Te propongo que hagamos un ejercicio de reflexión. Para ello, haremos previamente uno de análisis:
Lunes, suena el despertador, te levantas, preparas el desayuno, despiertas al peque de la casa (al que llamaremos Luisito), le sientas en la mesa de la cocina para que desayune. Luego le ayudas a vestirse, a peinarse… Después, corriendo al colegio. Son solo las 9 de la mañana y hasta las 4 de la tarde estará allí. A las 4 le recoges. Corriendo a casa a merendar. A las 17.30 tiene clase de fútbol. Termina a las 18.30. Corriendo volvemos a casa, hay que hacer deberes, ducharse, cenar e irse a la cama (no sin antes haber leído un cuento juntos).
El martes no cambia mucho la cosa. En vez de fútbol a las 17.30, Luisito tiene clases de inglés. Luego viene el miércoles, el jueves, el viernes… Y van pasando los días y nuestro hijo no ha tenido ni un minuto para aburrirse. Su agenda de ministro, como suele decir la periodista y autora del libro ‘Hiperpaternidad’ Eva Millet no se lo ha permitido.
“Hay una oferta brutal para hacer de tu hijo ese ser preparadísimo que va a triunfar, sí o sí. Pero ello requiere estimulación precoz e hiperactividad. Y en esta carrera por lograr el súper-hijo nos cargamos la infancia: el tiempo para jugar y para aburrirse y la adquisición de otras habilidades que también son básicas en la vida”, nos recuerda Eva.
Pero salgamos de la rutina escolar… Llega el verano, nos vamos de vacaciones, por fin. Metemos las maletas en el coche, metemos a Luisito en la parte trasera y, con él, por supuesto, la Tablet con sus dibujos favoritos. ¿Para qué? Para que no se aburra, por supuesto.
Recorremos 700 kilómetros en silencio, en calma, con nuestro Luisito mudo, ensimismado en la pantalla de la parte trasera del coche.
Avancemos un poco más. Luisito ya tiene 12 años, y móvil propio. Con un móvil en la mano es imposible aburrirse. Siempre hay algo que hacer, que oír, que leer…En definitiva, Luisito ya tiene 12 años y aún no sabe qué es el aburrimiento.
Así, a simple vista, puede parecer algo positivo. Vivimos que nuestros hijos se aburran como un fracaso personal, tal vez porque nos encontramos en una sociedad obsesionada por hacer y no parar. Pero rescatar a nuestros hijos del aburrimiento no es bueno, porque como dice el psicólogo Alberto Soler «no les estamos dando la oportunidad de pensar ellos solitos cómo llenar ese vacío. Si nunca pueden decidir qué hacer con su tiempo libre, ¿cómo van a aprender a gestionarlo?». Alberto considera que somos los adultos «los que proyectamos en ellos nuestra intolerancia al aburrimiento. Esa intolerancia se ha agudizado desde que tenemos el telefonito inteligente. Nos ha invadido un horror al vacío en el que no podemos estar más de medio minuto sin estar ocupados en algo», como cuando sacamos el móvil mientras esperamos el autobús, por ejemplo.
Más expertos nos hablan de lo importante que es que nuestros hijos se aburran. El neuropsicólogo Álvaro Bilbao nos recuerda que el aburrimiento es “la madre de la creatividad. Hace que el niño se fije, observe… En definitiva, que mate ese aburrimiento tirando de imaginación”.
Sin embargo, a pesar de que ni Luisito ni ningún otro niño tiene tiempo para aburrirse, se quejan continuamente de que están aburridos. Heike Freire nos explica por qué se da esta paradoja: “Quizá, en el día a día les ofrecemos tantos dispositivos externos para entretenerse que hemos atrofiado su capacidad de inventiva”.
El aburrimiento como regalo
Kim John Payne es el creador de Simplicity Parenting (Parentalidad Sencilla), un movimiento que aboga por volver a los básicos al educar y evitar la sobreestimulación, la sobreprotección y el exceso de actividades dirigidas. Con la idea de que «menos es más», Payne no duda en afirmar que «el aburrimiento es un regalo, el puente entre no hacer nada y el juego profundamente creativo». Para Payne, los padres deberíamos desear que «nuestros hijos se aburran y así tengan que pensar qué hacer con ese aburrimiento, sin pantallas y sin nuestra ayuda».
Muchos expertos insisten en esta misma idea de Payne: “El precursor de la creatividad es el aburrimiento. Cuando los niños se aburran, hay que evitar las pantallas, en donde ven la creatividad de otras personas». Sin embargo, en una cultura en la que se ensalza el estar continuamente ocupado como un valor, «nos hemos acostumbrado a ver el aburrimiento de nuestros hijos como un fracaso personal».
Claves para gestionar el aburrimiento de nuestros hijos
Ahora que hemos dado por bueno que nuestros deben y tienen que aburrirse, veamos cómo podemos nosotros gestionar su aburrimiento, que no siempre nos resulta fácil.
- No sacar el salvavidas: nadie muere de aburrimiento y no es muy positivo que les rescates de esa sensación. Y por salvavidas nos referimos a tus dotes de animador sociocultural, tu catálogo de soluciones o incluso las pantallas.
- Ver el lado positivo del aburrimiento. Si vivimos el aburrimiento como un problema o como una pesadez, tal vez nuestros hijos verán el aburrimiento como un problema difícil de solucionar. Sin embargo, si les transmitimos que el aburrimiento es una oportunidad para pararse y pensar qué quiero y puedo hacer con mi tiempo, seguramente lo verán de otro modo.
- Transmitir confianza en que podrán encontrar algo interesante que hacer. Muchas veces vivimos el aburrimiento de nuestros hijos como la obligación de sacarlos de ahí y, por lo tanto, los sobreprotegemos. Pero si pensamos que son ellos los que saben, mejor que nadie, qué hacer con ese tiempo y cómo divertirse, si les transmitimos el mensaje de que ellos pueden gestionar su tiempo, seguro que sentiremos menos presión y haremos a nuestros hijos más autónomos.
- Vivirlo como una oportunidad para conectar y ser creativos. La unión hace la fuerza, y también contra el aburrimiento. Seguro que juntos se os ocurren muchos juegos, muchas actividades que realizar juntos o mucho por inventar.
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