Las madres y padres actuamos con nuestros hijos con la mejor de las intenciones, pretendiendo hacer lo que es mejor para ellos en todo momento, pero fruto de la educación que hemos recibido, del miedo y de algunas creencias falsas, a menudo caemos en errores que pueden perjudicar no solo a nuestros hijos, sino la relación y el vínculo que establecemos con ellos. A continuación repasamos los 7 errores más comunes.
1.Hacer cosas por ellos que ya podrían hacer por sí mismos
A veces, por miedo a que sufran o a que fracasen, acabamos haciendo por nuestros hijos cosas que ya podrían hacer ellos por sí mismos. Por ejemplo, encargarse de preparar su mochila cada mañana. Por miedo a que se dejen algo que vayan a necesitar, muchas veces les preparamos la mochila nosotros. Pero como este, hay muchos más ejemplos: le resolvemos un conflicto con un amigo, les hacemos ese ejercicio de matemáticas que no entiende bien y que no ha sabido hacer…
Decía María Montessori que “cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo en su desarrollo”. Y así es. Aunque lo hagamos con la mejor de las intenciones, cada vez que hacemos algo por nuestro hijo que ya podría hacer él por sí mismo, le estamos “volviendo inútil”, estamos perdiendo una oportunidad maravillosa de que asuma sus responsabilidades y viva las consecuencias de sus actos. Si nunca se olvida el bocata para el recreo porque nosotros siempre se lo guardamos en la mochila, nunca aprenderá a hacerse responsable de sus cosas.
Como dice la pedagoga Cristina Gutiérrez Lestón: “Sobreproteger a un niño hoy es dejarle desprotegido mañana”.
2.Tratarles como proyectos de personas, no como personas
Aunque nuestros hijos son pequeños, usan ropa pequeña y aún no tienen desarrolladas todas sus capacidades… desde el mismo momento en el que nacen, son personas de pleno derecho. Y esto a veces se nos olvida.
Voy a poner un ejemplo: estamos en el cumpleaños del mejor amigo de nuestro hijo. Él se lo está pasando de maravilla. Llegan las 8 y pensamos que ya es demasiado tarde, que es hora de irnos. Vamos adonde está nuestro hijo jugando con más niños, le sacamos del grupo, le ponemos el abrigo, y le decimos que nos vamos a casa. Nuestro hijo se pone a llorar. Nosotros nos enfadamos.
Ahora bien, imagínate que eres tú la que está en un cumpleaños de un amigo o amiga. Estás a gusto, con un canapé en una mano y una copa de vino en la otra. Alguno de los invitados está contando algo muy interesante. De pronto, aparece tu pareja, te agarra del brazo, te pone el abrigo y te dice que os vais. ¿Cómo crees que te lo tomarías? Adivino que no muy bien.
Como puedes ver, esto que nosotros no entenderíamos, lo hacemos continuamente con los niños. No empatizamos con ellos, no tenemos en cuenta sus necesidades y deseos. Les tratamos como proyectos de personas, no como personas.
¿Y si en lugar de ir y ponerle el abrigo probásemos a avisarle de que en 10 minutos nos vamos a ir, para que pueda ir haciéndose a la idea y despidiéndose de sus amigos?
3.Pretender que nos obedezcan siempre
No nos vamos a engañar, es mucho más fácil la crianza de un niño que nos dice a todo que sí, que no se queja por nada, que no nos lleva la contraria en absoluto… pero esto no quiere decir que sea a lo que debemos aspirar. Nuestros hijos tienen sus propia personalidad, sus propias necesidades, y es lógico que las defiendan. Es más, si yo os pregunto que queréis que sean vuestros hijos con 15 años: obedientes o responsables, seguramente la respuesta sea responsable. Sin embargo, educamos en la obediencia. Algo contradictorio.
Para que nuestros hijos nos obedezcan siempre, nos dice el psicólogo Alberto Soler, “convertimos la autoridad en el principal objetivo de la educación, pero ahí confundimos el fin y los medios. La autoridad nunca debe ser un objetivo, sino una consecuencia de acciones educativas honestas, respetuosas. El respeto se gana, no se impone.
Las normas existen y han existido en todas las sociedades, y como padres tenemos el deber de transmitirlas a nuestros hijos, pero no es necesario hacerlo desde el autoritarismo. “Si nuestros hijos siguen las normas sólo por miedo a las consecuencias, en el momento en el que nos giremos, dejarán de seguirlas”, nos dice Soler
4.Por miedo a caer en el autoritarismo, pasarnos al otro extremo: la permisividad
Muchas madres y padres, por miedo a caer en el autoritarismo, se pasan al extremo opuesto: la permisividad.
En un estilo educativo autoritario, las madres y padres utilizamos los premios, los castigos, los chantajes, las amenazas para conseguir que nuestros hijos cumplan las normas. A menudo, además, se recurren a frases como: “porque lo digo yo”.
En un estilo educativo permisivo, en cambio, no hay normas ni limites. El niño hace lo que quiere en todo momento.
