La verdad que si tuviéramos que elegir una ponencia de las que estamos viendo en el Homenaje a la Educación… ¡no sabríamos cuál elegir! Están siendo ponencias llenas de aprendizajes y buenas ideas educativas provenientes de grandísimos expertos educativos.
Y es una pena que no podamos retener a los ponentes más rato para que puedan responder a todas las preguntas que nos enviáis por el chat… pero como no podemos, aquí os traemos las preguntas que quedaron en el tintero el otro día en la ponencia de la gran maestra Carmen Guaita.
¿Qué podemos hacer si nuestros hijos nos ocultan cosas o no tienen la confianza para contárnoslo?
Ellos traen de fábrica una inmensa confianza en nosotros, que los padres vamos perdiendo a base de mandarlos callar y de no hablar más que para dar órdenes y regañar.
También la perdemos a base de criticar sus opiniones con hábitos viejos como el “qué sabrás tú” y ese tipo de frases hechas, que son dañinas y abren grietas de silencio. La confianza se trabaja escuchando: al niño chiquito que nos va contando el mundo (mientras nosotros estamos oyendo un runrún, conectados al móvil); al adolescente a quien no preguntamos nunca su opinión sobre las cosas, ni le pedimos consejo, y encima protestamos porque no nos escucha.
Lo bueno es que son muy indulgentes con nosotros y la confianza se puede recuperar. ¿Cómo? Hablando nosotros: de cosas que nos preocupan, de cosas que hacemos, de historias antiguas…, pidiéndoles consejo y ayuda, respetando sus respuestas.
También mirando a los ojos y mostrando en la mirada todo nuestro cariño -que se nos olvida mirar así-. Incluso el adolescente más airado está deseando recuperar la confianza en nosotros. Fuera redes, fuera móviles y distracciones absurdas cuando estemos con los hijos. Al primer acercamiento del tipo “¿sabes qué, mamá?”: atención completa.
¿Qué hacer cuando un hijo tiene una preocupación, pero no se atreve a decirlo por miedo a lo que opinen sus padres?
Suelen callar, paradójicamente, para evitarnos a nosotros la preocupación. Es muy importante decir a nuestro hijo que vamos a querer saber cualquier cosa que le pase, que estamos “por él, por ella”, y siempre vamos a querer ayudar, que no le preocupe preocuparnos, que para eso estamos.
Nuestra mirada sobre ellos es un detector de preocupaciones: un cambio de hábitos, de sueño, más silencio del normal, dolores de estómago inexplicables… A veces la intuición nos dice que pasa algo y nos quedamos parados, sin tomar la iniciativa de preguntar, esperando a que nos lo digan. Y mientras tanto ellos piensan: “mi madre no se está dando cuenta.”
¿Cómo fomentar como docentes la relación profunda de nuestros alumnos(as) con sus padres en el aula?
Perdiendo el miedo a las familias, que tanto nos perjudica. Abriendo la puerta del aula. Seguro que tienes alguna madre o padre, alguna abuela o abuelo que puede transmitir una experiencia singular: es donante de sangre, sabe mucho de ecología, trabaja en algo curioso, proviene de otro país… Pídele que vaya a contaros cosas sobre eso que domina.
La cara de orgullo de su hijo o de su hija cuando lo vea “dando clase” será impagable, y, curiosamente, mejorará su lugar en el “sociograma de aula”. Pero también el respeto y la atención con que lo van a escuchar el resto de los alumnos será increíble. Y para ti será una experiencia adictiva: la de comprobar que familias y profes estamos en el mismo barco.
Algunas de mis mejores experiencias en el aula provienen de un abuelo vigilante de museos, una madre que nos trajo un increíble power point sobre Rumanía, un padre actor de doblaje, una mamá chef en un restaurante…
¿Cómo podemos ser el ejemplo que nuestros hijos necesitan cuando nosotros mismos dudamos sobre nuestro papel como padres?
¿Por qué dudar? Ellos ya saben que no eres perfecto, y no les importa. Nos conocen bien, tal vez mejor que nosotros a ellos, nos tienen muy observados. Si te muestras tal como eres, si das lo mejor de ti mismo y procuras vivir con coherencia entre lo que piensas, lo que dices y lo que haces, ya eres el ejemplo que tus hijos necesitan.
