Gregorio Luri desgranó en su ponencia una reflexión sobre el papel de padres y madres y nos dejó un mensaje realmente reconfortante: “todo niño tiene derecho a unos padres tranquilos e imperfectos”. Para Luri, la buena educación ha de incluir las palabras mágicas “por favor”, “gracias”, “perdón” y “confío” y la persona bien educada es aquella que sabe corresponder el amor que ha recibido. Con muchísimo sentido común este filósofo, padre imperfecto confeso, nos advirtió en contra de la aspiración de ser un padre perfecto y subrayó que “nuestro hijo, para acabarse de construir, necesita de la confianza que solo nosotros podemos darle”. Y, como defensor acérrimo de la familia normal, Luri nos llegó a preguntar entre risas si nos creíamos peores o mejores padres que los Simpson.
La ponencia de Gregorio Luri se centró en cuatro palabras mágicas de la educación: ““Por favor”, “gracias”, “perdón” y “confío” son palabras muy elementales. A medida que el mundo se nos va haciendo más complejo más importante resulta tener más claras las prioridades. Las prioridades básicas han de ser aquellas que fomentan la relación cordial de una persona con los demás. Estas cuatro palabras tan elementales forman la estructura básica de la cordialidad”. ¿Por qué es importante pedir algo por favor? Porque “estamos dejando de lado la arrogancia del “yo quiero” o “dame esto”. Estamos sustituyendo el imperativo del yo por un reconocimiento de que el otro puede ayudarnos, no porque esté obligado, sino porque reconocemos su generosidad”. Y de ahí la importancia de agradecer esa generosidad. La palabra “perdón”, por su parte, “nos permite volver atrás en el tiempo y borrar los tachones que hemos hecho en nuestra biografía. Todos metemos la pata y nos equivocamos, vivimos en una situación, que es la de la vida, llena de ambigüedades. Si no tuviéramos el perdón de los demás estaríamos siempre sujetos a esos tachones que han marcado nuestro pasado”. En cuanto a la confianza, “cuando confiamos en alguien, reconocemos su competencia y reconocemos que es una persona fiable, es decir: que sabe mantener la fidelidad a las palabras que ha dado. Esto hace que el futuro, que por sí mismo es indefinido, podamos contar con la seguridad de que alguien va a seguir manteniéndose fiel al compromiso que ha dado”.
Sobre la importancia de la confianza basó Luri buena parte de su intervención. Para el filósofo, “la vida familiar se puede resumir como una transferencia de confianza de padres a hijos. El equilibrio psicológico y la madurez de nuestro hijo requieren como un componente esencial que puedan tener confianza en sus padres. Los niños necesitan tener confianza en nosotros porque necesitan aliados fuertes para combatir los monstruos que hay siempre debajo de la cama. Cuando va creciendo, transferimos esa confianza que tenían en nosotros a ellos”.
Aportar seguridad no significa sobreproteger, como bien aclaró Luri: “Los niños en el fondo son como los barcos: el lugar más seguro para ellos es el puerto. El problema es que no están hechos para eso”. Entonces, como con los barcos, se trataría de preparar a nuestros hijos para la travesía, pero “sabemos que ser niño es tener mucha más energía que sentido común para controlarla y esto crea unas incertidumbres. Si alguien tiene que poner el sentido común en la relación familiar, no ha de ser el niño, tenemos que ser nosotros. Nuestro hijo, para acabarse de construir, necesita de la confianza que solo nosotros podemos darle”.
Luri se confesó “defensor acérrimo de la familia normal”. Su característica esencial es “la conciencia de que estás como padre con muchísima frecuencia fuera de juego”. Luri definió esta normalidad en la familia como “saber llevar sus neurosis cotidianas sin demasiadas estridencias”. Si bien el público comenzó a reírse, Luri nos contó que hablaba en serio. Y subrayó que las neurosis “son inevitables, primero porque la urgencia para dar una respuesta a nuestros hijos es siempre mayor que la inteligencia que tenemos disponible para resolverla. En segundo lugar, porque nadie es dueño de sus estados de ánimo, que tienen un componente caprichoso y van y vienen un poco a su antojo”. Así que “ante situaciones a las que debes dar una respuesta ya te encuentras con que no eres tan sabio como crees y que quizá tu estado de ánimo no es el más adecuado para enfrentarlo. Pero eso es ser padre”. Luri tiene la receta perfecta e improbable para que las neurosis no se produzcan: “Quizás se pudiera aspirar a ser una familia perfecta si algún día se consigue tener el segundo hijo antes del primero”, frase que provocó risas entre el público.
