No sé vosotros, pero yo veo cada vez más claro que acompañar a nuestros hijos es una tarea muy complicada. Y no tanto porque no se pueda o no sea posible, sino porque implica lo más difícil para un padre y una madre: dejar que actúen desde su libertad… Y eso, a medida que crecen…, se complica… ¿O tu no has sufrido cuando has dejado que tu hija, recién aprendida a andar, camine sola por el parque no vaya a ser que pierda el equilibrio y se haga daño? ¿O no te ha dolido el corazón cuando has dejado a tu niño en la escuela infantil llorando? ¿O no te mata por dentro ver algunos de los amigos de tu hijo adolescente? Y ya ni te cuento cuando aparece esa “tercera persona” que te quiere “robar a tu niño”… Lo sé, ver crecer a tus hijos es emocionante, pero también se sufre…, y mucho. Y a eso hay que sumarle otra variable importantísima…, TÚ.
Por eso vivo convencido de lo importante que es saber acompañar. De hecho, creo que es nuclear en la educación de nuestros hijos. Además, no tiene fecha de inicio ni fin… No te olvides que nuestros hijos nos observan desde que tienen la capacidad de ver, así que acompañamos sin darnos cuenta (para bien y para mal…, claro).
Si esto es así, deberíamos saber cuáles son las claves del acompañamiento y ver en qué punto estamos como padres y cómo podemos ser mejor “acompañantes” para nuestros hijos, tengan la edad que tengan.
Hay pilares que nos pueden ayudar a enfocar bien este asunto, pero lo primero que quiero aclarar es que el método en el acompañamiento ERES TÚ. Por eso…, lo importante es que sepamos estar donde toca, cuando toca y como toca. Y cuando hablamos de acompañar, muchas veces pasa por “no estar”.
Acompañar implica ayudar a que nuestros hijos sepan decidir por ellos mismos, a mirar, a profundizar. Nosotros, como padres, nos debemos convertir en testigos de su vida, no en quienes la vivimos por ellos. De ahí que debamos generar espacios donde podamos tener “encuentros dialógicos” con nuestros hijos que sirvan para construir, no para destruir.
1. Educar nuestra MIRADA
Lo primero es saber mirar a nuestros hijos (y lo que les rodea), ya que una mirada puede transformar. Reflexiónalo…, según cómo miras a tu hijo (y ahora hablo de la acción más superficial de la mirada) haces sentir a tu hijo de una manera u otra. Por eso, debemos ser conscientes de que a través de la mirada podemos estar hablando, por ejemplo, de la valía de nuestros hijos. Con una sola mirada…
Por tanto, es casi lógico decir que nuestra mirada condiciona nuestra manera de ser, nuestra vida y la de nuestros hijos. Y algo más importante aún, nuestra mirada delimita nuestra misión educativa y la propia vida de nuestros hijos.
Y si no me crees, te animo a que hagas un ejercicio muy simple: Piensa en una situación en la que le has confesado un sufrimiento a una persona y has sentido que te escuchaba. ¿La tienes? Bien, pues ahora dime cómo era su mirada. La mirada de una persona que te está escuchando plenamente, que sientes que se está tomando en serio lo que le estás explicando… ¿Cómo era su mirada? Pues ahí lo tienes.
2. Entrenar nuestra ESCUCHA
Si la mirada tiene un poder transformador (por cierto, no solo en nuestros hijos, sino en nosotros mismos), la escucha plena es aquella con la que silencio el yo para abrirme al tú… Casi nada. Además, hay que tener en cuenta los distintos obstáculos que nos impiden muchas veces escuchar: las distracciones mentales, las interrupciones en pleno diálogo, rechazar la emoción que nos transmiten, querer contar nuestra historia porque creemos que así generamos empatía… Y otros muchos obstáculos.
Qué importante es que nos conozcamos en profundidad para saber qué debemos corregir y mejorar de nuestra escucha.
3. Dialogar para generar ENCUENTRO
Seguro que has leído muchas veces que en la comunicación una cosa es lo que se dice y otra lo que se quiere decir. Pero hay otra variante, y es lo que se dice sin decir y sin querer… Y para hacerlo bien hay que tener en cuenta en qué punto está mi hijo y usar las palabras adecuadas.
Por eso es taaaan agotador educar, mis queridos padres. Implica un perfeccionamiento constante de uno mismo y una revisión infinita de nuestros actos. Pero todos sabemos que, al final, no hay nada que nos haga más felices que nuestros hijos felices. Así que…, toca revisar cómo hablamos con nuestros hijos y si lo hacemos en la emisora de radio adecuada (tal y como os comentaba en otro artículo). Y que sepas una cosa, si consigues comunicarte con tus hijos de la manera adecuada (porque cada hijo es un mundo único y cada edad una circunstancia concreta), el fruto de ese diálogo será ese “encuentro” tan deseado por todos. Es decir, una relación auténtica y profunda. Eso es, simplemente, maravilloso, y posible, de verdad.
Y hasta aquí por hoy… No dejemos de buscar el mejor camino para educar a nuestros hijos como individuos únicos e irrepetibles y a su vez como miembro de una familia. Y para ello, debemos tener claro que tenemos herramientas buenísimas que nos ayudan en esta tarea tan maravillosa.
Nuestros hijos son una oportunidad diaria para revisar nuestro fondo y forma en todo lo que hacemos con ellos, con nosotros y con los demás.