No sé si a veces pensamos que sienten diferente a nosotros. Es curioso. La verdad es que, en muchas ocasiones, nos comportamos como si así fuera. Yo la primera. “¡Va! No es para tanto. No hay ninguna razón para que estés enfadado.” ¿Qué conseguimos? El niño, lejos de calmarse, se enrabia más porque no se siente comprendido y, además, con la constante negación de su emoción lo confundimos. No le ayudamos a que la identifique, le ponga nombre y así aprenda a reconocerla cuando aparezca de nuevo. (Si es una palabra que no conoce, ¡tranquilos!: no hay nada mejor que aprender su significado en el contexto adecuado y los adultos estamos para enseñársela).
Si queréis podemos hacer el siguiente ejercicio: Os sugiero que prestéis atención a lo que le decís a vuestro hijo o hija la próxima vez que acuda a vosotros con una emoción fuerte. Muchas veces automatizamos nuestras reacciones y no somos del todo conscientes de nuestras respuestas. Puede tratarse de cualquier emoción, rabia, miedo, alegría etc.
¿De qué os habéis dado cuenta?
Dicho esto, os propongo otro ejercicio para seguir tomando consciencia de lo que hacemos ¡Hagamos una prueba! ¡Vamos a ponernos “al otro lado”!
Imagina por un momento que has tenido un día horroroso en el trabajo. Has sido victima de una bronca injusta de tu jefe delante de todo el departamento. Te sientes terriblemente dolido, impotente y frustrado. Vas de regreso a casa, te encuentras con un amigo y empiezas a explicarle cómo te sientes. Tu amigo te interrumpe (lo hacemos constantemente con nuestros hijos, ¿verdad?), o bien te aconseja (¿Os suena? “Ya te lo dije” “Ya te avisé” “Mañana lo primero que vas a hacer es….”), o minimiza tus sentimientos (“¡Mira que eres exagerado! ¡No es para que te pongas así. No se acaba el mundo!”), defiende a la otra persona (“Yo de él también me hubiera enfadado”), filosofa (“La vida es así, ya deberías haber aprendido que va de esto, ¿qué esperabas?….”), pregunta inquisitivamente (“Pero, ¿Por qué lo hiciste? ¿No te diste cuenta de que…?”), te compadece (“¡Oh! Pobre, qué pena que me das”)….
“¡Basta! ¡Basta! ¡Nada de lo que me dices me consuela! Al contrario ¡Me estoy frustrando todavía más! ¡Esta charla solo me hace sentir peor que antes!”
¿Es así? ¿Te pasa todo esto por la cabeza?
Pues… ¡Lo mismo les ocurre a los niños!
¿Qué esperamos TODOS (niños y adultos) cuando vivimos una situación semejante?
Lo que realmente, nos consuela, nos calma primero y nos ayudará después a reflexionar para aprender cosas nuevas, para buscar soluciones, para rectificar si es necesario…
¡¡¡¡Es una respuesta empática que sintonice con lo que estoy sintiendo!!!!
“Vaya, debió ser una experiencia muy difícil después de todo lo que habías trabajado en este proyecto”.
Para ello es imprescindible escuchar con toda atención, con presencia. Es desesperante tratar de llegar a alguien que solo finge escuchar. Ni siquiera hay que decir mucho. “No se limite a hacer algo, esté presente” reza un proverbio budista. Basta un silencio lleno de comprensión que acoja los sentimientos del otro, “Oh!”, “Vaya”, “Mmnn”, “Ya veo”… Esta actitud invita a que los niños exploren sus pensamientos y sentimientos y, más adelante, reflexionen sobre su conducta. ¡Queremos que los niños nos cuenten, nos hablen!
A un niño le puede resultar difícil pensar con claridad y calmarse cuando alguien le interrumpe, le interroga, le culpa o le aconseja. Si a nosotros también nos pasa, ¿cómo no le va a pasar a un niño de 5 años? Aunque nosotros lo hagamos con la intención de calmarlo, insistir en que aparte o deje de lado estos sentimientos que le embargan, solo le altera mucho más. Primero hay que conectar con ellos, luego ya habrá tiempo para lo demás.
Sin embargo, muchas veces, nos empeñamos en negar lo que sienten cuando la mejor forma en la que podemos ayudarles a sentirse bien es empezando a aceptar su emoción. Si además, comprendemos que existe una relación directa entre lo que sienten y la forma en que se comportan, nuestro principal objetivo debería ser intentar que se sientan bien para que también se comporten bien. Los niños no son felices cuando se portan mal. Al contrario, portarse mal es un indicativo de que algo no marcha bien.
No estoy diciendo que no deben corregirse los malos comportamientos. Estoy diciendo que las más de las veces esconden una emoción que primero hay que comprender, una necesidad que hay que colmar, una insatisfacción que hay que conocer… Y esto lo conseguimos cuando ESCUCHAMOS.