Hace un mes salió publicada una noticia demoledora. Una de esas que te hace enmudecer. Una de esas que te hace preguntarte una y otra vez la misma pregunta sin respuesta: ¿cómo es posible? Diego, un niño de 11 años, acabó con su vida porque “no aguantaba ir al colegio”. Al parecer, una víctima más del “bullying”…
Antes de seguir, quiero que sepas que este post no es como los demás que solemos escribir. No plantea situaciones ni da soluciones. Tampoco lanza mensajes de positividad y confianza (como suele ser nuestro estilo). Este post es un post de toma de conciencia y una llamada a la acción.
No podemos obviar por más tiempo una realidad cada vez más frecuente. “Cuando yo era pequeño ya existía el bullying” -quizás algunos pensarán- “y no era para tanto”. Señores, si lo es. Es muy grave. Según la OMS, hoy en día, el suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. ¿Cómo es posible?
Esta es una gran señal de alarma. Una señal enorme y luminosa que nos avisa de que estamos fracasando. De que estamos fallando a nuestros hijos. Diego era otro niño más sufriendo bullying en silencio, sintiéndose solo e indefenso ante una situación en la que se veía sin recursos a los que agarrarse. Hasta tal punto que su mejor opción fue saltar por la ventana. De verdad, ¿cómo es posible?
Cuando miramos a nuestros hijos pequeños, nos los imaginamos volando alto, teniendo éxito, siendo felices. Y, siento decirlo, pero muchas veces esto no ocurre. A veces, tu hijo al que augurabas grandes éxitos, llega a la adolescencia y cae en adicciones, actos de vandalismo, problemas alimenticios o bullying (ya sea víctima o acosador). Esto es un fracaso educativo en toda regla. ¿Cómo es posible?
El futuro de nuestros hijos viene condicionado por muchos factores y la mayoría no depende de nosotros como padres. No puedes protegerles de todo (porque esta es la mayor desprotección que les podemos ofrecer), tampoco puedes controlar que otro niño les acose o que un compañero les ofrezca probar las drogas. No se puede. Pero como padre, sí puedes hacer tu parte.
Tu parte, además de una educación académica, es mantener las vías de comunicación abiertas. Es saber escuchar lo que tu hijo te está diciendo, no sólo con sus palabras, sino con sus emociones. Es intuir que más hay en lo que te está contando pero que no te está diciendo. Es observarle, es apoyarle, es valorarle. Es cuidar la relación con él para que si le preocupa algo, te lo diga. Si algo le da miedo, te lo diga. Si no es feliz, te lo diga. Si una amiga le ha dejado de hablar, te lo diga. Y si alguien le acosa, tenga la confianza de poder decirlo también. Porque nosotros como padres, tenemos que poder ser su mayor recurso cuando los suyos propios les fallan. Evidentemente, esto no garantiza el éxito de nuestros hijos, pero sí lo facilita. Y sin duda no hay mayor satisfacción como padre (pase lo que pase en el futuro) que saber que tú has hecho tu parte dando lo mejor de ti.
Como padres, no nacemos enseñados. Muchas veces no sabemos cómo comunicarnos o mejorar la relación con nuestro hijo. No sabemos qué hacer para ganarnos su confianza. Es más, muchas veces por ignorancia, incluso somos nosotros los primeros que nos cargamos la comunicación (con juicios, castigos, gritos y porque muchas veces no escuchamos). Y eso es lo que nos falla: la IGNORANCIA. No sabemos lo que no sabemos. Por ello es fundamental pedir ayuda, formarnos para tener más recursos: asistir a cursos de educación emocional, leer libros, participar en talleres on-line, asistir a charlas de psicólogos, etc.) Y esto no es sólo aplicable a los padres, por supuesto que no. Sino también a los propios niños/jóvenes (sobre todo a ellos), a los docentes y a la sociedad en general.
Nos formamos continuamente para nuestra vida profesional, pero ¿y para el proyecto más importante de tu vida? Ser mejor padre implica crecer. Y para crecer hay que formarse, no hay otra. Sólo así podremos ser parte de la solución a este gran problema social.
Imagen de portada: Bullying – Vicky. Fuente: Twentyfour Students /Flickr