Hemos escuchado mucho en las últimas semanas cómo de importante es educar a nuestros hijos e hijas en la responsabilidad. Esto es algo que muchas veces se confunde con la obediencia, pero si nos paramos a reflexionar, ¿cómo querríamos que fueran nuestros hijos cuando sean adultos? ¿Preferimos que sean obedientes o que sean responsables?
La obediencia y la responsabilidad se correlacionan en el sentido de acatar o no las normas establecidas (en el ámbito que sea: familiar, estatal, legal…) y de qué forma. Es decir, se cumplen las normas establecidas porque sí (obediencia ciega) o se siguen porque es lo correcto y lo que se debe hacer, lo que implica reflexión, comprensión y aceptación de una realidad determinada.
Teniendo esto en cuenta, probablemente todas las madres y padres estemos de acuerdo en que queremos educar a nuestros hijos de forma que, cuando sean adultos, sean responsables y acaten las normas, pero también sepan reconocer cuándo algo es injusto o incorrecto y no acepten el criterio de los demás sin reflexionar antes al respecto.
La autonomía y la responsabilidad
La responsabilidad es la capacidad de responder y saber adaptarse a realidades cambiantes, tomar decisiones libremente y aceptar las consecuencias de las mismas. Antonio Ortuño, psicólogo clínico, cuenta en el curso de nuestra plataforma “Cómo convertirte en el referente de tus hijos” que educar a nuestros hijos e hijas en la responsabilidad está íntimamente ligado a su propia autonomía, pues “para responsabilizar a nuestros hijos e hijas, es necesario que tomen decisiones”.
En este sentido, Antonio Ortuño nos propone imaginar que dibujamos un círculo en el suelo y nos situamos en el centro. Dentro de este círculo entraría todo aquello que está bajo nuestro control e influencia.
Esto aún cobra más importancia cuando lo trasladamos a nuestros hijos. El día que llegamos a casa con él o ella en brazos, ese círculo es un puntito diminuto, porque depende de nosotros para absolutamente todo. Por eso, como nos indica Antonio, nuestra misión es ir consiguiendo ampliar ese puntito y que se convierta en un círculo, cada vez más grande.
Esto simboliza el proceso de construcción y desarrollo de la autonomía de nuestros hijos, pero también tenemos que tener en cuenta que llegará un momento en que sus decisiones quedarán fuera de nuestro círculo de control.
El método del semáforo para educar en la responsabilidad
Siguiendo la metáfora de los círculos, imaginemos ahora dos círculos, uno rojo y otro verde. Aquí diferenciamos tres zonas: el primer círculo de color rojo, el círculo de color verde y la intersección entre ambos de color amarillo. El rojo representaría todos los ámbitos en los que somos los adultos quienes establecemos las normas. El espacio amarillo simbolizaría aquello que nuestros hijos ya están preparados para decidir pero necesitan estar bajo nuestra supervisión, es decir, que las normas sean compartidas. Y, luego, el círculo verde representaría todas aquellas cosas sobre las que madres y padres ya no tenemos control y “digamos lo que digamos, ellos van a hacer lo que quieran”, como apunta Antobio Ortuño.
Para comprender esto mejor, Antonio nos propone imaginarnos que estamos en una excursión en familia por la montaña, donde deberían apreciarse las tres situaciones descritas arriba. Habrá momentos en los que tendremos que ponernos por delante, ejercer la autoridad (con empatía, siempre) y guiar a nuestros hijos por el sendero más correcto para evitar cualquier accidente.
Pero también habrá momentos en los que tengamos que poner el semáforo en amarillo y compartir decisiones, como a qué hora se come o quién lleva la cantimplora. Y, por supuesto, habrá momentos en los que tendremos que dejar que nuestros hijos tomen sus propias decisiones.
“Da igual que tenga 2 años que 22, en principio siempre deben estar presentes los tres colores”, señala Antonio Ortuño. Y, por supuesto, es muy importante que no olvidemos que tenemos que confiar en ellos y en que pueden tomar sus propias decisiones.