Pero el humor no había acabado aquí. Luri nos dijo: “Me gustaría hacerles un test sobre calidad familiar: ¿Se consideran honestamente ustedes mejores o peores padres que Los Simpson?”. De nuevo se oyeron muchas risas entre el público. “Primero, si se consideran peores padres, tienen un grave problema y yo no les puedo ayudar. Si se consideran mejores padres, mi más cordial enhorabuena, porque ser mejor que los Simpson no es tan fácil. Los Simpson, como mínimo, tienen dos virtudes esenciales: comienzan cada capítulo desde cero, sin llevar un memorial de agravios, habiéndose perdonado lo que han hecho en el capítulo anterior. La segunda es que a mí me cuesta entender cómo esa mujer excelente que es Marge está enamorada de Homer Simpson, pero los Simpson se quieren, de una manera si quieren estrambótica. Y saben que hay ciertas líneas que no cruzarán, precisamente marcadas por el amor mutuo. Cuando ese amor está en juego, Homer es capaz de llevar a su hijo a un museo”.
Luri también nos habló de que educamos más con lo que hacemos que con lo que decimos: “A pesar de que nos pasamos la vida hablando de valores, el órgano educativo no es el oído, sino el ojo. Educamos o aprendemos de las conductas que vemos en las personas que consideramos valiosas. Y no hay aprendizaje más importante en nuestra vida que aprender a amar. Y junto a ese, el de saber que puedes ser una persona imperfecta y sin embargo puedes encontrar alguien que te quiera. El aprendizaje del amor únicamente puedes aprenderlo en casa y viendo a tus padres que se quieren. ¿Cómo se manifiesta el amor? Pues una de las maneras más espontáneas es con las cuatro palabras mágicas”.
Gregorio Luri se mostró “partidario de añadir a la Declaración de los Derechos del Niño dos nuevos derechos. El primero diría “Todo niño tiene derecho a tener unos padres tranquilos”, que no vaya con la lengua fuera intentando ser modelo permanente de sus hijos, dinamizadores culturales de su vida, maestros y no sé cuántas cosas más. Y el segundo es que “Todo niño tiene derecho a tener unos padres imperfectos”. Ser adulto significa, entre otras cosas, aprender a querer a alguien a pesar de que eres consciente de sus imperfecciones”.
Precisamente, para Luri, “un hijo no está bien educado si no es capaz de corresponder al amor que ha recibido. Esto tiene sentido educativo cuando nosotros nos reconocemos como padres imperfectos”. Aunque Luri se mostró reticente a “contarles mis miserias”, sí quiso compartir que su título para hablar de todos estos temas en el encuentro era el de “ser un padre normal e imperfecto. ¡Hay tantas cosas que he hecho mal!”. Sin embargo, a pesar de eso, a sus hijos, ya crecidos, “les gusta venir a casa, comer juntos y todas aquellas meteduras de pata no han dejado heridas sangrantes sino que han dado motivos para la ironía. Un día me dije que igual aspirar a ser un padre normal e imperfecto era descubrir que tus hijos son conscientes de que tienen un padre imperfecto y sin embargo no han dejado de quererte”.
En el turno de preguntas, Luri habló del papel de la filosofía en la educación: “Creo que no hace falta para nada la filosofía para aprender de tu práctica cotidiana. Allá donde el sentido común puede funcionar la filosofía sobra. Ser padre está expuesto a un continuo bombardeo de imágenes que te hacen creer que ser puede aspirar a ser un padre perfecto. Y encontramos a nuestro alrededor a bastantes padres que actúan con ese papel. Allá ellos. Aspirar a ser un padre normal es una utopía razonable”.
Y también abordó la etapa de la adolescencia: “Tener un hijo adolescente es muy complicado. Es cuando el barco sale del puerto. Y ese barco está aún sin acabar. Pero nuestros niños necesitan romper las relaciones que tenían con nosotros para poder construir unas relaciones de adulto. Los adolescentes tienen que rehacer todo en una situación en la que es imposible que no salten chispas. Debemos estar preocupados porque estando preocupados o ponemos nosotros el sentido común en las relaciones o nuestro hijo no lo va a poner. Y ese es el oficio de padre”.