Mamá, papá, fuera del parque, por favor
María Soto, de Educa Bonito con Disciplina Positiva, rememora su infancia en este post para hablar de la necesidad de espacio y libertad en la infancia. Y aclara: “No estamos en 1982”, cuando los niños jugaban solos en la calle, “pero la esencia es dejar jugar a nuestros hijos”
Tengo casi 35 años y he crecido en una familia de 6 hermanos en una infancia muy feliz. Y fue feliz porque fue mía. Jugábamos en la calle ( era una especie de urbanización con una calle sin salida) todos los niños del barrio. Íbamos apareciendo cuando terminábamos nuestras obligaciones y volvíamos a casa cuando cada uno escuchaba la “llamada” característica de cada familia. En nuestro caso era un silbido de mi padre, que salía a la ventana únicamente por dos razones: para vernos jugar totalmente a nuestro aire, o para llamarnos para volver a casa.
No había ningún adulto persiguiéndonos con cara de pánico cada vez nos separábamos más de dos metros, no había columpios de colores chillones o diseños modernos de acero y madera. En el pueblo había un parque al que íbamos poco…molaba más nuestra calle, que terminaba en un terraplén desde el que nos tirábamos con cartones y desde el que prácticamente todos los días alguno de la pandilla aterrizaba rodando, sucio, raspado y en plena carcajada…
Éramos libres.
Nos inventábamos nuestros propios juegos.
Una mañana de verano apareció en mitad de la calle el guardabarros de un Renault 5. Le dimos más de 20 usos diferentes y jugamos con él sin certificados europeos de sanidad, seguridad y estupicidad. Hicimos comiditas, guardábamos piedras peculiares, lo llenábamos de agua… Ejercitábamos nuestra imaginación constantemente.
No teníamos juguetes, ni motitos de plástico, ni patinetes…las bicis y patines de metal con ajuste progresivo llegaron en su momento y también fueron usados por los más osados para tirarse por el terraplén…qué diablos!! había que experimentar!! ( ahora como madre lo veo de otra forma, claro está! ;P)
A la vuelta de la esquina había una ferretería que cada semana tenía un artículo diferente a 1 peseta.
Todos los niños de la calle nos compramos juntos cinta aislante de colores, que resultaron geniales para decorar palos y escobas, cuerdas para infinidad de juegos de escalada, acampada, polis y cacos, etc. También adquirimos escobas una semana y nos dedicamos a barrer el terraplén…os podéis imaginar lo limpitos que llegábamos a casa y lo que se reían los adultos que nos veían… Compramos guantes de jardinero que utilizamos para disfrazarnos, para jugar a duelos, para perderlos y encontrarlos, para guardar tesoros….
Fue una infancia inmensamente feliz porque aprendimos quién mandaba esa semana, y quién mandaba la siguiente, a quién le gustaba cantar y quién era siempre el portero porque no daba pie con bola.
Y el grifo… De una obra antigua se habían dejado un grifo sin sellar al lado de un garaje y claro…agua gratis para las delicias de los más de 20 niños que nos volvíamos locos con las guerras de globos de agua, chiringándonos, regando , pintando con barro, mojando al que perdía al escondite….etc.
Y las cabañas que hacíamos y deshacíamos, y las búsquedas del tesoro, y los escondites eternos, y las peleas que acababan en risa, y las merendolas en portales cuando llovía.
Fuimos felices porque nuestra infancia fue nuestra.
No había adultos proponiendo juegos, organizando turnos de columpio, “enseñando” a jugar o advirtiendo del peligro mortal de resbalar en un parque sintético de goma… No íbamos a clubes con actividades dirigidas, no íbamos a actividades extraescolares, no había ninguna abuela colocándonos el pelo cada vez que nos bajábamos del columpio o metiéndonos el bocata en la boca…. Decíamos tacos a escondidas, sangrábamos y no nos terminábamos el plátano, pero sabíamos lo que era la amistad, el juego y la libertad ( que no “libertinaje”, los límites RESPETUOSOS son fundamentales) de crecer de forma sana.
¿Qué les estamos haciendo a nuestros hijos?
No me cansaré de repetir hasta la saciedad que estamos programados por la naturaleza para crecer, explorar, aprender y socializar… ¡¡No hay que enseñarles!! Sólo dejarles avanzar en sus procesos y darles oportunidades, experiencias que fomenten ese desarrollo.
Si no pueden socializar porque el resto de niños están pegaditos a mamá o papá, si no pueden notar el vértigo de intentar algo nuevo, si no tropiezan 3 veces y siguen intentándolo, si no nos pierden de vista sabiendo que no nos iremos, pero que tienen libertad en donde están… Si no dejamos de condicionarles, sobreprotegerles y anularles en nombre de una seguridad enfermiza, de la limpieza o de nuestros propios miedos y frustraciones, estaremos criando futuros adultos inmaduros sin experiencias, sin recursos para enfrentarse a la vida real, dependientes y con miedo a mancharse el pantalón…
Qué tristeza.
Doy gracias cada día de mi vida por todo lo que aprendí pensando que nadie miraba, pero con Mamá pendiente disfrutándonos desde la ventana.
Imagen de portada: Miles Tan /Unsplash