Ojalá este post llegara a tanta gente que la mujer que lo ha inspirado pudiera leerlo. Ojalá me hubiera atrevido a seguirla y decirle lo que opino de ella. Pero no, sólo le dediqué la mejor de mis sonrisas. No fui capaz de hacer nada más… aunque creo que fue mejor así.
El lunes 15 de junio por la tarde volvía a casa sola. Salí a hacer unos recados y mi marido se quedó con los niños. Siempre procuro dedicarles el 300% de mi atención cuando estoy con ellos, por eso cuando estoy sola y tengo tiempo suelo observar, escuchar los ruidos de la calle, dar rodeos para pasar por sitios que me gustan o sentarme un par de minutos en algún banco a ver pasar a la gente. Recuperar ese mundo que deja de existir cuando mis hijos me lo llenan por completo ( en el mejor de los sentidos, ¡”claroestá”!).
Decidí volver por una calle peatonal que llega justo hasta mi casa. Lo malo de esa calle es que es una cuesta bastante empinada, pero a las 7 de la tarde tiene una luz genial, así que pensé “la cuesta te viene fenomenal” y empecé a subirla.
A medio camino me fijé en que una mujer subía un carrito unos metros por delante de mi, con un niño de unos 2 años sentado y una niña de 6 andando a su lado. La mujer parecía realmente cansada. Por el nivel de su “despeine”, las bolsas colgando del carrito y la mochila con los patines de la niña, deduje que había tenido un día muuuuy largo.
Subían tranquilos y en silencio hasta que el niño empezó a llorar. Era un llanto fuerte y constante. Parecía cansado. Su hermana decidió que lo mejor sería propinarle una colleja, que lo único que consiguió fue empeorar la situación.
He de confesar que juzgué. Y juzgué fatal. Esperaba la resignación cognitivo-conductual que se ve constantemente por la calle ( niño modo “berrinche”-madre muy nerviosa ignorando) o una reacción al estrés por parte de ella tipo “dejadlo ya”, “quietos”, “Sin llorar” o algo por el estilo….
CÓMO ME HA GUSTADO EQUIVOCARME.
La mujer empezó a cantar.
“Para dormir a un elefante, para dormir a un elefante…”Cantaba sonriendo, tranquila. Su hijo se giró para mirarla e inmediatamente dejó de llorar. Y ¿qué hizo la niña? Ponerse a cantar con ella. ¡Me daban ganas de cantar a mí también!
El niño, con la cara llena de mocos y lágrimas todavía, se acomodó en la silla y miró con cara de pillo a su hermana mientras le tendía la mano. Ella lo agarró y siguió cantando. Andando a su lado. Juntos.
La mujer seguía cantando. Conectando. Conciliando. Consolando. Tranquilizando con su actitud. Enamorando a todos los que estábamos a su alrededor. EDUCANDO.
Su autocontrol. Su forma de buscar soluciones en vez de culpables. Su manera de reconducir la energía de ella y el cansancio de él. La forma en que conectó con los dos y a los dos entre ellos. ¡Cuántas cosas les estaba enseñando con esa canción!
Parece una tontería pero me costó no interrumpirla, darle un abrazo y decirle a sus hijos: “Tenéis una mamá increíble”
Intentemos no ignorar a nuestros hijos cuando más nos necesitan. Cuando lo están pasando mal o no saben hacer algo todo lo bien que a nosotros nos gustaría.
Cuando un niño llora está expresando algo que necesita ser descifrado y comprendido por sus padres. Muchas veces será indescifrable, pero sabemos cuál es el remedio que lo “cura” todo, la tirita maestra que sirve para aliviar todos sus “males”: NUESTRO CARIÑO.
Si conseguimos que sientan que pase lo que pase, les comprendemos y les queremos, no hará falta nada más que un pequeño gesto para que las aguas vuelvan a su cauce.
Por su actitud estoy segura de que en otro momento le explicaría a su hija que pegar a su hermano no está bien. Porque no se trata tampoco de ignorar la conducta que ha de ser corregida y esperar que el tiempo o la magia lo solucionen. Es necesario enseñar lo que es correcto, pero esa madre sabía que ese no era el momento ni el lugar. Primero conexión y luego corrección. Siempre.
Y cantando lo calmó, la entretuvo y me emocionó.
“YO soy más importante para Mamá que las cosas que hago”.