Amaya de Miguel es la fundadora de Relájate y Educa y una de nuestras colaboradoras del blog (ha escrito artículos como “Cómo dar órdenes desde la conexión“). Hoy nos ha enviado esta carta desde Italia, donde reside actualmente, y queremos compartir con todos vosotros:
Hoy quiero compartir contigo cómo estamos viviendo estos días de encierro. Como probablemente sepas vivo en Italia. Llevamos una semana sin colegio, tres días con la oficina de mi marido cerrada, y desde hace un día está prohibido salir de casa excepto por necesidad (supermercado, farmacia, etc.). No es una situación sencilla.
Cuando supe que los niños se quedaban en casa me propuse convertir el encierro en una aventura. En una ocasión excepcional y única que pudiéramos recordar en los próximos años. En lugar de unos días de tensión y estrés, días de conexión y sosiego.
Vivimos en el campo, rodeados de viñedos. Solo tenemos unos vecinos con los que hablamos a través de un seto. La matriarca, María, a veces viene a casa a tomar un café o cocina una crostata (tarta típica italiana) para los niños. En verano nos dan cubos de albaricoques con los que hacemos chutney (una mermelada agridulce india); nosotros les damos berenjenas y berzas de nuestro mini huerto.
María es una mujer de 75 años terriblemente social. Nunca está en casa: le gusta salir y pasar el día con sus amigas del centro de ancianos del pueblo. Estos días está mal, encerrada en casa. La veo paseando por su jardín de vez en cuando, desesperada. “¿Cuándo se acabará esto”, me pregunta. Pobrecita, todavía le quedan semanas sin poder ver a sus amigas. En su casa se ahoga.
Los colegios han cerrado, pero las clases continúan. En casa hemos reunido 4 dispositivos electrónicos (dos ordenadores y 2 tablets) que compartimos los cinco. De mis tres hijos, los dos mayores tienen algunas clases virtuales en directo. Tienen que estar delante del ordenador a una hora determinada e interactuar con sus compañeros y profesor. Otras asignaturas las hacen en cuadernos, o tienen que investigar online. Nos apañamos como podemos.
El tiempo y dedicación a mi trabajo ha bajado de 100 a 5. Es una faena. No estoy promocionando el curso “Una familia feliz” como había programado. No estoy atendiendo las sesiones individuales que debería. Estoy ayudando a menos gente y también mis ingresos son menores. Elijo aceptar la situación. Son circunstancias excepcionales.
Desde hace poco tenemos una mesa de ping-pong y juego muchas partidas sobre todo con mi hijo mayor. Me da unas palizas increíbles, es mucho mejor que yo. Lo pasamos bien. Mis dos hijas han encontrado un árbol estupendo para trepar y leer en el viñedo que está frente a nuestra casa.
También hemos encontrado un árbol perfecto para colgar una cuerda que haga de columpio, mañana lo instalaremos. Ayer y hoy hemos cenado comida preparada en una hoguera. Cuando ha oscurecido los niños han quemado la punta de algunos palos y han dibujado en el aire con los palos incandescentes. Hemos identificado la Osa Mayor. Todos los días paseamos por el viñedo y llegamos al cole con la excusa de recoger algo que habíamos olvidado. Mañana ya no podremos hacerlo: la secretaria y la directora del colegio no estarán ya allí, han cerrado del todo.
Para sobrevivir estos días intentamos encontrar el equilibrio entre la rutina de siempre y la excepcionalidad del momento. Los horarios de irse a la cama son los de siempre, de modo que todos nos levantamos a la hora de siempre (en mi casa nos despertamos sin despertador). En cambio nos hemos flexibilizado con los horarios de las comidas. Mi marido a veces prepara un aperitivo que retrasa la hora de la comida. Incluso algún día no comemos todos a la vez: hay quien tiene hambre y quien no.
Los tres primeros días mi hijo no se quitó el pijama. El primer día no le dije nada. El segundo y el tercero solo comenté una vez: “Tenemos que mantener un orden en nuestras vidas. Me gustaría que no te pasaras un mes en pijama”. Hoy se ha vestido sin que yo dijera nada.
Hay momentos difíciles: mi hija pequeña tiene dificultades al inicio del día porque le cuesta ponerse a trabajar en casa. Mi segunda hija se altera si tiene una clase virtual y la tecnología falla. El mayor se pasa horas leyendo y retrasa la hora del trabajo escolar. Yo me frustro porque no logro sacar adelante el trabajo pues estoy ayudando a mis hijos a sacar adelante el suyo. Mi marido se cansa de asistir a reuniones online a la vez que ayuda a los niños o prepara la comida. No es sencillo. Pero hemos elegido vivirlo de la mejor manera posible.
Sé que hay dos factores que juegan a nuestro favor: 1. Ninguno de nosotros está en un grupo de riesgo. Por eso un posible contagio (algo improbable dado lo aislados que estamos) no nos preocupa. 2. Estamos en el campo por lo que nuestro encierro es relativo. Tenemos jardín y viñedo para jugar y pasear. Hace años oí o leí una historia muy inspiradora. Probablemente con los años la he modificado en mi memoria, esto es lo que recuerdo: es la historia de una madre y su hija, durante la Segunda Guerra Mundial. Cada vez que bombardeaban su ciudad, la madre se llevaba a la niña al parque (¿o sería al bosque?). Desde allí esperaban a que las bombas fulminaran algún árbol. Cada vez que esto ocurría, lo contaban. “¡Otro, ya van tres!”.
La madre había decidido convertir un hecho angustioso y dramático en un momento menos duro. Siempre pensé que la historia no era real, pero no importaba. Lo que importaba era cómo el mismo hecho se puede vivir de maneras diferentes, dependiendo de dónde pongamos el foco. ¿Lo ponemos en la angustia, el miedo y la dificultad? ¿O nos esforzamos en vivir ese hecho de la mejor manera posible?
Por eso mi prioridad en estos días es mantener un tono alegre en casa, hacer cosas chulas dentro de nuestras limitaciones, tener mucha paciencia y comprensión y ser muy flexibles. Si tú también estás encerrado en casa, cuéntame cómo te va. Me encantará saberlo.
Fundadora de Relájate y educa. Ayudo a padres y madres a construir una familia feliz, en armonía y con mucha conexión. Encontrarás más sobre mí en: relajateyeduca.com/recibe-mis-estrategias