¿Has tenido esta sensación alguna vez? Has mirado un buen día a tu hijo o hija y has pensado: ¿qué me he perdido? Ya no es el mismo, ya no me entiende. O algo que duele un poquito más, tu hijo te ha dicho ya eso de “ya no me entiendes, papá”. Qué golpe en el corazón, ¿verdad? En esos momentos aparece ese abismo de la incomprensión y la incertidumbre que no sabes hacia dónde os va a llevar (perdonad el dramatismo literario).
Hay momentos en la relación con nuestros hijos (y no solo sucede en la adolescencia) donde parece que se corta la comunicación. Que hay algo que ya no fluye de la misma manera. Y sí, en la adolescencia es donde más patente se hace, pero te puedo asegurar que, si lo miras con detenimiento, ha habido otros momentos antes que ese, lo que sucede es que no han sido tan difíciles de gestionar… Ay, la adolescencia, qué momento tan bonito y complicado a la vez.
La cuestión es que, sobre todo en la adolescencia, es donde podemos afirmar con más rotundidad que alguien ha cambiado a nuestro hijo y que eso hace que nuestra relación, nuestra comunicación falle. Y no es así…, tengo que decirte algo…, nadie ha cambiado a tu hijo…, está cambiando él. Y sin ánimo de que te “agobies” mucho tengo que decirte otra cosa… Es posible que tú no te hayas adaptado a ese cambio. No has cambiado tu manera de relacionarte con él y ahí empiezan los choques frontales.
Así que, toca que nos hagamos una pregunta: ¿qué debo hacer para entender esta nueva situación? Sencillo…, bueno, no, no es sencillo, al menos no siempre, pero sí posible. Lo que debo hacer es resintonizar la emisora de radio. Esta es la palabra clave para entender el camino educativo. Con la adolescencia aparece un nuevo lenguaje físico-mental, nuevas amistades, nuevos horizontes. Y la mayoría de ellos ya no los construyen con nosotros, sino con otros. Creo que eso es lo primero que debemos empezar a aceptar, que ya no somos “únicos” para nuestros hijos, ni tampoco exclusivos. Pero, cuidado, eso no significa que desaparezcamos o que ellos ya no nos necesiten. ¡¡¡No!!! Eso significa que debemos buscar nuestra nueva silla en este nuevo espectáculo, porque ellos siguen necesitándonos, pero a otra distancia.
Con la adolescencia aparece un nuevo lenguaje físico-mental, nuevas amistades, nuevos horizontes. Y la mayoría de ellos ya no los construyen con nosotros, sino con otros. Creo que eso es lo primero que debemos empezar a aceptar.
Sí, lo sé, duele. Soy padre de adolescentes… Duele no poder ser el único al que mira; duele que las tardes del sábado o del domingo ya no hagáis cosas juntos (o al menos no siempre); duele que ya no te vea como infalible y sí a otros… Pero tengo buenas noticias para ti. Lo que empieza con la adolescencia es algo maravilloso que puede hacer que, con el tiempo, os una más, pero debes entender el camino a emprender. ¿Preparados?.
Lo más importante ya se ha dicho (a tu hijo no lo están cambiando, está cambiando), de lo que se trata ahora es de, simplemente, aprender a cómo relacionarme con mi “nuevo” hijo.
De dónde vienen
Vienen de descubrir el mundo. De los 6 a los 12 años (siempre más o menos) ha sido una etapa de descubrir que todo tiene una lógica, de que el mundo tiene unas reglas y eso le permite empezar a descubrir lo que es bueno. En todo este tiempo hay que tener en cuenta, muy en cuenta, que el niño tiene una mirada confiada.
Aquí la familia y los padres somos la gran referencia y aparece la importancia de la amistad. Aquí consolidan su personalidad por eso es un gran momento para trabajar la autoestima y formar parte de su “volcado de emociones y preocupaciones”. Te voy a decir un secreto a tener muy en cuenta que me descubrió Cristina García Fernández hace ya un tiempo: un adolescente que te habla es un niño con el que has hablado y escuchado. Este va a ser el título de nuestro próximo libro, no lo olvides.
¿Y en la adolescencia?
Aquí viene la clave. En esta etapa ya no quieren descubrir el mundo (o no solo eso), quieren descubrir SU mundo. La novedad no está fuera de ellos, sino dentro. Necesitan comprender las cosas y aparecen muchas dudas. Y tienen la necesidad de generar un distanciamiento con nosotros. Pero, créeme, ese “distanciamiento” no es tan real como parece.
Aquí es donde debes empezar a esmerarte en ese diálogo imprescindible con tus hijos. Esa comunicación clara y precisa que os adentrará en una montaña rusa de emociones y de situaciones rocambolescas. Cuando estés ahí, recuerda esto: la vida es una carrera de fondo y la adolescencia solo va del kilómetro 13 al 18. Y en este tramo debo como he avanzado en líneas anteriores, resintonizar la “emisora de diálogo”.
Claves sencillas y efectivas
- Primero escuchar
No hay mejor manera de mantener un diálogo fluido que escuchando. Y eso implica muchas cosas, ya que escuchar es más complicado de lo que parece: implica eliminar ruidos internos (y externos), tener la rectitud de corazón de comprender lo que el otro me dice, verificar que he comprendido lo que me han explicado, no juzgar mientras escucho… ¿Lo ves? Escuchar plenamente no es fácil.
- Después hablar, pero para que me entiendan
Otra clave importante es no estar pendiente de si a mí me gusta lo que estoy diciendo, sino más bien si mi hijo lo está entendiendo. ¿Cuántas veces decimos algo que no llega a entenderse?. Piénsalo, ¿por qué sucede? ¿Puede ser que estés utilizando un lenguaje poco adecuado? ¿Puede ser que hables desde tu perspectiva y no desde la suya? ¿Puede ser? Pensemos bien qué queremos decir, por no hablar del cómo.
- Buscar el lugar y momento adecuado
Es importante entender que ni todo lugar, ni todo momento es el adecuado. Sé que hay momentos en los que es difícil mantener la compostura. Diríamos algo rápido y contundente y delante de quien fuera. Pero cuál es el objetivo que tenemos cuando queremos corregir a nuestros hijos, por ejemplo, ¿Ganar o educar? ¿Demostrar que tenemos razón o que se dé cuenta que puede ser mejor de lo que es? ¿Mostrar desconfianza o mostrarle toda la potencia que hay dentro de él que nosotros sí vemos? Reflexiónalo.
- Ser coherente
Si algo me ha demostrado todos mis años como educador (y como padre) es que la verdad convence. Otra cosa es el tiempo que pasa hasta que uno se da cuenta de eso, pero sucede. Nosotros, como padres (y tal y como comentaba en el otro artículo), debemos ser una propuesta educativa firme y coherente. Esto es lo que más seguridad le va a dar a nuestros hijos. Esto es lo que va a hacer de nuestros hijos personas libres y felices.
Recuerda, la verdad sobre lo que somos y hacemos es lo que nos hace libres a nosotros y a los que nos observan. Y como muy bien sabes, los que más nos miran son nuestros hijos. Así que no tengas miedo a comunicarte con tu hijo (esté en la edad que esté) con libertad, verdad, amor y entrega. Ese es el camino para que nuestros hijos tengan la posibilidad de vivir en plenitud, y a nuestro lado.