¿Qué ideas nos das para que nuestros hijos sean más felices?
Les hace más felices manejarse por la vida con un mapa personal, donde estén marcados los límites de las acciones, sus puntos fuertes y sus puntos flacos. Cuando un niño o una niña se sienten seguros de lo que pueden y no pueden hacer, saben cuáles son sus cualidades y conocen la forma de mejorar sus defectos, son más felices porque son más autónomos y superan mejor las dificultades y frustraciones. El ejemplo contrario es el niño o la niña que creen que pueden hacerlo todo y tenerlo todo, que creen que todo lo hacen bien o, por el contrario, están tan sobreprotegidos que ni siquiera saben lo que pueden hacer. En estos niños el tortazo contra la vida real es tremendo, y tienen la felicidad más complicada.
¡Pero también les hacemos felices nosotros cuando estamos de buen humor! Estar juntos, reírnos, decirnos unos a otros que nos queremos… Saber que nos hacen felices les hace sentir muy valiosos.
Si volvieras a ser madre ahora, ¿qué te gustaría mejorar?
Lo tengo clarísimo. Jamás atendería una llamada de trabajo fuera de horario y estando con mis hijos. Tampoco la atendería durante los treinta minutos del mediodía en que comíamos juntos. Es que me veo a mí misma levantándome de la mesa y todavía me tiro de los pelos. ¡Si era solo media hora, y ellos tenían ganas de hablar! Les demostraba que elegía el trabajo antes que su presencia, pero las llamadas hubieran podido esperar un ratito, y ellos seguían siendo para mí lo mejor del día. Esta contradicción, esta confusión en mi pódium de lo importante, todavía me duele, aunque ellos me han asegurado mil veces que no se acuerdan. Creo que me lo dicen por lo compungida que me ven.
¿Qué es lo más importante que te han enseñado tus hijos?
Me han enseñando y me siguen enseñando muchísimas cosas. La más importante, que estar juntos, hacer cosas juntos, produce recuerdos para siempre y muchísima felicidad.
¿Es más importante la cantidad de tiempo o la calidad? A veces siento que no llego a todo y no sé si compensarle es lo mejor que puedo hacer.
El tema del tiempo de calidad es un caramelito que los adultos nos tomamos para suavizar el malestar, pero todos sabemos que cuando no estamos con ellos, no estamos. De ahí que nos planteemos estas cosas. Desde luego, cuando ves a tu hijo o a tu hija poco rato, debes compensar, pero nunca con regalos ni siendo muy tolerante, sino mirándolos mucho, escuchando mucho y actuando con mucha coherencia respecto a las normas y las reglas de casa. Quiero decir que cuando estés tienes que estar “en cuerpo y alma” y tienes que educar.
¿Cuál dirías que es el regalo que todos los niños deberían recibir en Navidad?
Tiempo con sus padres. Para hacer algo juntos: acercarse a la naturaleza, a la cultura- la música, el teatro, el cine, un museo, una exposición, las pelis clásicas…-, pasar una tarde en torno a un tablero de parchís, muertos de risa, sin móviles ni redes sociales, compartir una afición…
¿Cómo puedo crear una relación más estrecha y una comunicación más cercana con el profesor de mi hija?
Es bueno que te conozca, que conozca las circunstancias familiares y los pormenores de tu hija que pueden ayudarle a conocerla mejor y a percibir algún cambio o problema: sus hábitos de sueño, si desayuna bien, a quién invita a casa para jugar, de qué compañeros de clase habla, si vive con padre y madre o en otro régimen de custodia, qué expectativas tienes tú sobre el curso y sobre ella. Muchas veces los padres vamos a hablar con los profes y solo les pedimos información académica, sin comprender lo importante que es la información personal que nosotros podemos brindar. Al profesor también le gustará saber si tu hija habla de él, qué cosas aprende mejor y cuáles parecen gustarle más. La asociación cordial entre profes y padres es preciosa, y consigue, como por arte de magia, que cualquier obstáculo se quede en dificultad o mala racha y no pase a la categoría de problema.
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