“Un niño que sabe que su figura de apego es accesible y sensible a sus demandas les da un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad, y le alimenta a valorar y continuar la relación” (John Bowlby).
Érase una vez una mamá primeriza, que acababa de tener a su bebé. Y en su primer encuentro cara a cara le costó familiarizarse con el bebé como algo suyo…aun reconociendo que era demasiado pequeño para sacar parecidos, ¡no le encontraba ningún rasgo que le identificase con ella!.
Tampoco tenía una idea muy clara de cómo sería su carita cuando le viese por primera vez, pero es que ese bebé, a priori, no se parecía en nada a ella.
Eso sí, el parto fue cómodo (dentro de lo que es un parto) y la experiencia de sacar a su bebé desde los hombros por el canal del parto con gran seguridad y ternura, y dejar que se fundiera el sonido de sus latidos sobre su pecho, fue un sentimiento más intenso que el desconcierto del parecido.
Estuvieron un rato así, pegaditos. Piel con piel. Mientras se hacía el silencio y la calma en la sala de parto de un hospital, donde permitieron ese espacio al primer vínculo del bebé con su mamá. El padre estuvo presente, sujetando las lágrimas, y emocionado a la vez, al ver a ese pequeño ser que era también una parte de él. Las luces de la habitación eran tenues, con tonos cálidos, anaranjados. Y la tranquilidad indescriptible.
El bebé lloró al salir para coger aire unos segundos, pero luego se quedó silencioso, acurrucado en su mamá, con unos ojos tan abiertos que parecía que quisiera conocerlo ya todo del exterior. Del mundo que le acababa de recibir.
Luego, como si fuese una situación ensayada, el bebé trepó por el pecho de su madre hasta enganchar su boca con el pezón, y empezó a succionar ¡parecía tan fácil! Una clara demostración de las leyes de la naturaleza y nuestro instinto. ¡Un momento insustituible para la vida de cualquier mujer, para la vida de esa mujer que ya es mamá!.
Ya en casa, el bebé se iba acostumbrando a la nueva vida que acababa de iniciar, junto a su mamá y su papá. Acostumbrándose a los ruidos, a dormir con una manta en lugar del calor del cuerpo de su mamá, acostumbrándose a conseguir comida y tranquilidad a través de los lloros y por medio de sus papás en la calma, y de su mamá en el alimento.
Las etapas, junto con el tiempo, iban pasando rápido, y el bebé poco a poco iba ganando en autonomía: ya podía ver a su mamá si estaba en la misma habitación que él, ya mantenía el cuello erguido para buscar con la mirada a sus papás, experimentaba sus gestos de sonrisa acompañados de las sonrisas agradecidas de los papás y los abuelos, y tíos, comenzaban sus primeros gorgojeos y a prestar atención a los acordes musicales y entonaciones de las canciones que su mamá le ponía para acompañarles o que ella misma cantaba.
Pasaban mucho tiempo solos, el papá tenía que trabajar y los abuelos no siempre podían estar. Así que aun con noches sin dormir, y días cansados, la mamá y el bebé convivían y se reconocían minuto a minuto, día a día. La mamá aprendió a diferenciar el tipo de llanto: de dolor, de necesidad de brazos o atención, de sueño, de hambre…y el bebé sabía leer los gestos de la mamá en su rostro, según su estado de ánimo. Parecía que esos grandes ojos que ya se mantenían perplejos desde su llegada al mundo, sabían examinar las emociones de su mamá por suexpresión en la cara y su tono de voz. Su mirada era atenta, centrada en los ojos de la mamá, y cuando ya tenía la capacidad suficiente para tocar con intención, parecía que quisiera calmar con una caricia a su mamá cuando la notaba cansada. Había una conexión especial, imposible de igualar en otra vida.
Antes de que el bebé cumpliese un año, la mamá tuvo que salir a trabajar y dejar al bebé al cuidado de los abuelos. Aún parecía muy pequeño para quejarse del cambio, pero sí mostraba su desacuerdo cuando la mamá volvía a casa, y el bebé giraba la cara, con gesto de desinterés, como queriendo dejar claro que algo no le gustaba de lo que había hecho su mamá: “¡han pasado horas y tu no estabas!” parecía decir. Al momento esto se pasaba y no se despegaban mamá y bebé de los brazos, necesitaban sentirse de nuevo.
