Una de las quejas más recurrentes de las madres y padres es que nuestros hijos no nos hacen caso, no cumplen las órdenes que les damos. Esto nos lleva a sentirnos impotentes, desesperados y desmotivados.
Ante esto, cabría preguntarse, ¿por qué no hacen caso los niños?
¿Por qué no hacen caso los niños?
Hay varias, razones. Repasarlas nos ayudará a entender mejor qué podemos hacer para que nuestros hijos cumplan nuestras peticiones.
Mala comunicación
Uno de los errores que cometemos es decirles a nuestros hijos lo que no queremos que hagan, en lugar de decirles lo que sí pueden hacer. “Deja de correr”, “no grites”, “deja de pegar al perro”. ¿Qué ocurre cuándo damos una orden negativa? Que no le estamos diciendo lo que sí puede hacer, pensando que ellos deberían saberlo, pero para la corteza prefrontal de nuestros hijos, aún en desarrollo, no es tan evidente.
¿Y su cambiamos la forma en la que formulamos la orden?
Veamos ejemplos:
- “Deja de correr” por “Camina, por favor”
- “No toques eso” por “Las manos a los lados del cuerpo, por favor”
- “Deja de tirar de la cola al gato” por “Sé amable con el gato, por favor”
- “Deja de gritar” por ‘Habla más bajo, por favor”
Instrucciones confusas
Si yo te dijera ahora que fueras a la cocina, cogieras las tijeras. Luego fueras al salón y cogieras un libro. Para, después, llevar las dos cosas al baño, donde, además, deberías coger una toalla y llevarla al armario de la habitación, ¿qué pasaría? Pues que seguramente necesitarías que te repitiera de nuevo toda la información. Pues imagínate en el caso de un niño, que aún no tiene bien desarrollada el área del cerebro encargada de memorizar. Por tanto, una buena forma de conseguir que nuestros hijos cumplan nuestras órdenes, es dándoselas de una en una. En vez de decir: “ve a por tus zapatos y póntelos, y luego coge la mochila para ir a clase”, prueba a decirle: “ve a por tus zapatos”. Cuando los haya traído, le podemos decir que se los ponga. Y cuando los tenga puestos, que coja la mochila.
Órdenes no apropiadas para su edad
Pedir a un niño con dos años que permanezca sentado en la mesa durante todo el tiempo que los adultos tardáis en comer y hacer la sobremesa no es una petición adecuada. No, porque con dos niños un niño no tiene desarrollado su control de impulsos y, en cambio, tiene un abrumador deseo de moverse. Poner unas expectativas sobre nuestros hijos que no se ajustan a la realidad ni a su nivel de desarrollo solo nos llevará a la frustración.
Órdenes aburridas
Infancia es sinónimo de juego. Los niños aprenden, se relacionan, se comunican y se vinculan jugando. Por tanto, el juego es infinitamente más atractivo para ellos que cualquier tarea diaria. ¡Y si la próxima vez que le pidas algo utilizas el juego?
Por ejemplo:
- Quieres que meta sus juguetes en la caja donde se guardan. En vez de pedirle eso, proponle jugar a que la caja es una canasta y que hay que encestar todos los juguetes.
- Ponerse el abrigo. Conviértelo en una competición: ¿quién puede ponérselo más rápido?
Falta de control y poder de decisión
Lo cierto es que nuestros hijos pueden elegir muy pocas cosas en su día a día. Les decimos cuándo se levantan, a qué hora desayunan, qué hacemos cuando volvemos del cole, qué cenamos, si vamos a ver a la abuela o vamos al parque… Creo que todos podemos imaginar lo frustrante que puede resultar tener tan poco control. ¿Y si cambiamos la orden: “recoge tu habitación”, por “quiero que ordenes tu habitación hoy, ¿cuándo te gustaría hacerlo?”. Ofrecerle esa autonomía hará que esté más dispuesto a cumplir tu orden.
Nos olvidamos de la conexión
A menudo, para que nuestro hijo haga lo que queremos que haga, recurrimos a los gritos, las amenazas o los chantajes, y nos olvidamos de lo importante que es cuidar el vínculo y la conexión con ellos. Cuanto más conectados se sientan a nosotros, más probable es que nos hagan caso.
¿Te imaginas que tu jefe te pidiera que hagas algo hablándote mal? Seguramente no estaríamos dispuestos a hacerlo.
No empatizamos
¿Cómo te sentirías si estás en una fiesta, disfrutando con amigos, comiendo un canapé, y de pronto llega tu pareja con el abrigo en la mano y te dice: nos vamos? Mal, ¿verdad? Pues esto lo hacemos continuamente con nuestros hijos. ¿No sería mejor acercarnos a ellos y decirles que en 15 minutos tendremos que irnos, para que así se haga a la idea y se pueda despedir tranquilamente?