El sueño de nuestros hijos nos quita el sueño. Deseamos que tarden poco en dormirse porque cuando llega la noche estamos agotados, que duerman sin llorar, sin desvelos de horas, incluso del tirón desde que son bien pequeños… Y sí, algún día lo harán. Pero al igual que no tenemos tanta prisa cuando comienzan a caminar y entendemos que va a haber caídas y que al principio les va a costar y hemos de respetar su ritmo, ¿por qué con el sueño nos cuesta comprender lo mismo?
Y es que nos afanamos en enseñarles a dormir, cuando ellos ya saben, cuando lo único que tenemos que (y podemos) hacer es acompañarles a madurar el sueño mientras su amígdala, la región del sistema nervioso central del bebé, se va desarrollando. Y en este camino hay cosas de las que hacemos que no sirven para nada y otras que sí, que les favorecen ese descanso. Porque, solo os traemos un dato: durante los dos primeros años de vida nuestros hijos dedican más tiempo a dormir que a jugar o a todo lo demás, concretamente 9.000 horas frente a 8.000. Es decir, es la base del desarrollo de la salud de nuestros hijos, y de la nuestra. Porque perdemos, atención, entre 400 y 700 horas de sueño solo durante el primer año de vida de nuestro bebé.
El doctor Gonzalo Pin, pediatra experto en sueño, nos dio las pautas en un webinar de la mano de Flex que puedes volver a ver en este enlace.
¿Qué sí podemos hacer?
- Entender que es un proceso madurativo que va cambiando. El sueño es un taller de ‘limpieza, reparación y creación’ de nuestro sistema y hemos de tener expectativas reales acordes con el momento madurativo de nuestro hijo. Para eso, hemos de informarnos y, sobre todo, reducir expectativas.
- Comenzar a preparar el sueño de nuestros hijos desde el momento de la gestación: con buenas rutinas, hábitos y horarios de sueño, alimentación…
- Aprovechar las primeras semanas de vida de nuestro bebé para conocerle y saber si es de los que duermen pronto, si demanda más cuidados y actividad durante el día… para así poder adaptarnos
- Saber cómo se organiza el sueño y cómo evoluciona y entender los procesos de cambio no como regresiones, sino como progresiones a otra etapa diferente. Es decir, si necesita ser porteado o dormir en brazos prioricemos su descanso (y el nuestro) por encima de las exigencias sociales.
- Actuar sobre la luz natural y la oscuridad para favorecer el desarrollo del reloj biológico. Así, la luz cálida dos horas antes de dormir ayuda a conciliar el sueño y favorece la producción de melatonina (es un corregulador).
- Entender las necesidades de alimentación. Al principio nos demandarán cada dos o cuatro horas día y noche. A partir de la alimentación complementaria esa necesidad se va regulando y esto influye directamente sobre el descanso.
- Actuar sobre la temperatura de la habitación. Es importante establecer 3 o 4 grados de diferencia entre el día y la noche o entre la temperatura que tenemos en la casa durante el día y la que tenemos en la habitación durante la noche (algo más baja para conciliar mejor)
- Actuar sobre la afectividad: necesitan afecto y muestras de cariño durante las 24 horas del día, también por la noche. Es importante saber que el resultado de cómo duerme un niño se basa fundamentalmente en lo que hacemos a lo largo del día. Así, para poder trabajar sobre sus necesidades nocturnas hemos de trabajar primero sobre las necesidades (y cómo respondemos a ellas) durante el día.
- Comprobar sus niveles de hierro con ayuda de un profesional si vemos que nuestro hijo tiene problemas para dormir o está irritable durante el día.
¿Qué otras cosas no sirven para nada?
- Pretender cambiar la parte biológica de nuestro bebé
- Pretender cambiar el temperamento de nuestro bebé o el del resto de la familia
- Obsesionarnos con las tablas estadísticas sobre el sueño. Es decir, nuestros hijos no son robots y cada niño tiene una evolución y unas necesidades, que se traducen en unas ventanas de sueño y siestas diferentes. Es importante no centrarse tanto en la duración o número de siestas y mirar más si nuestro bebé está bien o si tiene cierta ritmicidad.
- Medicalizar porque sí, sin una prescripción médica. La desesperación nos lleva en ocasiones a suministrar, por ejemplo, melatonina, y está comprobado que no reduce el número de despertares, tan solo ayuda a conciliar el sueño la primera vez. Pero este tipo de decisiones hay que consensuarlas con un pediatra o especialista médico.
- Realizar actividad física a última hora del día o dos horas antes de ir a dormir, porque se activa la temperatura de nuestro hijo y esto le dificultará la conciliaci´n de sueño.
- Pretender que duerma solo o en una cuna desde el primer día. Somos mamíferos y dependientes al principio y es vital que entendamos que nuestro bebé nos está manifestando no lo que quiere, sino lo que necesita.
- Dejar la lactancia materna pensando con la esperanza de que duerma mejor. Está comprobado que el descanso de nuestros hijos no depende de la forma de alimentación y que un niño alimentado con leche artificial puede tener un sueño más fragmentado o discontinuo que otro alimentado por la madre.