Vamos con prisas, con poco tiempo, con estrés. Pero Ángeles Jové Pons, de AEIOU Coaching para Padres, no quiere que perdamos la oportunidad, en el día a día, de crear y cuidar pequeños momentos de encuentro y disfrute con nuestros hijos, “pequeños momentos de calidad que sostenibles en el tiempo marcan la diferencia porque construyen y crean relación”. ¿Quieres saber cómo cultivar estos momentos que nos propone Ángeles? Pues ¡sigue leyendo!
La excepción a la regla está allí para ratificarla. Tristemente, hay adolescentes con conductas desadaptativas que vienen de un hogar en el que ha reinado la armonía y también existen adolescentes responsables que consiguieron marcar una distancia necesaria de su familia disfuncional. Este misterio se escapa a nuestra comprensión pues el ser humano es inagotable en libertad y en esperanza. Sin embargo, podemos estar de acuerdo en que una buena adolescencia empieza en la infancia y lo que acontece en el día a día de una familia deja huella inexorablemente en el niño/a que crecerá y un día se convertirá en un/a hombre/mujer.
Hoy en día, no es fácil ser niño. Diría, además, que es bastante difícil. El mayor reto ante el que se encuentran muchos niños es la ausencia de unos padres muy ocupados y estresados. Cada vez con menos tiempo y con más prisas. Una combinación diabólica.
Lo que sigue es una reflexión para buscar momentos de calidad con nuestros hijos. Pequeños momentos que se convierten en grandes momentos con el tiempo. Pequeños momentos de calidad que sostenibles en el tiempo marcan la diferencia porque construyen y crean relación. Lo que haces por tu hijo puede acabar siendo mucho aunque hoy creas que es poco. Lo importante es la constancia que es lo que te hace confiable con el tiempo, porque sin confianza no hay relación y los niños necesitan papás en los que confiar.
Tu hijo no olvidará:
Que al despertarse todas las mañanas se encuentre con tu sonrisa. Disfruta con él de un par de minutos de paz antes de empezar con las prisas del día a día. Y que este “momento remolón” se repita también cada noche.
Sé que no es fácil pero también te digo que es cuestión de proponérselo y empezar pronto para crear hábito, pues es una manera de empezar y terminar muy bien el día junto a mamá o papá.
Recuerdo cuando de niña venía mi madre a despertarme cada día. Sigilosamente se tendía a mi lado y me susurraba que tenía que levantarme para ir al colegio. Me gustaba sentir su calor y cómo llenaba de complicidad ese momento especial. Apenas eran cinco minutos pero todavía los recuerdo perfectamente.
Al acabar el día puede ser más fácil encontrar este momento de tranquilidad. Vuestro momento. Un cuento, un cómo ha ido el día, un qué pasará mañana… Son historias que te acercan cada noche un poquito más al corazón de tu hijo.
Que cuando te hable procures dejar lo que estás haciendo y le mires directamente a los ojos.
Los niños necesitan de nuestra mirada para completar el significado de lo que son y de lo que les ocurre. “Los ojos de mamá y papá alimentan mi autoconcepto y me ayudan a comprender el mundo que me rodea”. “Cuando mamá me escucha y me mira sé que soy valioso para ella”. Es cierto que a veces no somos conscientes que les hablamos, les decimos lo que queremos y esperamos de ellos, les pedimos cosas y lo hacemos ¡sin mirarlos! Otras veces tenemos la intención de escucharles pero simplemente no podemos en ese momento. Si es así, díselo a tu hijo y busca luego la ocasión para prestarle tu atención. Buscad una consigna que os lo recuerde. Un muñequito que te dará y que tu guardes en el bolsillo te recordará que tenéis una conversación pendiente.
Que en los momentos de tensión “gratuita” bromees y llenes de liviandad aquella situación.
Los niños también lo pasan mal cuando existe tensión y el aire que se respira se vuelve espeso y si es algo que realmente puede evitarse ¿para qué no lo hacemos? ¡Qué bueno es no dramatizar en exceso! Tirar del buen sentido del humor dándole la vuelta a la tortilla a una situación que se estaba volviendo fea. Los niños interpretan y calibran la realidad viendo tu reacción, escuchando en tus ojos cómo interpretas lo que está ocurriendo. Es responsabilidad de los adultos dar a las cosas la importancia justa y el sentido de la gravedad que merecen.
