Miguel López, más conocido como El Hematocrítico, después de llevar años escribiendo literatura infantil y trabajando como maestro de educación infantil y primaria, ha decidido dar el salto al mundo del ensayo con ‘Escúchalos’, un libro en el que ofrece su visión de la crianza tratando temas como: las actividades extraescolares, los deberes, el miedo a que nuestros hijos se aburran, los juguetes sexistas, la sobreprotección….
Hemos pasado un ratito hablando con él.
- Miguel, has definido este libro como un manifiesto en defensa de los niños. Un alegato en pro de una crianza más respetuosa, centrada en la empatía, la escucha, la ternura y el acompañamiento… ¿Por qué crees que nadie piensa en los niños, que los adultos no nos ponemos en su lugar ni les escuchamos?
Según vamos creciendo, nos vamos desvinculando del niño que éramos nosotros. Y, llega un momento, que los niños nos parecen extraterrestres. Esa ruptura con tu niño del pasado produce esta desconexión con la infancia que nos lleva, en la mayoría de los casos, a tratar a los niños como proyectos de adultos. Es como si la vida fuese eso que pasa de los 25 a los 60 años, más o menos. Lo anterior es como un entrenamiento para llegar a esa periodo.
- El pedagogo Francisco Tonucci dice que otro gallo cantaría si los niños pudieran votar…
Exacto, los niños no generan dinero, no se abren una cuenta de Neflix, no firman una hipoteca. Y, en un mundo en el que la vida es eso que haces mientras puedes producir y comprar cosas para que los engranajes funcionen, nadie piense en aquellas personas que no producen, en este caso, los niños.
- ¿Podrías ponernos un ejemplo cotidiano que demuestre que nadie piensa en los niños, que necesitamos alzar la voz con un manifiesto como el que has escrito?
Por ejemplo, el debate que se repite cada cierto tiempo en redes, en los medios, en conversaciones en la calle… de si debemos llevar a los niños a los restaurantes o de si deben existir los hoteles sin niños… Yo te aseguro que la persona que inicia ese debate porque un niño le ha molestado mientras trataba de disfrutar de una comida tranquila o de un baño en la piscina ha tenido peores experiencias con adultos, pero nadie plantea el debate en si debemos prohibir la entrada a determinados sitios a los adultos. Y esto es porque vemos a los niños como un colectivo, un enjambre, pero no es así. Los niños son personas. Algunos están mejor educados que otros. ¿Molestan los niños en los espacios públicos? Depende. Depende de lo cansados que estén, de lo adaptado que esté el espacio para ellos…de muchas cosas.
- ¿Esta visión adultocéntrica nos lleva a pretender, además, que los niños se comporten desde muy pequeños como adultos?
Por supuesto. Cualquiera que trabaja con niños sabe que hay un tiempo límite para realizar una actividad con ellos. En seguida pierden la concentración, se aburren, y necesitan pasar a otra tarea porque así es cómo funciona su cerebro. No podemos pretender que un niño esté tres horas sentado en un restaurante mientras los adultos comemos y hacemos sobremesa. Habrá que llevarle cuentos, puzzles, sacarle al parque de enfrente un rato… Empatizar con ellos.
Portada del libro ‘Escúchalos’, de Miguel López /
- Por un lado, pretendemos que se comporten como adultos y, por otro, nosotros les tratamos como nunca trataríamos a un adulto…
O sí trataríamos así a un adulto, pero nos acusarían, obviamente, de maltratadores. Amenazamos, gritamos, encerramos a los niños castigados en habitaciones, pero si tuviéramos esa misma actitud con nuestra pareja, nos estarían señalando como maltratadores, cuando en ambos casos hay una persona ejerciendo violencia sobre alguien que tiene menos “poder”. Es un tema delicado, que a nadie le gusta escuchar, pero es verdad. Tú no puedes gritar, chantajear a un niño. La principal herramienta en la educación es el respeto.
- Dices en el libro que “los niños de ahora son iguales que el niño que éramos nosotros”. ¿Sería tan fácil como, eso, como recordar lo que necesitábamos nosotros a su edad?
Sí. Totalmente. El título del libro es ‘Escúchalos’, pero no solo me refiero a los niños de ahora, sino a nuestro niño del pasado. Nuestros hijos muchas veces no saben lo que necesitan, un niño no te va a decir que necesita una tarde entera libre para aburrirse, pero tú si puedes recordar esas tardes en el salón de casa leyendo Mortaledo, y no tenías que ir de 7 a 8 al taller de alfarería mindfulness.
- Dices en el libro que “El tiempo libre de los niños está siendo constantemente atacado”. Y pones de ejemplo los excesivos deberes que tienen que hacer después del colegio, la cantidad de extraescolares a las que les apuntamos… en definitiva, la “hiperagendización” a la que les sometemos. ¿Qué hay detrás de todo esto?
