Catherine L’Ecuyer, que nos cautivó en la primera edición de Gestionando Hijos en Madrid hablando de educar en el asombro y ha escrito Educar en el asombro y Educar en la realidad, ha hablado hoy en el Congreso de los Diputados del derecho de niños y niñas al juego y nos habla de la necesidad de un cambio de paradigma en educación. Esta es su ponencia íntegra, que ha tenido la amabilidad de compartir con nosotros.
Señoras y señores Diputados,
¿Por qué los niños suben los toboganes escalando en vez de por las escaleras? Y les decimos: “¡No hagas eso!”. ¿Por qué lo hacen? ¿Por mala educación? No. Lo hacen porque buscan retos que se ajustan a sus capacidades. Jugar es eso. ¡No es perder el tiempo! Es buscar retos que se ajustan a nuestras capacidades.
El juego desestructurado es clave para el aprendizaje del niño. Es juego desestructurado cuando el niño se pone en marcha a través del juego, ya sea un tobogán, una peonza, una cabaña en un árbol,o una hoja encontrada por el camino. No hemos de confundir ese juego con la diversión pasiva, que ocurre cuando en vez de ser el niño el que se pone en marcha a través del juguete, es el juguete o la pantalla la que se pone en marcha a través del niño. En ese último caso, es el dispositivo con los algoritmos de sus aplicaciones el que lleva las riendas, ante la mirada pasiva y la atención mermada del niño que reacciona frente a unas recompensas frecuentes e intermitentes.
Los estudios nos dicen que el juego desestructurado mejora las funciones ejecutivas de los niños. ¿Qué son las “funciones ejecutivas”? Son un conjunto de habilidades cognitivas que favorecen la fijación de las metas, la atención, la autorregulación, la planificación, el uso eficiente de la memoria de trabajo, etc. Los estudios nos confirman que esas habilidades cognitivas son las que influyen positivamente en el rendimiento escolar.
En cualquier caso, el verdadero valor del juego, o de las artes como por ejemplo la música o el teatro, no reside en su mera utilidad.
-¿Para qué te sirve, Sócrates, aprender a tocar la lira si vas a morir?
Y responde Sócrates, -Para tocar la lira antes de morir.
¿Útil para qué? Si la utilidad no remite a los fines de la educación, entonces esa “utilidad” no tendría ningún sentido. Considerar la educación como un fin en sí, dando un excesivo protagonismo a los métodos y a las herramientas, quizás esa es la razón por la que hay tanta educación en las escuelas y tan poca en los alumnos.
Entonces, ¿cuáles son los fines de la educación? Los principales filósofos coinciden en que la educación es la búsqueda de la perfección de la que es capaz nuestra naturaleza. Por lo tanto, “¿qué es lo que reclama nuestra naturaleza?” es una pregunta relevante para poder diseñar una educación con sentido. Lo que nos lleva a preguntarnos: “¿Más es mejor?” Más estímulos a través de la estimulación temprana, más horas lectivas, más deberes, más extraescolares, más pantallas, adelantar la escolarización formal, etc. ¿Todo eso es mejor? Los últimos estudios neurocientíficos nos indican que “más NO es mejor”. “Más es mejor” es un neuromito reconocido por la OCDE como una mala interpretación de la literatura neurocientífica. ¿Quizás ese es el motivo por el que Finlandia, un país que da mucha importancia al juego en la etapa infantil, que retrasa la educación formal a los 7 años y que tiene menos horas lectivas y de deberes que otros países, encabeza el informe PISA año tras año? Dice Howard-Jones, un experto inglés en neurociencia cognitiva aplicada a la educación, en un documento publicado por el Consejo de Investigación Económica y Social de Inglaterra: “En contra de la creencia popular, no existen evidencias neurocientíficas que justifiquen empezar la educación formal cuanto antes.”
Hemos de olvidarnos del paradigma conductista, que reduce el niño a un ente pasivo, a un cubo vacío que vamos llenando con un bombardeo continuo de informaciones fragmentadas. Ese modelo se apoya en tres ejes: la memorización, la repetición por la repetición y la jerarquía como única fuente de conocimiento. Ese modelo lleva al conformismo, a la inercia, al déficit de pensamiento, a la pérdida del interés por aprender, y por lo tanto directamente o indirectamente al fracaso escolar.
Ahora, ¿cómo hacer para solucionar todos esos problemas que nos vienen del paradigma conductista? Recordemos, ¡la utilidad no debe ser el fin! Pero, si buscamos de forma desinteresada todo aquello que la naturaleza del niño reclama, y por lo tanto que remite a los fines de la educación, entonces se nos dará motivación, innovación, interés por aprender y buenos resultados académicos, por añadidura. En otras palabras, utilicemos nuestra imaginación y volvamos al tobogán. Imaginemos una sociedad en la que el juego tenga un papel clave en la infancia. Imaginemos unas personas acostumbradas desde pequeños, a buscar retos que se ajusten a sus capacidades. Habría más emprendedores, más innovación, más creatividad. Habría más motivación interna, más interés por aprender y por trabajar.
Muchas gracias.
Puedes ver la intervención de Catherine L’Ecuyer en el Congreso de los Diputados aquí.
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