Frases prohibidas: “Anda, no digas eso” (cuando nos cuentan cómo se sienten)
Queremos que nuestros hijos sean felices y estén siempre alegres y contentos. Por eso, quizá, cuando nos cuentan que están tristes o enfadados muchas veces les decimos que no digan eso o que no estén así, pensando que si no hablan de eso dejarán de sentirlo. Sin embargo, muchas veces basta con escucharlos con atención para que encuentren consuelo y recobren una sensación de bienestar.
Claudia, de 4 años, acaba de tener un hermanito, cuyo nombre ha elegido ella: Pablo. Y aunque al principio estaba emocionada mirándolo y esperando el momento en el que, como le habían dicho los adultos, podría jugar mucho con él, ya no le gusta tanto la idea de tener un bebé en casa: requiere muchísimas atenciones, sus padres están muy ocupados y ya no juegan tanto con ella y su vida ha cambiado mucho: ya no se quedan en el parque hasta tarde, sus padres ya no se meten con ella en el arenero a hacer castillos y algunas veces no hay tiempo para el cuento porque el bebé llora o se tira horas y horas pegado a la teta de su mamá. Sus padres se sienten muy agobiados e intentan centrarse mucho en Claudia también, pero el cambio en la vida de la pequeña es natural. Y Claudia se vuelve más protestona, más triste y más enfadada.
Un día, el padre decide ir a dar un paseo solo con la niña y así poder hablar tranquilamente.
-Claudia, te notamos triste y enfadada. ¿Qué te pasa?
–Que yo quiero que Pablo se vaya de casa. Desde que ha llegado es todo un rollo. Odio tener hermanos.
-Anda, no digas eso. Sé que no odias a Pablo.
–¿Para qué me preguntas si luego me dices que no lo diga? – suelta Claudia enfadada, alejándose de su padre mientras llora de rabia.
El padre, Gabriel, se da cuenta de que su hija tiene mucha razón. Y le pide que se sienten en un banco para empezar la conversación otra vez:
–Así que quieres que Pablo se vaya de casa, ¿eh?
-Sí, mi vida era mucho mejor cuando él no estaba.
-¿Ahh, sí? ¿Y qué es lo que más te gustaba y que ahora no hacemos desde que llegó Pablo?
-Estábamos mucho más tiempo en el parque y jugabais conmigo en la arena. Y también me da mucha rabia que muchos días me quedo sin cuento.
-Ahhh, ya veo. -le dice el padre con interés- ¿Y se te ocurre que podemos hacer para que, aunque esté Pablo, podamos hacer todas esas cosas que echas de menos? Es que, ¿sabes? -dice Gabriel con un tono bromista – a Pablo no lo podemos ni queremos devolver a ninguna tienda. Y en la tripa de mamá, que es de donde salió, ya no cabe.
Claudia se ríe y dice:
-Pues yo sé que Pablo no se puede meter en la arena, pero si estáis los dos y uno se queda con Pablo, el otro podría venir a jugar a la arena conmigo. Y además, por lo del cuento, podría ser en otro momento, en alguna siesta de Pablo, porque ¡parece un oso hibernando, duerme mucho!
Y así, entre risas, abrazos y soluciones, Claudia termina confesando que no odia a su hermano porque se ha sentido escuchada y así su padre le ha ayudado a poner orden en su batiburrillo de sentimientos.