Ayer tuve uno de esos momentos en los que sientes que la vida te pesa demasiado y estallas. El problema fue que estallé contra mi hijo y mi marido, que no tenían ninguna culpa de mi acumulación de ansiedad.
Lo que ocurrió fue que mi hijo, tras 50 veces de decirle que recogiera todos los juguetes del salón, y tras 50 veces de responderme “ya voy, ahora lo hago, mamá”, no lo hizo. Así que acabé gritándole mucho más de lo que merecía. Y cuando mi marido intervino para intentar tranquilizarme, también le grité a él. Y acabé llorando como una magdalena.
Probablemente ninguno de los dos mereciera que explotara de tal manera contra ellos, pero perdí el control de lo que sentía y no me di cuenta de que realmente lo de los juguetes no era tan grave, sino que toda la ansiedad que había estado acumulando en estas semanas tuvo que salir por alguna parte.
Así que cuando me tranquilicé y vi cómo me había comportado, ya en frío, decidí que, por mucho que me costara, tenía que hablar con ambos y pedirles perdón. Explicarles cómo me había sentido, disculparme con ellos y abrirme, reconocer que a veces pierdo el control, pero que les quiero más que a nada en el mundo.
Y me sentí mucho mejor. Porque a pesar de haber sido toda mi vida muy, muy orgullosa, he aprendido que pedir disculpas cuando una ha actuado mal te quita un peso grandísimo de encima.
Cuéntanos tu historia y así elaboraremos todos juntos un diario de confinamiento con niños en el que podamos compartir nuestro día a día. Escríbenos a: info@gestionandohijos.com.