En medio de estos dos extremos nada recomendables se encuentra el estilo educativo democrático, en el que las normas y los límites se ponen desde el cariño, el respeto y la empatía. “El problema es que no tenemos referentes para poder aplicar un estilo democrático, porque en la mayoría de las ocasiones nos han educado desde el autoritarismo y, para evitar nosotros reproducir este modelo, nos vamos a la permisividad” dice la consultora de crianza Miriam Tirado en su libro ‘Límites’.
5.No atender sus necesidades por miedo a malcriarlos
“Si le coges cada vez que llora, se va a acostumbrar”, “a este niño le que le pasa es que está muy mimado”…
Frases como estas las escuchamos continuamente. Detrás de ellas se esconde la idea errónea de que cubrir todas las necesidades de nuestros hijos les va a hacer débiles. Nada más lejos de la realidad. “Los niños vienen al mundo totalmente dependientes. Necesitan que nosotros, los adultos, cubramos sus necesidades: fisiológicas, cognitivas, afectivas….Solo se puede pasar a ser una persona autónoma e independiente, con un correcto desarrollo y salud mental si hemos pasado primero por la dependencia y habiendo tenido a nuestro lado a personas que se encargaban de cubrirnos todas esas necesidades”, nos dice el psicólogo Rafa Guerrero.
Otro problema común es que confundimos necesidades con deseos, y tendemos a creer que cuando un niño llora porque necesita brazos, esto no es una necesidad, sino un deseo. “Las necesidades afectivas son necesidades. A menudo nuestros hijos lloran porque necesitan nuestro calor, nuestra protección, sentirse queridos, acunados…Se trata de una necesidad, no de un capricho. Y como tal, debemos atenderla”, recuerda Guerrero.
6.Creer que para que se porten “bien” hay que hacerles sentir mal
“¿De dónde hemos sacado la idea de que un niño debe sentirse mal para comportarse bien?”. Esta es una de las citas más famosas de la fundadora de la Disciplina Positiva Jane Nelsen.
Y es que, a menudo, para que nuestro hijo haga lo que queremos que haga recurrimos a:
- Chantajes: “Si no te comes todas las verduras no tendrás de postre helado”.
- Castigos: “Si no te comes las verduras, no irás al cumpleaños de Juan este sábado”.
- Amenazas: “Sí, sí, tu sigue sin comerte las verduras, que ya verás lo que te pasa…”.
En definitiva, y como decía Nelsen, para que se coma la verdura, le amenazamos, le castigamos o le chantajeamos… Es decir, le hacemos sentir mal.
Los chantajes, los castigos y las amenazas funcionan a corto plazo: conseguimos que nuestro hijo se coma las verduras, pero no son para nada educativos: cuando no estemos delante, nuestro hijo no se las comerá.
La Disciplina Positiva nos ofrece muchísimas herramientas para conseguir que nuestros hijos se “porten bien”, como, por ejemplo, involucrarles en la toma de decisiones. “Hay muchas decisiones que nuestros hijos no pueden tomar, pero muchas que sí. Por ejemplo, no puede decidir si quiere fruta o bollería, pero sí que fruta quiere. Si les involucramos, se sienten importantes y tenidos en cuenta, será más fácil que cumplan las normas” nos dice la fundadora de Relájate y Educa Amaya de Miguel.
7.No ver que hay detrás de sus “malas” conductas
Imagínate un iceberg. Ese bloque de hielo no es solo la parte que se ve, la que sobresale del agua, sino que hay una parte sumergida que es mucho más grande, y que los barcos deben tener muy en cuenta a la hora de navegar.
La experta en Disciplina Positiva María Soto explica el comportamiento de los niños de la misma manera, utilizando la teoría del iceberg. Para ello nos pone un ejemplo: “Imaginaos que mi hijo mayor pega a mi hija pequeña y yo le castigo para penalizar su conducta (parte visible del iceberg). Sin embargo, no miro en la parte no visible del iceberg para entender qué le está motivando a pegar a su hermana. En este caso lo hace porque tiene celos. Mañana, en vez de pegarla, le esconderá los juguetes. Yo volveré a castigarle. Su creencia errónea (pensar que yo quiera más a su hermana) seguirá ahí”.
No aplicar la teoría del iceberg supone centramos solo en la conducta visible, no vemos el fondo (las creencias que lo motivan, el para qué –y no el por qué- se comporta así). “Esto nos impide solucionar el problema. Nos estamos limitando a tratar de controlar el comportamiento “erróneo” de nuestros hijos, y esto solo nos llevará a frustrarnos porque no lo conseguiremos”.
Si tu hijo siempre está de mal humor, si solo sabe quejarse, si ha pegado a su hermano o a un amigo del cole, si de repente se coge una rabieta que no entiendes, en vez de castigarle o ignorarle hasta que se le pase, debemos preguntarnos para qué hace eso, es decir, mirar en la base del iceberg. “No hay que pensar que nuestro hijo actúa de una determinada manera para molestarnos, sino porque le pasa algo”, señala María. Como dice la fundadora del Proyecto Educa Bonito, “nuestros hijos se portan mal porque no saben expresar lo que les pasa de otra manera, los malos comportamientos son malas decisiones que nos hablan de una necesidad. Y ante su necesidad mal expresada, muchas veces solo tenemos en cuenta cómo lo expresan, no lo que sienten de verdad”.