Victoria tiene tres maravillosos hijos ya mayores. “Ya están criados, en unos años me tocará que me cuiden ellos a mí”, dice mientras charlamos con ella. Los hijos de Victoria son de ese tipo de hijos que cualquier persona estaría orgullosa de tener: responsables, cariñosos, educados y, sobre todo, como dice Victoria, “buena gente”.
Educar siendo pesada
A pesar de su “éxito educativo”, Victoria reconoce cosas que le hubiera gustado hacer diferente. “Si hubiera sabido más sobre el significado del apego, hay momentos que cambiaría, o si hubiera sabido cómo funciona el cerebro de nuestros hijos y lo negativo que es poner etiquetas, sin duda no hubiera repetido tantas veces a mi hija frases como: “eres insegura, tienes que ganar seguridad”. Victoria lo dice sin lamento alguno, reconociendo humildemente que ella fue la mejor versión de madre que supo ser. Visualiza sus errores, que fueron muchos, pero se da un “notable alto” como educadora.
De nuestra conversación con ella extraemos la frase que da título a este artículo: “De lo que más me arrepiento es de haber sido pesada”. Victoria ha llegado a la conclusión de que ocuparse y preocuparse repitiendo hasta la extenuación parece que forma parte del papel de los padres al educar, pero le parece que es un defecto extendido a corregir. “Nuestros hijos saben y hacemos que parezca que no sepan. Nuestros hijos son responsables y, siendo tan pesados, hacemos que dejen de serlo. Nuestros hijos merecen que confiemos en ellos y nuestras continuas repeticiones desde pequeños hacen que creemos un clima de desconfianza y dependencia”.
Entonces, ¿cómo hacerlo?
Victoria llega a la conclusión de lo bueno que sería educar sin ser pesados, sin provocar tensiones innecesarias, hablando siempre cordialmente. “Si nos explicamos bien, si somos suficientemente convincentes, los niños, por lo general, aprenden a ser responsables muy pronto. Recuerdo el día que me di cuenta que no volvería a preguntarle a mi hija: ¿cuándo vas a estudiar? Ese día me miró, se partió de risa (de buenas maneras) y me dijo, “mamá, que tengo dieciséis años y no sé si te has dado cuenta pero no me hace falta que nadie me diga que tengo que estudiar. Me abracé a ella y le dije, “cuánta razón tienes, hija. Qué pesada soy”.
“Así pues, desde ese puesto privilegiado que proporciona la edad, quiero decirle a vuestros centenares de miles de madres y padres que os siguen que no sean pesados, que no repitan ni diez, ni cien veces las mismas cosas a sus hijos. Que disfruten viéndoles crecer y aprender. Que no aspiren a que hagan exactamente lo que ellos esperan. Nuestros hijos llevan un volante diferente al nuestro, aceleran, frenan y embragan en la vida a su manera y nosotros estamos para acompañarles, ayudarles, vigilarles, corregirles cuando corresponda, pero no para ser unos pesados. Que ser pesado es un oficio muy feo” concluye esta madre con la que nos ha gustado mucho hablar.
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¿Y tú? ¿Hay algo que te gustaría corregir?