El otro día escuché en la radio una frase contundente, dolorosa, que me hizo asentir rotundamente, no solo con el pensamiento, sino también con la cabeza: “El bullying son los padres”.
Muchos de los que estáis leyendo pensaréis que exagero, pero solo hay que echar un vistazo a veces a los grupos de Whatsapp de mamás y papás del cole, donde hay enemistades, competitividad, puyitas, desprecios… Y los cumpleaños. ¿Consideramos un comportamiento ético, ejemplar o educativo invitar a una clase al completo, excepto a dos niños, porque sus madres no nos caen bien? Esto ocurre. Y no solo ocurre, sino que cuando no se lo hacen a nuestro hijo, miramos para otro lado.
Si el bullying somos los padres, parece obvio que a la pregunta: “¿Realmente estamos educando a nuestros hijos para prevenir y erradicar el acoso escolar?”, la respuesta sea NO.
Para ayudarnos a tomar consciencia de esos actos o expresiones cotidianas que nos convierten en instigadores del acoso que luego podrían ejercer nuestros hijos, vamos a poner de manifiesto 7 muy comunes y normalizados. Y lo hacemos de la mano de una de las voces más autorizadas de la lucha contra el bullying en nuestro país, la docente y presidenta de No Al Acoso Escolar (NACE) Carmen Cabestany.
1. “Porque lo digo yo”
Todos hemos pronunciado alguna vez la sentenciadora frase “¡porque lo digo yo!”, o hemos recurrido a gritos, castigos, chantajes o amenazas para conseguir que nuestros hijos nos obedezcan. A corto plazo, conseguimos nuestro propósito, pero ¿nos hemos parado a pensar en los efectos a largo plazo? “Es muy probable que ellos asimilen que los gritos, el chantaje o las amenazas son formas válidas de relacionarse con otras personas; que piensen que, para sostener su autoestima tambaleante y sentirse superiores, han de imponerse a los demás pisoteando la autoestima del otro.
Cuando a un niño le hacemos ver que “mandamos” por el simple hecho de “ser mayores”, puede reproducir esa conducta de los adultos y repetirla sometiendo a los más débiles o a los más pequeños”, nos dice Carmen haciéndonos reflexionar sobre la importancia de nuestro ejemplo en la educación. “Educamos con nuestros actos, no con nuestras palabras”.
2. “Si te pegan, pega”
“Aunque lo hacemos con la mejor de las intenciones, cuando los padres decimos a nuestros hijos que se defiendan pegando, lo que hacemos es fomentar una espiral de violencia y enseñarles que la agresión, de cualquier tipo, es una herramienta válida para resolver los problemas”, advierte Carmen, para terminar concluyendo: “La violencia engendra violencia”.
3. “Mi hijo es muy responsable y sabe lo que hace”
“La mayoría de los padres no sabe qué páginas visitan sus hijos. La mayoría de los hijos visitan webs de contenido pornográfico o violento”, nos advierte Carmen. Y nos recuerda lo sucedido hace unos meses: “El juego del calamar, la exitosa serie de Netflix, fue, durante días, el tema de conversación del momento. Ocupó tweets, espacios en los informativos, artículos en los periódicos… y no precisamente por los altísimos datos de audiencia (que los tiene) sino por la preocupación que está generando su visionado por parte de niños y preadolescentes. Aunque la plataforma indica que la serie es para mayores de 16 años, muchos profesores han alertado de que en los patios de los colegios sus alumnos imitan algunos de los juegos que aparecen en la serie. El motivo de preocupación es la duda sobre qué puede suponer que niños de tan corta edad estén expuestos a imágenes y contenidos de una violencia tan brutal y explícita como la que se ve en El juego del calamar”.
Esta reflexión nos lleva a preguntarnos si nuestros hijos están consumiendo contenidos que no son apropiados para su edad.
“¡Atención!: todo esto puede traducirse luego en una puesta en práctica en el aula de lo que han aprendido, vivido o escuchado”, nos dice Carmen.
4. “Ahora gritas tú, ahora grito yo”
“Si nuestros hijos ven que mamá y papá están todo el día discutiendo, se gritan, se faltan al respeto… aprenderán que esa es la forma en la que se relacionan las personas entre sí y pueden terminar reproduciendo este patrón. Además, los gritos y peleas les generan gran sufrimiento, inseguridad e, incluso, sentido de culpabilidad”.
Con esta reflexión, Carmen nos insta a mirarnos a nosotros mismos, ver cómo nos estamos relacionando los adultos en casa. “Es importante que en casa nos hablemos bien, con respeto, con afecto; que exista un diálogo abierto en el que todo el mundo pueda expresar su opinión. Esto no significa que siempre tengamos que estar de acuerdo en todo, pero sí que cuando no lo estamos, podemos dialogar para llegar a un entendimiento”.
5. “¿Cómo fallas ese tiro, animal?”
Lamentablemente, una imagen que se repite en los campos de fútbol los fines de semana es la de los padres peleándose entre ellos o insultando al árbitro.¿Y qué ocurre cuando vamos en el coche? ¿Acaso no insultamos al conductor que nos ha hecho una faena, aunque estén nuestros hijos delante? ¿O al político de turno cuando sale en la “tele” diciendo algo con lo que no estamos de acuerdo? En este sentido, Carmen nos recuerda que nuestros hijos nos aprenden a nosotros: “Nuestros hijos no permanecen ajenos a estas situaciones, sino que aprenden de ellas, y no precisamente algo bueno. El acoso verbal es el más extendido entre nuestros niños y adolescentes. Lo normalizan desde la infancia”.
6. “¡Vaya pintas lleva esa!”
La tolerancia es, sin lugar a dudas, el antídoto contra el bullying. Educar a nuestros hijos en el respeto a todas y cada una de las personas, independientemente de sus características y diferencias es un aprendizaje fundamental. Pero, para ello, nosotros debemos ser tolerantes y respetuosos. ¿Lo somos siempre?
“Del mismo modo que todos somos diferentes físicamente, también lo somos moral y psicológicamente”, enfatiza Carmen.
7. “¡Mi hijo, no! ¿Quién ha dicho eso? ¿Dónde está la prueba?”
Te llama el tutor o la madre de un compañero y te dice que tu hijo le ha robado el bocadillo a Raúl en el patio. O que siempre se mete con Lucía y, si ella llora, encima se ríe. ¡Tu hijo! Tu pequeño angelito, cariñoso y adorable, ¿cómo va a hacerle daño a nadie? Pues los datos demuestran que el acoso escolar existe; por tanto, si hay víctimas que sufren, es justamente porque hay victimarios que les hacen sufrir. A veces el agresor ya ha apuntado maneras en el ámbito familiar, pero no siempre es así. “Puede suceder que sean encantadores en casa, pero se comporten cruelmente con sus compañeros de clase. Frecuentemente, los espectadores, aunque pueden ser buenos chicos, entran en el juego del agresor y refuerzan la conducta de éste por miedo a ser excluidos del grupo”.
“Este modelo de padres sobreprotectores y excesivamente permisivos contribuye a perpetuar el acoso escolar”, decía Carmen, para continuar instándonos a establecer normas y poner límites a nuestros hijos para evitar que se conviertan “en pequeños tiranos; y, en la edad adulta, en auténticos maltratadores”.
Para Carmen hay una cosa muy clara: “La erradicación del maltrato en la escuela pasa por una educación en valores en casa”.
Posiblemente, nuestra generación no acabará con el acoso escolar, pero está en nuestras manos educar a la generación que lo consiga. ¿Nos ponemos a ello?