¿Has oído hablar del experimento de las golosinas? ¿Y del experimento del puzle? Son experimentos educativos que se llevaron a cabo con niños y que dieron lugar a hallazgos muy interesantes a la hora de enseñar o sobre las consecuencias que tienen ciertas decisiones educativas. Además de estos dos experimentos, hemos seleccionado otros dos muy buenos de los que ya hemos hablado también en el blog.
El experimento de las golosinas
Es uno de los experimentos educativos más conocidos. Refleja la fuerza de voluntad de los niños y la importancia de enseñarles a esperar.
El experimento lo llevó a cabo el psicólogo Walter Mischel a finales de los 60 y consistió en lo siguiente: encerrar a un niño de entre cuatro y seis años en una habitación con una nube de golosina o una galleta. Antes de dejarle en la habitación, le decía que si esperaba quince minutos sin comérsela, transcurrido ese tiempo le daría otra golosina más, doble premio.
El psicólogo cuenta que muchos niños se tapaban la cara para no ver la golosina, otros se daban la vuelta, lo que demostraba lo difícil que les resulta esperar. Al final, solo una minoría se comió el dulce enseguida, pero también solo un tercio fue capaz de aguantar los quince minutos.
18 años después, Mischel descubrió que los niños que habían aguantado más, que tardaron más en comerse la golosina (o no se la comieron), habían sacado mejores notas y ya entrando en su vida adulta, tenían mejor salud y menor probabilidad de caer en adicciones.
Como nos contaba hace tiempo Patricia Ramírez, psicóloga del deporte y de la salud, la fuerza de voluntad se asocia con el esfuerzo necesario que necesitamos para alcanzar objetivos a corto plazo, que suponen un sacrificio (no comerse la golosina), pero que nos benefician a largo plazo (tener doble premio). Por eso es muy importante que les enseñemos a esperar y a priorizar.
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El experimento del puzle
“Alabar la inteligencia de los niños perjudica la motivación”. Esto lo dijo Carol Dweck, la profesora de Psicología de la Universidad de Stanford que llevó a cabo este experimento con 400 estudiantes. ¿Qué demostró con él? La importancia de motivar a nuestros hijos en el esfuerzo por encima de todo.
Lo hizo de la siguiente manera. A cada uno de los 400 estudiantes le dio a montar un puzle. Cuando terminaron, a una mitad la felicitaron elogiando su inteligencia, con frases tipo: “¡Qué listo eres!”; a la otra mitad, en cambio, la felicitaron elogiando su esfuerzo: “Bien, has trabajado duro”.
Los investigadores querían ver si la manera de elogiar (la inteligencia o el esfuerzo), tenía alguna consecuencia en el comportamiento o en la actitud de los estudiantes. E hicieron lo siguiente. Les propusieron hacer un test. Cada estudiante podía elegir entre hacer uno más fácil y uno complicado. Las dos terceras partes de los estudiantes que habían sido felicitados por su inteligencia eligieron el test más fácil, mientras que el 90% de los que habían sido elogiados por su esfuerzo eligieron el test complicado. Los que habían sido elogiados por su inteligencia no querían perder su etiqueta de inteligentes.
Después, en una tercera prueba, los elogiados por su inteligencia empeoraron, mientras que los otros mejoraron sus resultados.
Lo que vino a decir este experimento es que debemos inculcar a nuestros hijos el esfuerzo, el dar lo mejor de sí mismos, en lugar de decirles “¡qué lista eres!” porque así, motivando el esfuerzo, haremos que nuestros hijos vean los retos (como el hecho de elegir una prueba más difícil) como oportunidades de mejorar.
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Pigmalión en las aulas
Este experimento demostró la fuerza que tienen las etiquetas en la educación de los niños y, por tanto, la importancia de desterrarlas. Cómo influyen las expectativas de un profesor en los comportamientos de sus alumnos y cómo puede afectar a su evolución escolar.
El experimento fue así. En los años 60, Lenore Jacobson y el psicólogo Robert Rosenthal hicieron un test de inteligencia a 320 estudiantes de una escuela de Primaria. Después, le dijeron a los profesores que 65 de esos estudiantes tenían una inteligencia por encima de la media. No era cierto. Lo que querían comprobar era lo que ocurrió meses más tarde. Cuando volvieron a hacer los test de inteligencia sobre los mismos estudiantes, aquellos que habían dicho que eran brillantes presentaron un cociente intelectual mucho más alto. Las expectativas del profesor acerca de las capacidades de los alumnos provocaron los comportamientos o conductas que esperaba de ellos.
El psicólogo Alberto Soler señala que “las etiquetas condicionan un trato diferencial y tienen la capacidad de hacer que tratemos de encajar mejor en lo que se espera de nosotros”.
Recomendación: ¡Elogia el esfuerzo de tus hijos, su actitud y transmítele seguridad!
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El experimento Harlow y la teoría del apego
Este experimento lo realizó el psicólogo Harry Harlow en los años 60 a partir de la teoría del apego de Bowlby, que hablaba de los efectos tan negativos que tenía para los bebés la privación materna. Para probarlo, Harlow utilizó monos, algo que se ha considerado bastante cruel.
Hasta Bowlby, las teorías anteriores señalaban que las crías solo se acercaba a la madre por comida.
Entonces Harlow separó a varias crías de mono de sus madres al poco de nacer. Las metió en jaulas individuales y puso dos “madres”: una era una simple construcción de cable y llevaba un biberón, y la otra estaba recubierta de esponja, era blandita, y estaba envuelta en un paño. Hizo varios experimentos, cambiando el biberón de una “madre” a otra, y al final descubrió que la mayoría de los monos pasaban más tiempo con la “madre” recubierta con el paño, más “madre”, que con la de cable.
Las crías preferían al muñeco aunque no tuviera alimento. Harlow demostró la importancia del amor incondicional y del apego; las crías, los bebés, necesitan a sus madres cuando nacen.
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