferencia entre el simple oír y escuchar. El acto de escuchar, como escribe Robert Bolton, implica algo más que algo meramente físico, se trata de un compromiso psicológico con nuestros hijos. La destreza en atender – sigue Bolton-, estando “ahí” cuando alguien está hablando, es fundamental para la buena comunicación. Nuestros hijos merecen que los escuchemos con toda la mente y con todo el cuerpo, que no les interrumpamos, ni estemos pensando la contestación que les vamos a dar mientras ellos hablan.
Nuestros hijos merecen nuestro esfuerzo y trabajo. Si no estamos dispuestos, ¿para qué los tuvimos? Sus inquietudes, los conflictos que tengamos con ellos merecen ser analizados, estudiados, contestados desde la serenidad, desde la paz – “ese quieto incentivo que revela vuestro poder” (Khalil Gibran).
Seamos más humildes en lugar de sabelotodos
Los que menos saben son – paradójicamente- los que demuestran más seguridad. La seguridad de la ignorancia es atrevida. Ves a un adulto con escasa formación (no de títulos, sino del tema en cuestión) diciéndole a su hija o hijo qué tiene que hacer en forma de consejo concreto o de banalidad. Ese consejo, esa superioridad, debería ser penada por estúpida en el Código Penal.
Por eso desde estas líneas me atrevo a pedir con cariño que los “mayores” seamos más humildes, más atentos, más currantes en nuestra labor de educadores. Que sepamos que la edad solo es garantía de estar más cerca de la jubilación, pero no de la sabiduría.
A aquellos “educadores” que utilizan “tú, lo que tienes que hacer…” o el jactancioso “yo le he dicho que haga…” les pido que observen a sus hijos y se pregunten si no tenían nada mejor que decirles en el contenido y en la forma.
Imagen: Jude Beck / Unsplash
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