Estamos en plena Navidad, con verdaderos banquetes en los que se reúnen grandes familias alrededor de una mesa repleta de manjares. Pero también es el momento en el que se pueden multiplicar los conflictos por la comida con los niños, a los que quizá los manjares no les parezcan tan apetecibles. Y en esas ocasiones no suele faltar alguien de la familia que suelte esta frase prohibida.
Pedro tiene cuatro años. Desde pequeño, no ha sido un buen comedor. Sus padres, Laura y José, han ido a pasar la Navidad a la casa de los padres de Jose, donde alrededor de la mesa se reúnen muchos familiares a los que Pedro apenas conoce. Después de un viaje largo, Pedro se pone a cenar con su familia extensa. Pero está cansado de estar sentado tras el viaje y tiene más ganas de jugar que de comer cordero, una carne que nunca ha probado. Su tía abuela Paquita, a la que Pedro ha visto solo una vez en su vida, se ofende cuando Pedro arruga la nariz y se levanta de la mesa diciendo que no quiere comer eso. Pedro no lo sabe, pero Paquita lleva toda la tarde cocinando el cordero y le ha dado muchísimo trabajo. Para Paquita, es una suerte poder comer este manjar en Navidad y recuerda que de pequeña ella no lo pudo tomar. El hecho de que su sobrino nieto ponga cara de asco le enfada mucho. Así que, en medio de su indignación, Paquita intercepta al niño y le dice que se siente en la mesa y coma, que tiene mucha suerte de poder comer cordero en Navidad y que está delicioso.
Sus padres, que no quieren montar un número en plena reunión familiar, dejan hacer y cogen al niño, lo sientan en la mesa y le tratan de meter el delicioso cordero en la boca. Pero Pedro no se rinde y se vuelve a escapar. Paquita lo vuelve a detener de camino al rincón donde Pedro tiene sus juguetes y ella misma lo coge, lo lleva a la silla y le intenta meter la comida en la boca diciendo que debe probarlo, que seguro que le gusta, y que sea un niño bueno. Pedro se pone a llorar y en medio del berrinche abre la boca y Paquita aprovecha para meterle comida. Pedro la escupe, se pone a llorar más fuerte y se escapa, mientras su madre, ya muy apurada, va a buscarlo. Paquita no se reprime y le suelta enfadada: “Pedro, si no comes no te voy a querer”.
Laura se lleva a Pedro a la habitación, lo abraza mientras el hijo llora sin consuelo y cuando ya se calma le intenta explicar cómo se ha podido sentir su tía abuela ante el rechazo de la comida: “La tía Paquita lleva todo el día cocinando el cordero, le parece que es el plato más delicioso del mundo y le hacía mucha ilusión que lo probáramos todos. Ahora se ha enfadado y cuando nos enfadamos hacemos y decimos cosas que no pensamos, porque se nos nubla la vista, ¿a que a ti también te pasa? Entiendo que no te apetezca probarlo. Pero no está bien poner cara de asco. ¿Qué te parece decirle ‘Gracias, pero no me apetece’?”. Pedro se siente más calmado y contento por sentirse apoyado y comprendido por su madre. Y después de toda la tensión por la escenita, se queda dormido en los brazos de su madre. Laura lo deja en la cama y lo arropa y vuelve al comedor, donde Paquita sigue sin reprimir sus comentarios:
– ¡Como sigáis así, José, el niño se os va a subir a la chepa!
Laura resopla bajito y le dice a Paquita:
– Siento el numerito. Pedro está muy cansado del viaje, no era el momento de probar nada nuevo. Pero yo sí que tengo muchas ganas de tomar ese cordero- dice, tratando de sonreír.
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