Nosotros estamos metidos en la rueda de la sociedad, del capitalismo, y todos nuestros ratos tienen que ser “para algo”, tenemos que estar “produciendo” a todas horas. En este contexto, nos da la sensación de que si una tarde nuestro hijo no hace nada, estamos perdiendo unas horas valiosísimas para prepararle para el futuro. Estar en casa leyendo un cuento o jugando a lo que al niño le apetezca nos genera ansiedad. Pensamos que nuestros hijos debería estar en un taller de lettering. Y esto es por lo que hemos hablado antes, vemos a los niños como proyectos de adultos a los que tenemos que formar continuamente para el futuro, y nos cargamos su presente.
- ¿Cuales son las consecuencias para los niños?
La principal consecuencia es que los niños se convierten en personas incapaces de gestionar su ocio, su tiempo libre. Cuando se enfrentan a un espacio en blanco, se paralizan, les tenemos que decir nosotros que lean un libro, que jueguen a un puzzle. Están acostumbrados a que les tengamos las agendas llenas, y les digamos a cada momento lo que tienen hacer, hasta el punto que llega un momento en que nosotros nos ponemos a hacer la comida o a contestar mails y ellos no saben qué hacer. Es como si les llevásemos en brazos porque andar es muy cansado y de un día para otro les pidiéramos que caminasen. No pueden porque no saben, nadie les ha enseñado.
- Hablas en el libro de los hipercumpleaños. Que no es otra cosa que celebrar los cumpleaños de nuestros hijos como si fueran bodas. Castillos hinchables, regalos por doquier… Nosotros nunca vivimos eso…
No, para nada. Los niños hemos pasado de ser un poco más importantes que el gato a ser el centro de todo. En los cumpleaños de la gente que fuimos niños hace unos cuantos años, como mucho había una Fanta de naranja que compartíamos entre todos y unos sandwiches de paté y gusanitos. Ahora parecen, como dices, bodas.Todos somos conscientes en que estos cumpleaños se nos han ido de las manos, que hay que bajar el listón, que hay que volver a algo más sencillo, pero al año siguiente repetimos, estamos en la rueda.
- Claro, aquí entra en juego la culpa… Todos sabemos que estamos perdiendo la cabeza, pero a ver quién es el primero que “deja” a su hijo sin ese hipercumpleaños que sí tienen todos sus amigos…
Las redes sociales han hecho mucho daño. Tú ves la vida de las madres influencer, que están pasando el fin de semana en la montaña, haciendo senderismo.. y tú piensas: ¿cómo voy a pasarme yo el fin de semana viendo Toy Story en casa? Pero es que además están comiendo ensalada con aguacate y nosotros macarrones con tomate. Y te sientes mal, pero eso no es real, el día a día no es así.
- También hablas de sexismo, de cómo educamos diferente a los niños y a las niñas… y también de cómo, si decides no hacerlo, vas a contracorriente, porque la sociedad todavía sigue dividiendo el mundo en azul y en rosa… ¿Qué podemos hacer para que nuestros hijos no se vean influenciados por todo este entorno de príncipes y princesas?
Es muy complicado, porque como dices, el mundo está planteado en rosa y en azul. Lo que sí podemos hacer es señalarlo y conseguir que nuestros hijos sean críticos con esto. No podemos evitar que el dependiente de una tienda te pregunte delante de ellos si el regalo lo envuelve con papel de regalo para niña o para niño, pero sí puedes conseguir que tu hijo sea consciente de que esa pregunta no tiene sentido. Y, ahí es donde reside el cambio.
- He rescatado una frase de tu libro que me parece que podría ser una buena definición de la maternidad o la paternidad: “El viaje por el desarrollo emocional de tus hijos es largo y tortuoso. Lleno de baches y de curvas. Muy mal asfaltado y seguramente resbaladizo cuando llueve. Pero ahí tenemos que estar nosotros, en el asiento del copiloto, con el cinturón puesto y felicitándonos por lo bien que están conduciendo, aunque nuestro corazón esté a punto de salirse del pecho por alguna cafrada que acaba de hacer en alguna curva”. ¿Qué nos cuesta más, no bajarnos del coche para quitarles los piedras o asumir que ellos no conducen como nosotros, que puede que elijan otros caminos distintos y su meta sea otra?
Tienes un hijo, sale de ti, lo crías, pero a lo mejor tu hijo no es cómo esperas que sea. Es muy difícil asimilar que tus hijos no son tú, pero es importante prepararte para eso. Como también es importante mentalizarse de que la mejor forma de ayudar a nuestros hijos es dándoles herramientas para que sean ellos quiénes se enfrenten a las dificultades, porque las dificultades van a estar ahí. A la autonomía nuestros hijos llegan con ensayo, error.
- En el libro hablas de los adolescentes…. Si los niños son los grandes incomprendidos, los adolescentes mucho más. ¿La culpa de esto está en que los adultos no aceptamos la brecha generacional que nos separa?
Los adolescentes siempre van un poco por delante. Son los que empezaron con el rock and roll, el rap, ahora con el streaming.. Traen las cosas del futuro al presente. Y el papel de los padres es decirles que el rock and roll es un desastre, que lo bueno es la copla. El motivo es que nos hacemos mayores, pero no nos damos cuenta, o no queremos darnos cuenta.