Solemos traducir la palabra “bullying” como “acoso escolar”. Esta traducción hace que automáticamente relacionemos esta lacra con la escuela, algo que ocurre en las instalaciones escolares y entre el alumnado. ¿Pero qué ocurre cuando las puertas de los colegios e institutos cierran y empieza el verano?
Hoy os vamos a contar una historia totalmente real que ocurrió hace varios años y a cuya protagonista llamaremos Amaia para proteger su identidad.
Amaia tenía a sus amigos y amigas del colegio, y luego el grupito del pueblo con el que salía en verano. Este grupo de jóvenes estaba formado por adolescentes de entre 11 y 15 años, y hacían planes como ir a la playa por las tardes, jugar a cartas en el parque o merendar en casa de algún suertudo con piscina.
Amaia se lo pasaba genial en verano, hasta que sin saber muy bien por qué, la cosa empezó a torcerse. Un día, uno de los chicos, que era como una especie de “líder” del grupo, se enfadó con ella por un motivo seguramente “muy importante” para ellos y “cosas de niños” para los adultos. Así que a partir de ese día empezó a llamarla “foca”, “gorda”, “ballena”, “asquerosa”…
A este chico se le fueron sumando otros, hasta que prácticamente le cambiaron el nombre, ya no se referían a ella como Amaia, sino con alguno de los calificativos mencionados anteriormente o cualquiera de sus variantes. Todos estos insultos y humillaciones fueron calando en la autoestima de una joven que creía que merecía todo lo que le decían. En poco menos de dos meses Amaia pasó de las tardes de merienda en la piscina a las tardes preguntándose cómo adelgazar o esconder su grasa para que, de esta manera, los improperios también desaparecieran.
Por aquel entonces cargó completamente con el peso de la culpa, y nos reconoce que a día de hoy, 15 años después, aún no la ha podido liberar del todo.
El tormentoso verano de Amaia terminó el día que, por primera vez, sufrió un ataque de ansiedad ante sus padres, quienes desconocían por completo lo que le estaba ocurriendo a su hija. Una Amaia ya adulta nos explica que nunca contó nada a sus padres hasta que la situación fue insostenible porque:
- Sabía que harían algo al respecto, como regañar a los chicos que la insultaban, acudir a sus padres o prohibirle volver a salir con ellos. “A pesar de lo mal que lo pasaba, yo no quería quedarme excluida, yo quería seguir haciendo planes con ellos, solo que quería que todo volviese a ser como antes cuando nadie se metía conmigo”, nos reconoce, “y eso no era posible si mis padres les montaban un pollo”.
- Porque sabía que todo el mundo en el pueblo se enteraría. “Uno de los problemas de los pueblos pequeños es que, cuando empiezas a pillar cómo funciona su dinámica, evitas a toda costa convertirte en la comidilla”, nos contaba.
- Porque asumió que era culpa suya y que quienes la insultaban solo estaban poniéndole sobre la mesa el problema, la realidad, que estaba en sus manos cambiarla.
- Sentía vergüenza. Sobre todo ante su madre, una mujer que no dudaba lo más mínimo para plantarse ante una injusticia y hacerse valer.
- Creía que acudir a sus padres era de chivatos, cobardes y “niños pequeños”. “Mis padres se enteraron de todo cuando tuve un ataque de ansiedad, me costaba respirar y no podía parar de llorar, me encerré en el baño varias horas y pensé que mi vida social había terminado para siempre. Ellos no tenían ni idea de nada de lo que yo estaba pasando”, nos admite.
Probablemente hace 15 años no estábamos tan concienciados con el bullying como ahora, aunque supiéramos ya de su existencia. El problema es que muchas veces seguimos circunscribiendo el bullying al entorno escolar, cuando la realidad es que, cuando las puertas de los colegios cierran, cuando no hay adultos en la costa, el acoso continúa.
Y no solo debemos preocuparnos por el bullying “de toda la vida”, también hemos de poner el foco en el que se produce vía virtual, el ciberbullying.
Por mucho que creamos que nuestros hijos no son capaces de ejercer este tipo de acoso porque nunca hemos visto en ellos comportamientos agresivos en casa, podemos estar dejándonos muchos factores por el camino. Por ejemplo, que se unan al bullying para no ser desplazados, por miedo a ser los siguientes, por bailarle el agua al más guay del grupo, para proyectar sus propias inseguridades… Y así una larga lista. O puede que incluso no participen, pero que tampoco hagan nada al respecto, que sean observadores de la situación: pero esto también les convierte en cómplices.
Puede que penséis que si vuestros hijos o hijas estuvieran sufriendo una situación así os enteraríais, se lo notaríais, porque nadie le conoce como yo que soy su madre. Pero como veis en el caso de Amaia, sus padres no se enteraron hasta que la joven no pudo más y estalló en un ataque de ansiedad. Y ahí ya llevaba mucho tiempo aguantando.
Por eso en Gestionando hijos insistimos mucho en fomentar desde que son pequeños un clima de confianza y comunicación que haga que se sientan en un entorno seguro en el que puedan contar lo que sea. Que si se sienten en peligro, acudan a nosotros. Pero también si quieren contarnos lo más gracioso que les ha ocurrido en el día. Y para ello tienen que sentir que son escuchados, que nos importa lo que nos cuentan, que no les estamos oyendo simplemente.
Necesitan sentirse seguros, protegidos, pero también tenidos en cuenta. Es decir, una de las preocupaciones de Amaia era la reacción que pudieran tener sus padres. ¿Cómo podríamos actuar si Amaia fuera nuestra hija y nos contara lo que estaba sufriendo con su grupito de “amigos”? Más que reaccionar instantáneamente e irnos a buscarlos por el pueblo para decirles cuatro cositas, podríamos poner sobre la mesa cuáles son las opciones que existen, en familia, contando también con su opinión y perspectiva.
En definitiva, esta historia debe hacernos ver que los niños y niñas pueden sufrir acoso aunque los colegios e institutos cierren, aunque nos confinen en casa, aunque nosotros no nos demos cuenta. Por eso debemos estar concienciados, preparados y unidos para luchar contra el bullying.
Nuestros hijos e hijas lo necesitan.
En Gestionando hijos tenemos la firme convicción de que para acabar con el bullying es necesaria la concienciación y colaboración de todos los agentes de la sociedad. Por eso hemos creado, junto a Totto, la iniciativa DILO TODO CONTRA EL BULLYING. Este proyecto pretende reconocer las acciones enfocadas a luchar contra el bullying. Podéis participar en las siguientes categorías: colegio, alumnado, empresas, institución o medios de comunicación.