“¡Eres un desastre!”. Esta frase tan categórica que a veces nos sale con tanta facilidad, puede hacer mella en la creación del autoconcepto de nuestros hijos e hijas. Si apuntamos hacia su identidad, lo que somos, esos mensajes irán creando la imagen de quienesy, en consecuencia, cómo son. Sin embargo, si apuntamos a la conducta, o al resultado de dicha conducta, la cosa cambia. Nos estamos refiriendo a algo que es posible modificar sin lapidar la propia identidad: “Esto que has hecho es un desastre, sé que lo puedes hacer mejor”. “¿Qué vas a hacer para que esto cambie?”.
Siguiendo con el ejemplo de la semana pasada desde la serie de “frases prohibidas”, encontramos a un papá y una mamá, Rafael y Sara, que tratan de mostrar a su hijo Daniel, de 5 años, que ha de recoger sus juguetes para no perderlos.
¿Cómo devolver la responsabilidad a los hijos/as sin culpabilizar?
Aquí hay dos cuestiones:
- La primera, no culpabilizar mientras se devuelve la responsabilidad a nuestro hijo o hija. Y para ello, podremos emplear varias estrategias, como hacer preguntas: “¿Qué te parece eso de que no encuentres tus juguetes cuando los buscas?”, “¿qué harás la próxima vez que estés jugando con ellos para no perderlos?”. O reconocer nuestro estado en ese momento: “Me enfada que pierdas tus juguetes, porque luego acabamos discutiendo por eso y no me gusta. ¿qué se te ocurre hacer?”.
- La segunda, responsabilizar a nuestros hijos para que asuman su parte activa en el cambio de estrategia.
En relación a esta segunda parte, vamos a plantear una serie de pasos, a través de la estructura que se emplea en Coaching, que pueden facilitar una conversación de lo más motivadora con nuestro hijo o hija a partir de 3 años. La exigencia, lógicamente, no puede ser la misma para un niño de 3 años (que necesita de nuestra ayuda como adultos para plantear una solución y una estrategia realista) que para otro de 5 o 6 años. Pero si vamos practicando este tipo de comunicación en la relación diaria con nuestros/as hijos/as, conseguiremos grandes resultados, generando herramientas de resolución de conflictos y búsqueda de alternativas ante cualquier dificultad, tanto dentro del entorno familiar como fuera de él. Servirá, también, para practicar con nosotros mismos y para emplear las preguntas como una herramienta muy útil para evitar imponer nuestros juicios ni críticas en una conversación con nuestros hijos/as, si lo que queremos es que asuman responsabilidades y tareas por sí mismos.
- Para empezar, ya hemos mencionado que partiremos de no personalizar con frases del tipo: “Eres un desastre”, “eres un/a torpe”, sino que trasladaremos la responsabilidad al o la protagonista, es decir a quien queremos que cambie su conducta, a través de eso: su conducta.
- Después, plantéale un cambio generado por él o ella. Cuando más nos implicamos en una tarea es cuando la motivación sale de nosotros mismos. Si comprendemos para qué queremos hacer algo y lo consideramos importante, será mucho más fácil emprender la tarea.Por ejemplo, “Daniel, ¿qué tendría que pasar para que puedas jugar con los juguetes que estás buscando ahora?”.
- Lo siguiente será animarle a que sea él o ella quien tenga la idea de qué hacer para tener sus juguetes localizados, sin perderse. Algo que sólo dependa de él, no servirá si plantea “que me lo guarde mamá, o que aparezca un milagro…”, por ejemplo. Podemos sugerir que sea algo nuevo, que no ha hecho otras veces cuando no ha funcionado, y que recuerde cómo hace con aquello que siempre sabe dónde encontrar (su cepillo de dientes, su cuchara, el pijama, un cuento…). Y cuando descubra qué cosas puede hacer para encontrar igualmente sus juguetes, felicitarle por decidir sus propias respuestas.
Ya tenemos definido, posiblemente, lo más difícil. Ahora, vamos a ponernos en situación e imaginar cómo será cuando la situación cambie y encuentre sus juguetes en el momento que quiera jugar con ellos.
- Podemos utilizar un “¿te imaginas? Ya no nos enfadaremos por esto, tú estarás jugando tan contento… ¿qué más pasará, a qué jugarás?”. Esto servirá para desear que ocurra, y por lo tanto, que le sea más sencillo cumplir con los cambios que ha planteado con su propia iniciativa. Por supuesto, habrá que permitir que lo haga solo o sola, pero también podemos preguntarle si cree que pueda necesitar ayuda para llegar a hacerlo. “¿lo harás solo/a, o crees que podemos ayudarte para que lo hagas?”.
- Y para empezar a practicar, ¡lo mejor será ponerle fecha! “¿Cuándo vas a empezar a hacer (…)?”.
Esto es el principio de una nueva etapa de responsabilidad, con otro nivel de comunicación desde el que sustituir las discusiones por conversaciones en las que se expresa, se comparte, se permite ser, y sobre todo, se confía en la capacidad de cambio de cada uno de nosotros y de nuestros hijos e hijas. Todo lo bueno que está por llegar se celebra a través de un ritual¿Y si lo celebramos? Podemos chocar las manos, abrazarnos, poner una canción que nos gusta, cantarla o bailarla… todo vale para sentirse bien con la decisión tomada, y comenzar cuanto antes a disfrutar de los resultados ante los cambios que nuestros hijos e hijas se propongan, y ¿por qué no? Nosotros como adultos también podemos practicar este plan de acción y de motivación al cambio tanto en casa, como en el trabajo, en las relaciones con nuestros amigos o vecinos. En toda circunstancia en la que queramos estar “un poquito mejor” haciendo las cosas diferentes.
Imagen: Nen i gos. Fuente: Dani Álvarez Cañellas / Flickr