Lanzamos nueva serie: “Estás educando”. Porque educar es agotador, estresante… pero MUY divertido

El sentido del humor es una gran herramienta para educar, para conectar con nuestros hijos y para quitar dramatismo a esta misión tan importante que tenemos. Por eso, queremos que compartáis con nosotros vuestras frases o historias de humor a la hora de educar a vuestros hijos y las publicaremos en nuestra sección. ¡Tendréis un regalo seguro!

Lanzamos nueva serie: “Estás educando”. Porque educar es agotador, estresante… pero MUY divertido

Como nos dijo Carles Capdevila en su ponencia viral, “educar cada día es más difícil, pero no imposible, y si lo hacemos con sentido del humor a lo mejor nos sale bien. Pensar que somos mejores padres porque estamos tensos y angustiados no nos va a ayudar. La educación de mis hijos es lo más trascendente que haré para la Humanidad y hay que hacerlo divirtiéndose”. El sentido del humor es una gran herramienta para educar, para conectar con nuestros hijos, para reírnos de nuestras anécdotas o dudas existenciales y para quitar dramatismo a esta misión tan importante que tenemos. Por eso, queremos que compartáis con nosotros vuestras frases o historias de humor a la hora de educar a vuestros hijos y las publicaremos en nuestra sección. ¡Os espera un regalo seguro!: un libro de uno de nuestros geniales expertos. Os contamos una de esas historias para abrir boca, “Como pollos sin cabeza”. Comparte la tuya escribiendo a autores@gestionandohijos.com. 

“Era uno de esos días raros en que llegamos al colegio antes de que sonara la sirena y sin demasiado estrés. Yo estaba muy pero que muy orgullosa, hinchada como un pavo, encantada de mi hazaña: haber llegado a la meta a tiempo y sin tropiezos. Me sorprende, en realidad, que en las puertas de los coles no haya personas dando medallas a las madres y padres que llegan a tiempo con sus hijos,porque llegar al cole a tiempo es un deporte olímpico muchas mañanas.

Me bajé del coche pensando que me merecía una medalla y me dispuse a mirar mi móvil, que había sonado en el camino. Una sola frase me hizo bajarme del podio, arrancarme la medalla y tener unas enormes ganas de sentarme en el suelo, exhausta, a llorar, como esos atletas que tras mucho entrenamiento no logran el resultado esperado: mi vecina me avisaba que nos habíamos dejado la mochila de mi hija Iria, de 10 años, en el garaje. Se lo dije a Iria e, intensa que es ella, se puso inmediatamente a llorar: no podía ir al cole tarde, no podía ir al cole sin mochila, el mundo se acababa porque no había una salida airosa posible.

Pensando en esto de educar con las consecuencias, calculé muy rápido si era mejor dejarla en el cole hecha un mar de lágrimas sin su mochila, ir a coger la mochila sola y llevársela a conserjería o ir juntas a por ella y que llegara tarde. La segunda no me gustó, sentí, al verme en esa situación, cómo me salían de repente unas hélices de madre helicóptero que no quiero tener. Y la primera me parecía un poco fuerte, dejar a la niña con una crisis de nervios no me parecía muy educativo. Así que le dije que iríamos juntas a por la mochila, controlándome mucho para no reprochar, para que Ira (Iria no, Ira, mi Ira, ese señor bajito rojo que se incendiaba si le calentabas mucho en “Del Revés”) no pulsara un terrible botón de mi cabeza. Se metió en el coche llorando, porque llegaba tarde, porque el profe se iba a enfadar, porque “por qué se me tiene que olvidar todo, qué desastre”. Reconozco que cuando sacó el látigo para darse bien fuerte, casi me convierto en una drama mamá, angustiada por la imagen que la niña tenía de ella misma. Y le dije: “Mira, Iria, no, hoy hemos hecho muchas cosas bien y esto solo ha sido un error del que tenemos que aprender”.

Pero mi reflexión de autoayuda no tuvo ningún efecto, seguía llorando su drama. “Es normal que llores, cariño”, le dije, como única respuesta. De repente, no sé por qué, solté una frase que a veces utiliza una amiga: “Esto nos pasa por ir corriendo como pollos sin cabeza”. Iria paró de llorar y me preguntó: “¿Qué dices?”. Le repetí lo que había dicho y, viniéndome arriba, le dije: “Sí, imagínate un pollo sin cabeza corriendo, así estamos muchas veces”. Iria empezó a reírse y a decir que cuando subiera las escaleras hacia la clase seguro que se tropezaría porque un pollo sin cabeza no tiene ojos. Nos reímos como locas y llegamos al cole sin lágrimas y con una sonrisa. Ahora os confesaré algo, espero que este episodio no se repita porque Iria no lo recuerda como un drama a evitar, sino como una anécdota divertida”. 

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Educar es todo

Educar es Todo es un proyecto cuyo objetivo es colaborar con madres y padres en su labor educativa. Uno de los pilares fundamentales de una buena sociedad es apoyar la tarea de las madres y padres que lideran los hogares y la educación de sus hijos. Por eso, queremos acompañarlos en este apasionante viaje educativo, aportando ideas, reflexiones y estrategias que les ayuden a conseguir ese objetivo, que entendemos que es el de todos. Esperamos que también el tuyo.

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