La adolescencia llega sin previo aviso: nuestros hijos e hijas cambian, no se quieren comunicar tanto con nosotros y comienzan a contestarnos de mala manera. Esto es una realidad que sucede en muchas familias y que no saben cómo afrontar.
Por esta falta de preparación y de información sobre esta etapa, la educadora social especialista en adolescentes Sara Desirée Ruiz ha escrito ‘El día que mi hija me llamó zorra’ (Toromítico), un libro que para la autora es una forma “de empezar a tomar consciencia de lo importante que es prepararse para la adolescencia, saber qué necesitan, cómo y cómo cuidarnos también para no ser devastadas por todas las circunstancias y conductas adolescentes que nos van a poner a prueba”. Hablamos con ella sobre su publicación y sobre la adolescencia.
- Tu libro se titula ‘El día que mi hija me llamó zorra’. Este título evoca la imagen de una madre que se da cuenta de que su hija no es la que era antes, no es su hija de ocho años que se porta bien, sino que ha cambiado. Pero le ha pillado de sopetón, se da cuenta demasiado tarde que incluso su hija la insulta. ¿Es esto lo que les pasa a las familias, llegan a la adolescencia tarde y sin haberse preparado para esta etapa en sus hijos?
En mi experiencia sí. Después de más de 20 años acompañando a familias con adolescentes puedo aventurarme a decir que suelen prepararse entre bastante y mucho para la infancia, pero poco o nada para la adolescencia. El desconocimiento generalizado que la sociedad tiene de la adolescencia, los numerosos mitos que existen sobre la etapa y la falta de recursos para acompañarla hacen que muchas veces se interpreten las conductas adolescentes de forma equivocada y que reaccionemos a ellas de forma poco recomendable. Las reacciones adultas suelen estar basadas en el miedo y el control durante esta etapa. Estas reacciones pueden provocar situaciones de gran tensión que aumentan la gravedad de los conflictos y dificultan el desarrollo de las personas adolescentes.
Es una etapa para la que las familias deberían prepararse mucho porque cuando llega pasa todo muy rápido y se suele generar un gran malestar emocional para todas las partes. Suelo decir que a mayor malestar emocional, mayores las conductas de riesgo. Esto quiere decir que cuanto peor se sienta la persona adolescente más posibilidades tiene de ponerse en riesgo.
Si nos preparamos, nos esforzamos en entender la etapa y aprendemos cómo necesitan que estemos a su lado y cómo podemos acompañar lo que les va sucediendo para ayudarlas a calmar el malestar emocional y prevenir los riesgos, nos y les facilitamos este período de transición hacia su vida adulta. Cuando te preparas para acompañar la etapa te pones a favor de su desarrollo y aprendes a disfrutar de lo que va sucediendo momento a momento, a pesar del miedo o la incertidumbre. Así es más probable que aproveches el potencial creativo de aprendizaje que tiene la adolescencia, que es enorme.
- Cuando llega la adolescencia, está la creencia de que no hace falta que nos preocupemos tanto como antes, como puede con las necesidades emocionales del adolescente. Estamos muy atentos en su infancia a todo lo que les pasa y todo lo que necesitan, pero cuando llega la adolescencia creemos que ya son suficientemente adultos como para saber regular sus emociones ellos solos, justamente cuando entran en una etapa llena de nuevas experiencias que les va a afectar emocionalmente. ¿Por qué es así?
En esta etapa necesitamos acompañarlas más que nunca. Estar más presentes que nunca, pero con condiciones. Yo propongo un acompañamiento de tipo prudente, que marca la distancia, pero presta toda la atención posible. El objetivo es detectar el malestar emocional para ayudarlas a regular sus emociones, prevenir los riesgos y acompañar las consecuencias de las conductas arriesgadas, porque arriesgarse se van a arriesgar.
Se van a arriesgar porque el cerebro adolescente necesita en este momento sentir gratificación constantemente y las conductas arriesgadas tienen ese componente de excitación que produce sensación de placer. Necesitan experimentar cosas nuevas para sentir esa sensación de recompensa que tenemos cuando conseguimos algo que queríamos conseguir.
El sistema límbico de nuestro cerebro, que rige las emociones, está desarrollándose de forma compleja, nuestra amígdala está más reactiva y nuestro córtex prefrontal no puede controlar todavía la conducta a la que las empujan las emociones, que son muy intensas. Por si fuera poco, todo tiene el potencial de estresarlas y la hormona encargada de volver a la calma tras un episodio de estrés produce el efecto contrario en las personas adolescentes y, en lugar de calmarlas como hace cuando somos adultas, aumenta la sensación de agobio. Por todo eso siempre digo que lo que les pasa no es personal, es cerebral, que es uno de mis lemas. Lo que hacen no es para fastidiarnos o hacernos daño.
Por todo eso es tan importante que aprendamos a relacionarnos con ellas, a comunicarles las cosas, a estar a su lado desde el respeto, sabiendo sostener y ayudándolas a sostener las miles de emociones que se van a generar en nuestro interior y en el suyo durante la etapa. Todo lo que les afecta puede afectar también a sus estudios, su convivencia en familia, sus relaciones de amistad, su autoimagen, su autoestima, su conducta en redes sociales… Convertirnos en adultas referentes para ellas y ponerlas en contacto con otras adultas que puedan convertirse en referentes y acompañar todos los momentos que va a traer la etapa es esencial para vivirla lo mejor posible y llegar a la vida adulta sin demasiadas consecuencias desagradables.
