Todos los veranos de mi infancia y adolescencia se repetía una escena: llegar a la casa de mis abuelos. Para mí era un cambio de realidad. De la ciudad a la naturaleza, del calor sofocante al fresquito, del asfalto seco al césped mojado, de dormir solo con una sábana a dormir con el edredón.
No he sido consciente hasta ahora que escribo estas palabras de lo que significaban para mí esos veranos: autonomía, libertad, amor incondicional, aprendizaje y sabiduría. Todos esos veranos en los que nada más que hacía trastadas. Cantaba por la ventana “Soy Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”; metía en la casa un hula hop con el peligro de romper todos los jarrones; me dormía en el sofá antes y después de comer y mi abuela no me decía nada ni me reñía, mientras que ella trabajaba para prepararnos la comida más deliciosa a mi hermana y a mí… Llevaba una vida de lujo: dormía, comía, iba a la piscina, me cansaba, volvía a comer y a dormir. Tampoco hasta hace pocos años he conocido los valores que me han dado siempre mis abuelos. La madurez te hace ver con perspectiva tu pasado y valorarlo más.
Mis abuelos eran de dos pueblos pequeñitos de Ávila, esos que llaman ahora la España Vaciada. Mi abuela se quedó sin madre al nacer su hermano número 10 y se tuvo que ocupar de cuidar a su padre y de hacer la mayoría de las tareas de la casa. Cuando conoció a su marido, a mi abuelo, también tuvo que cuidar de su suegra. Mi abuelo por entonces trabajaba en el pueblo y tenía como sueño trabajar en Renfe en la ciudad, en Madrid. Y lo consiguió, lo consiguieron. En la capital ya nacieron mi madre y mi tía.
Estas historias solo las conozco por haber pasador tiempo con ellos. De pequeña yo era demasiado inconsciente como para entender todo lo que nos contaban. Ahora lo entiendo: necesitaban ser escuchados, querían transmitir sus experiencias a alguien. Los abuelos, y todas las personas mayores, necesitan compañía, necesitan que se les tengan en cuenta, necesitan que se les preste atención.
Ya entrada mi adolescencia, a mi abuela le diagnosticaron demencia, y en sus últimos años le diagnosticaron también cáncer de mama. Estos años fueron los más dolorosos para ella: ser completamente dependiente, que no se acordase de nuestros nombres, más unido al sufrimiento de la quimioterapia. Pero también fueron años en los que la oí reírse mucho, de los que guardo recuerdos divertidos: mi abuela levantándonos a mi hermana y a mí de la cama golpeando una olla con una cuchara de palo; mi abuela agitando un pañuelo por la ventanilla del coche pidiéndonos que comprásemos unos “heladitos”; o mi abuela riéndose al ver que una vecina lleva unas zapatillas que tenían escrito “buenas noches” siendo por la mañana.
Ahora solo me queda mi abuelo, cuyos médicos siempre le dicen que le tienen mucha envidia por lo bien que se encuentra a los 93 años de edad. 93 años de experiencia que no se guarda ni debajo del agua. Nos sigue contando todo el rato batallitas que tuvo en la Renfe, aunque siempre se ha guardado los recuerdos de la mayor batalla que vivió: la Guerra Civil.
El otro día me enseñó un recortable de periódico. Lo tiene guardado en su cartera, para llevarlo siempre a mano. Me sonríe y me señala la foto. Sale él con un compañero en las oficinas de Renfe. Pienso que él guarda en su bolsillo un trocito de lo que yo soy como periodista, pero también pienso que lo que guarda es todo un cúmulo de experiencias que le han hecho ser el abuelo que tengo ahora. No solo ese recortable implica orgullo, sino también superación, resiliencia y tenacidad.
Me olvido de demasiadas cosas a mencionar sobre mis abuelos: cómo nos recogían del colegio, cómo nos compraban un donut artesanal, cómo pasar una tarde de diario con ellos era felicidad y un bienestar inmediato para mi personita de poca edad.
Me gustaría encapsular todos mis recuerdos de ellos, guardar todo el cariño que me dieron en un joyero con llave, para poder coger todas sus enseñanzas y aplicarlas al día a día. Pero me doy cuenta de que cuando se intentan retener las cosas, nunca sirve de nada porque, al fin y al cabo, no tengo nada que retener. Todo lo que soy ahora lleva la esencia de ellos. Todo lo que soy es gracias a ellos.
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