Frases prohibidas: “A ti te pasa como a mí”
Desde que nuestro bebé nace, ya le estamos buscando parecidos con nuestra familia: que si los ojos son de su madre, que si la boca es del abuelo paterno, que si la forma de la cara la ha heredado claramente del papá… Y esto también lo extrapolamos a su carácter. Sin duda, nuestros hijos se parecen a nosotros en muchas cosas y pueden aprender mucho de nosotros, pero interpretarlo todo en esta clave de proyección de nuestra identidad en ellos puede llevar a no ver realmente a nuestro hijo como ser único y peculiar y a no respetar su auténtica identidad, su genuina mirada y sus verdaderas necesidades y, en definitiva, a no escucharlo. Lo vemos con la historia de Gema.
Gema tiene 15 años y llega del instituto derrotada, tirándose al sofá agotada y con una expresión muy triste. Su madre, cuando la ve así, se sienta con ella en el sofá, le acaricia el pelo y le pregunta qué le pasa. Gema resopla y empieza a contarle:
-Pues que en el examen de Lengua, Sara quería que le dijera una respuesta a una pregunta y yo no he querido porque el profe ya nos pilló una vez y porque me parece mal. Y ahora Sara me ha dejado de hablar, dice que ya no seremos nunca más amigas y que le tenía que haber ayudado y me siento mal por haberle dicho que no y porque ya no sea mi amiga.
La madre interrumpe, llena de nostalgia y con cierto tono de superioridad moral:
-Ay, Gema, eres como era yo, te pasa lo que me pasaba a mí, me costaba mucho decir no aunque me pareciera justo. Ya aprenderás, hija.
Gema, la verdad, no se siente muy escuchada ni muy tenida en cuenta por el comentario de su madre. En un momento en el que está construyendo su propia historia y su propia identidad, buscando su carácter único, esta frase es lo que menos necesitaba, es como una patada en el estómago. Porque ella se está buscando, pero ella no es su madre. ¿Cómo que es como su madre? Y ¿qué quiere decir que ya aprenderá? ¿Está condenada a repetir los errores de su madre? Su enfado con la respuesta de su madre va en aumento cuando piensa que ella no es un reflejo de nadie, está viviendo su propia vida. Ella necesitaba que su madre escuchara su vivencia, no que juzgara lo que ha pasado como una condena familiar que tiene que cumplir hasta que aprenda. Por eso, se levanta del sofá muy soliviantada y le dice, con furia:
–Ay, mamá, es imposible hablar contigo.
La madre, que tenía la mejor de las intenciones y que cree que sí ha escuchado, se queda muy sorprendida. Pero achaca el desaire de su hija a su edad y a su disgusto por lo que ha pasado. No se le ocurre pensar que su frase ha sido muy desafortunada.
Imagen: Kate Williams /Unsplash