Míriam Tirado: “El hecho de gritar no depende del niño, depende de cómo estoy yo”

Míriam Tirado, consultora de crianza, nos ofrece en esta entrevista claves muy prácticas para ayudarnos si hemos decidido educar sin gritos.

Míriam Tirado, consultora de crianza, nos ofrece en esta entrevista claves muy prácticas para ayudarnos si hemos decidido educar sin gritos. Identificar los momentos de mayor tensión, entender cómo nos encontramos antes de gritar, comunicarnos en su mismo lenguaje y mirándolos a los ojos y recordar que nuestros hijos no tienen la culpa de que gritemos son algunas de las ideas que nos brinda.

 

Llevar un registro de los momentos de tensión para educar sin gritos

Míriam lo tiene muy claro cuando se le pregunta qué es lo primero que recomendaría a padres y madres que han decidido educar sin gritos: “que hagan un registro de en qué situaciones gritan más a sus hijos. ¿Es cuando ya anochece y estamos en esa fase de cena, baño y acostar?, ¿es por la mañana, cuando tenemos que ir al cole?”. Esto es importante, argumenta, porque  “si podemos darnos cuenta de cuándo es el momento de tensión en que nos surge el grito, podremos poner esa alarma de  “vale, ahora es momento de bañar y cena, voy a respirar y a intentar hacerlo de otra forma”. Si no nos damos cuenta de que en esos momentos nos estresamos más o estamos más cansados, nos saldrá el piloto automático”

Entender por qué gritamos para educar sin gritos

Hay varias razones que Míriam considera que nos pueden llevar a gritar. Puede ser “que estamos muy cansados y el niño en realidad no está haciendo nada mal” o que “vamos muy deprisa, a un ritmo que nuestro hijo no puede tolerar porque va más lento” o que “nos comunicamos con nuestro hijo con un lenguaje que no comprende: nos comunicamos desde la orden simple y mi hijo, que tiene tres años, no entiende por qué para mí lavarse los dientes es importante”.

Las soluciones a estos problemas son varias:

  • Si vemos que gritamos “porque estamos estresados, a lo mejor es que necesitamos más tiempo para nosotros o priorizar actividades y no sobrecargarnos el día”.
  • Si es que estamos demasiado cansados, “a lo mejor necesitamos descansar más u organizarnos de forma distinta en casa con la pareja, la familia o quien sea, para poder darnos esos momentos de descanso”.
  • “Si es porque nuestro hijo es pequeño y no sabemos comunicarnos en el plano que él entiende, que es el juego, tenemos que aprender. Si yo hago esa acción atractiva para mi hijo podrán entenderlo mucho mejor”. Por ejemplo, propone Míriam, si en vez de decirle “hay que lavarse los dientes”, hablo con los dientes: “Hola, dientecitos, ¿cómo estáis? ¿Queréis que os limpie?”. “El niño entiende este lenguaje, es su mundo. Si puedo trasladarle esas órdenes, que para él son aburridas, de esta forma que él va a comprender muchísimo más y le van a parecer atractivas, no tendrá ningún problema en hacer las cosas que le pedimos y no hará falta ponernos nerviosos”, señala Míriam.

Mirarles a los ojos y darles opciones para educar sin gritos

Algo que nos puede llevar a gritar es “decir las cosas a nuestro hijo desde la distancia, desde arriba”. De este modo, subraya Míriam, su apuesta sería que si “hay algo importante que queremos transmitirle, es mejor acercarnos, agacharnos, hablar con voz bajita”.

Otra de las sugerencias de Míriam es “darles alternativas, dejarles escoger. Cuando los niños a partir de los dos años empiezan a querer decidir ellos, para ellos es muy importante poder decidir en su día a día”. Si bien es cierto que habrá muchas cosas que no podrán decidir, porque son nuestra responsabilidad, “habrá muchas cosas que sí podrán decidir. Por ejemplo: “¿Recogemos ahora o después de cenar?”. Así es más fácil que no haya tensión, porque es la tensión, que va relacionada con la emoción que se nos va a despertar, lo que va a producir el grito cuando nos sintamos frustrados e impotentes”.

Educar sin gritos es nuestra responsabilidad, nuestros hijos no tienen la culpa

Miíriam quiere dejarlo claro, “no puedo culpar a mi hijo de hacerme gritar o hacerme enfadar. Muchas veces en una misma situación si los padres estamos descansados y tenemos tiempo no nos enfadamos y no gritamos. Y otro día con la misma situación si estamos cansados y estresados sí que gritamos”. Es decir, que el hecho de gritar o no “no depende del niño, depende de cómo estoy yo, de cómo me siento en ese momento. Por eso, es una decisión inconsciente: a mí me sale, porque me desconecto y me descentro, gritar”. Y subraya que nuestro grito “no es culpa del niño, en todo caso es responsabilidad de los padres el comunicarnos con él de una forma, con gritos, o de otra forma, más respetuosa. Somos nosotros, por lo tanto, los que tenemos que buscar recursos, herramientas, para conseguir hacerlo de otra forma, no cargar con ese peso a nuestro hijo”. De hecho, nuestro hijo “es el pequeño, es el que va a aprender de como nosotros lo hagamos. El ejemplo aquí lo damos nosotros: si yo me comunico con gritos, mi hijo va a entender que para comunicarse en momentos de tensión tiene que hacerse mediante el grito. 

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