Que cuando te “tropieces con él” le llenes de caricias, le tomes la mano, la apretes con fuerza, le abraces…
El contacto físico nos trae a la presencia, al aquí y al ahora. Te hace conectar, te hace volver si te has ido, te envuelve en un momento único que puedes sentir, como si lo pudieras tocar con la mano. Ya sea cuando pase a tu lado, cuando le des o te de un objeto, cuando estéis en el ascensor o parados en un semáforo, en el coche. Cualquier lugar, cualquier momento es perfecto para tocarle, hacerle un pellizco o cosquillas. ¡No dejes de probarlo! ¡Qué bueno es abrazar y achuchar!
Que siempre encuentres un minuto para reír con él, ¡reír a carcajadas!
Qué importante es disfrutar de momentos reales y a la vez mágicos… Y estos ¡son muy reales y mágicos! Momentos que quedan guardados en el corazón y grabados en la retina. Esos momentos de conexión y diversión que te acercan. Reír es bueno siempre pero reír con los niños es maravilloso. La risa alimenta el alma. Cuántos más momentos así vivas con tus hijos pequeños más fácil se transformarán otros difíciles que pueden estar por llegar en la adolescencia. Quedan para siempre y dejan la impronta necesaria para recuperar a tus hijos cuando parecen alejarse de ti.
Que cuando lo recojas en el cole o llegue a casa lo acojas y aceptes tal y como llega… Contento, desanimado, triste, cansado, enfadado, alegre…
Sin críticas ni juicios, animándole a que se exprese a su manera y como necesite, dejándole espacio. Diciéndole lo bueno que es que exprese lo que siente. Ayudándole a que transite por su sentimiento y reconduciendo su conducta si así lo precisa.
Que sienta que disfrutas de su presencia.
¡Qué alegría que estés aquí! ¡Cómo me gusta verte! ¡Cuántas ganas tenía de abrazarte hoy! ¡Cuánto te he echado de menos!
Que en medio de las prisas y el reloj encuentres siempre tiempo para susurrarle al oído un cumplido o un reconocimiento.
Siempre hay tiempo para recordarle lo importante que es para ti. Lo bien que está haciendo cualquier cosa, lo bien que jugó el partido del miércoles pasado, lo bien que ha recogido la mesa, que sabes que se está esforzando en esas mates que se le resisten pero que acabará superando, lo bien que hizo aquello que sabes que le disgusta y le cuesta… El reconocimiento le da alas a tu hijo.
Que respondas a su espontaneidad sin impaciencia ni reproches aún cuando estés agotado, tengas un montón de cosas por hacer o las prisas obligadas.
No cortemos la autenticidad de los niños, su creatividad, su asombro, el no dar las cosas por sentadas, el preguntarlo todo, el querer saberlo todo. No cortemos su impredecibilidad. Al contrario, ¡qué maravilla dejarse contagiar por ella! Te hace conectar con tu niño interior y así te será más fácil llegar a tu hijo (mucho más que utilizando la razón y la lógica). Los niños hablan nuestro idioma pero utilizan un lenguaje distinto. El lenguaje de la emoción.
Que “cuando casi no venga a cuento” le digas cuánto le quieres, cómo es de importante para ti y cuánto orgullo hay en tu corazón.
Quien lo ha recibido sabe darlo. Mis hijos ya son mayores. En casa tenemos la costumbre de despedirnos todos siempre con un “TE QUIERO” ya sea en persona o por teléfono. Me parece una buena costumbre que no deja de sorprender a algunos cuando son testigos de ello. A veces, me preguntan, “pero…,¿cuántos años tienen tus hijos? 23 y 26 contesto. ¿Y les dices y te dicen “te quiero” cada vez que os despedís? ¿Y, entre ellos, también lo hacen, tan mayores?”. A mis hijos nunca les ha importado, les gusta. Sinceramente, creo que nunca está de más hacerlo. Aunque lo sepamos y lo sobreentendamos nunca está de más. A todos nos gusta que nos lo recuerden. Lo he hecho, lo hago y lo haré siempre. Para mí es una necesidad y estoy contenta de que también ya sea una necesidad para ellos.
“La primera felicidad de un niño es saber que es amado”
(San Juan Bosco)
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