Pasaba el tiempo, el bebé iba creciendo y mostrando sus avances en todo su desarrollo: físico, cognitivo y motor, y emocional. La mamá seguía siendo su cuidadora principal y su reguladora de emociones: cuando el bebé lloraba ella sabía calmarle, le alimentaba, jugaba con él, cantaban, bailaban, le acurrucaba en sus brazos y sus miradas de amor eran constantes. El papá también acompañaba cuando estaban juntos dando paseos, atendiendo las demandas del bebé, jugando a sus propios juegos (de papá y bebé, tan especiales como los que tenía el bebé con su mamá), y a la vez había juegos para los tres juntos.
Aunque pareciese demasiado pequeño para entender, siempre que la mamá tenía que marcharse y dejar al bebé al cuidado de los abuelos, ella le explicaba la verdad: “Cariño, mamá tiene que ir a trabajar. Cuando termine vuelvo”, acompañado de un beso. Aunque el bebé se quedaba llorando la mamá siempre le avisaba que se quedaría un momento con sus abuelos, que también le quieren mucho.
Pues incluso abuelas, amigas, vecinas y conocidas, aconsejaban a la novata mamá que lo mejor para cuando tuviese que ir al colegio, o para ella, para que pudiera hacer cosas tranquila sin que el bebé se quedase llorando y ella preocupada, lo mejor era hacer una cosa: Dejar más tiempo al pequeño con otra gente. “Así se acostumbrará a no estar siempre contigo, decían”. La mamá se preguntaba si esto era bueno para el bebé o bueno para ella, para “recobrar su independencia”. Y como conocía a su bebé más que nadie: lo que le asusta, lo que le da seguridad, cómo se distrae… ¡todo!, decidió seguir su instinto. Tal y como se comunicaba con su pequeño, la mamá sentía que esa recomendación no era buena para su bebé, lo que tampoco lo era para ella.
Pasó el tiempo, el bebé ya era un niño de dos años. Fue a la guardería ese año para dejar descansar también a los abuelos de su cuidado, mientras la mamá y el papá trabajaban. Su adaptación al aula con otros 15 niños y niñas para dos profes le costó un tiempito ¿A quién no le cuesta adaptarse a un trabajo nuevo, y ya siendo adultos?. Luego directamente no era por adaptación, era por preferencia que no le apeteciese ir a la guardería ¿a quién no le apetece quedarse en casa con su pareja en vez de ir al trabajo, aun siendo adultos?. Y algunas personas seguían insistiendo “Tienes que dejarle más con otra gente, le ayudará a no llorar cuando tú te marches y así tu podrás estar más independiente. Y no le digas que te vas, cuando se despiste desaparece, que es muy pequeño y no se entera”. Pero la mamá seguía dedicándole todo su tiempo disponible, y despidiéndose de su bebé cuando tenía que salir: “Cariño, mamá tiene que salir a hacer un recado. Cuando termine vengo”. Y pasando todo el tiempo posible juntos. Había muchas cosas que hacer: bailar, cantar canciones, jugar al fútbol, pasear, la merienda, preparar el baño y la cena. Tareas que cansan pero a la vez alimentan el alma de quien las disfruta.
Un día sin tardar mucho del inicio de la guarde, la profe le contó a la mamá que estando un niño llorando reclamando a su mamá, el bebé le dijo muy tranquilo: “no llores, tu mamá luego viene”. Y el niño dejó de llorar. Esto a su mamá le emocionó, porque sabía que su bebé entendía el sentido, y no se sentía abandonado cuando ella se marchaba. Y por otro lado, estaba satisfecha con el desarrollo de la empatía que su hijo aplicaba con niños que bien estaban en su misma situación.
Y una tarde que la mamá llevaba al bebé en el coche a casa de los abuelos porque ella tenía que salir a trabajar, y el papá no estaba en casa, le explicó al bebé: “Cariño, ahora vamos a casa de los abuelos. Te quedas merendando con ellos porque mamá tiene que ir a trabajar”. El bebé contestó sin asustarse: “vale mamá. Cuando termines vienes, ¿vale?”. Ese fue el momento en que se cerró y abrió una nueva fase en la vida del bebé y la mamá. Gracias al buen vínculo de comunicación y confianza, el bebé comenzó a despertar de la dependencia a la independencia. De la inseguridad a la confianza. Sin forzar, sin mentir, con amor.