- Es posible que algunas madres y padres tengan que pasar un cierto duelo al entrar sus hijos en la adolescencia, pues pasan de tener toda la atención de sus hijos a que quizás no quieran hablar con ellos, les ignoren o incluso les insulten como en el título de tu libro. ¿Cómo pueden prepararse y cómo pueden acompañarles en esta etapa?
Totalmente. De hecho, es un duelo en toda regla. La adolescencia, sobre todo si no nos preparamos para ella, hace que se experimente “de repente” una sensación de pérdida muy profunda que puede llegar a ser muy dolorosa. Si no se han ido identificando las señales que han ido avanzando la nueva etapa, se puede tener la percepción de que todo ha pasado de un día para otro.
Se produce una sensación, ampliamente compartida por muchas familias, de que “es una persona diferente”. Muchas familias dicen: “me la han cambiado”, “no es la misma”. O se preguntan “¿dónde está mi hija y quién es esta desconocida que me trata mal y está siempre enfadada conmigo?” Entonces es cuando se siente esa pérdida. Cuando se siente la pérdida del control y se interpreta que las personas adolescentes van a su aire y quieren hacerlo todo “a su manera” se produce una desconexión que puede deteriorar mucho la convivencia y las relaciones familiares. Por ello, el primer paso para acompañarla es prepararse con antelación.
La adolescencia es un duelo en toda regla si las familias no nos preparamos para ella.
Necesitan más que nunca a personas adultas preparadas a su lado que sepan qué les pasa y cómo acompañar lo que viene. Por lo tanto, lo primero es entender cómo funciona el cuerpo y el cerebro adolescente y lo segundo aprender cómo podemos ir a favor de esta nueva situación tan intensa y llena de contrastes.
Para ello, deberemos centrarnos en aprender pautas para comunicarnos con ellas en este momento. La comunicación es clave, así como convertirnos en una persona que identifiquen como una fuente de información confiable y de trato respetuoso. Alguien con quien se sientan respetadas, valoradas y queridas. Es decir, vamos a tener que aprender, igual que aprendimos en la infancia, a hablarles y a tratarlas como necesitan en esta nueva etapa de su ciclo vital. También habrá que aprender cómo podemos poner límites sin descuidar la relación y sin faltar al respeto, cómo ayudarlas a tomar mejores decisiones, cómo acompañar las relaciones, las emociones, a detectar los indicadores de riesgo…
A pesar de todo lo que hay por aprender, no conviene saturarnos de información en la búsqueda de la perfección. No podemos perder de vista que no buscamos la perfección. Buscamos un acompañamiento humano, con sus momentos de perder los nervios y de pedir perdón, con su vulnerabilidad y sus incoherencias. Eso no se consigue desde la perfección, que es rígida en sí misma, se consigue desde la vulnerabilidad humana: me equivoco y te pido perdón, te equivocas y me pides perdón, y juntas vemos cómo podemos seguir construyendo nuestra relación a partir de ahí.
- Las familias se pueden extrañar ante algunas conductas como, por ejemplo, que como adolescente no quieran que se les vea con su madre, ya que es una forma de buscar autonomía y de libertad. Esto puede ser algo duro para los padres…
Las madres se lo pueden tomar mal porque desconocen que es tan importante para ellas que no les vean con sus amistades. La exploración de la autonomía y la búsqueda de la identidad son dos pilares fundamentales en la adolescencia. Ambos requieren del distanciamiento de la familia. Si una persona adolescente busca distanciarse de la familia y explora el mundo junto a sus amistades, desarrolla habilidades importantísimas para la vida y construye su identidad en un entorno rico en estímulos.
El problema es que la exploración viene con una cuota elevada de conductas y situaciones de riesgo porque nuestro cerebro, en un momento crucial de su desarrollo, no puede controlar de forma eficiente nuestra conducta social todavía ni regular solo las emociones tan profundas que sentimos.
Por eso es tan importante que las adultas del entorno estén preparadas para acoger toda la intensidad de la etapa, tanto las grandes oportunidades que favorecerán el desarrollo de su potencial como las circunstancias más desagradables y emocionalmente impactantes.
- En algunas familias llegan a la adolescencia desbordados y tienen un adolescente sin límites, que hace lo que quiere y que incluso se salta las normas. ¿Cómo pueden recuperar la confianza en estos casos?
Las familias que han llegado a la adolescencia sin haber puesto límites o habiendo puesto demasiados, además de otras consecuencias, pueden encontrarse con mayor dificultad para establecerlos en esta etapa teniendo en cuenta que ya, de forma natural, lo que pasa en la adolescencia con los límites es que las personas adolescentes no los entienden ni se los aplican todavía. Están desarrollándose aún para poder hacerlo y no pueden entender ni imaginar las consecuencias emocionales de lo que van a hacer o decir.
Para todas aquellas familias que sientan que la situación las desborda, mi primer mensaje sería que no se rindan. Que se cuiden mucho para reunir las fuerzas necesarias y se remanguen si quieren empezar a acompañar la etapa. Mi segundo mensaje sería que busquen ayuda si creen que solas no van a poder y que encuentren una red de personas que no las juzgue y las apoye porque el proceso puede llevar tiempo y puede resultar duro, aunque el objetivo es el bienestar de toda la familia y es un objetivo maravilloso por el que esforzarse. Por ejemplo, en 2020 nació el grupo de ayuda mutua para familias con adolescentes que dinamizo todas las semanas. Es un grupo online internacional de personas que quieren aprender a acompañar la adolescencia estando acompañadas en los buenos y en los malos momentos y con supervisión profesional.