Una de las grandes aspiraciones de padres y madres es que nuestros hijos sean felices. Y probablemente sintamos que si no lo conseguimos, que si nuestro hijo o hija no se muestra contento, alegre, de buen humor o agradecido, si muestra malestar, nuestra labor primordial ha fracasado. Es lo que Nancy Samalin llama en su libro Con el cariño no basta la “trampa de la felicidad”. Sin embargo, muchas veces confundimos lo que necesitan los niños, lo que quieren, y sustituimos lo que necesitan para ir bien por la vida por bienes materiales que, aunque pidan, no necesitan en realidad.
Sergio, de cuatro años, lleva un día tremendo. Sus padres han ido con él a la piscina municipal, acompañados de otros amigos que han llevado a sus hijos. Es un día especial y los padres de Sergio, David y Jimena, han pensado que a su hijo le haría muchísima ilusión pasar un día en la piscina con más niños, aunqe los conociera poco. Han llevado a Sergio sus juguetes favoritos y la comida que más le gusta. Pero en lugar de jugar con los amigos, Sergio no se despega de sus padres y se muestra muy demandante. Que si ahora quiero que me compréis un helado, que si quiero que me compres ese juguete que venden en el quiosco, que si no quiero dejar mis juguetes a estos niños, que si me aburro, que si quiero tu móvil ahora para jugar… Los padres se sienten un poco avergonzados por el comportamiento del niño, porque les gustaría que Sergio se mostrara más contento. Y le dan todo el rato lo que pide esperando que se calme y “se le pase la tontería”, pero esto va a más y Sergio se pone a llorar cuando Jimena le dice que no le va a comprar el tercer helado, que con dos ya llega. Jimena entonces le dice, un poco desbordada:
–Jo, Sergio, qué desagradecido eres. Te damos todo lo que quieres para que estés contento, montamos un plan superdivertido y te pones pesado y te sigues portando mal. ¿Qué más quieres que te dé?
Esta frase no hace sino agravar la situación. El llanto de Sergio se convierte en berrinche. Los padres deciden llevárselo apartado a otro lado para no sentirse juzgados y poder abordar el tema con más tranquilidad:
-¿Qué te pasa, Sergio? – le dice Jimena cuando ya se ha calmado.
-Que no me lo estoy pasando bien. Yo no quería venir, no conozco a estos niños casi.
Y entonces Jimena y David pensaron que los helados, los regalos, el móvil, sus reclamos, no eran más que formas de compensar una insatisfacción más profunda que se aceleraba. Y que el niño, en vez de helados, regalos y juegos del móvil, estaba pidiendo un freno a estos reclamos y a esta insatisfacción. Y el freno quizá empezaba por un no y seguía con una conversación como la que estaban teniendo, escuchando a su hijo.
-¿Quieres que nos vayamos a casa o prefieres que juguemos en la piscina los tres y conozcamos a los amigos?-le preguntó David.
-Quiero jugar con vosotros.
Y así, una jornada que comenzó mal se dio la vuelta cuando los padres y el niño dejaron atrás los reproches y se escucharon.