Nos encanta decir a nuestros hijos lo guapos y listos que son, lo bien que hacen todo. Y pensamos que así reforzamos su autoestima, les ayudamos a crecer con confianza en sí mismos y seguridad. Pero en realidad, no es así. Ya nos comentó Alberto Soler que las etiquetas y el verbo ser son peligrosos , aunque sea para decir algo positivo, y que es mejor hablar del comportamiento (o incluso elogiar) de manera proporcionada y específica. “No es muy proporcionada nuestra reacción cuando “vuestro hijo llega con un dibujo y le decimos que va a ser el futuro Picasso”. Alberto propone mejor: “Oye, cariño, qué bien has dibujado, estoy muy orgullosa de ti, cómo te lo has currado con este dibujo”. Como dijimos en otro post: “Si eres un empleado y tu jefe te dirige halagos, ¿qué te haría sentir mejor: que te digan “qué buen trabajador eres” o que te digan “enhorabuena por el informe, te has esforzado mucho y ha salido redondo”?”.
En el estupendo reto que lanzó el blog Tigriteando (21 días alentando), podemos ver un vídeo que explica muy bien por qué es mejor alentar con frases como “¡Cómo te has esforzado! ¡Has trabajado mucho!” en lugar de alabando la inteligencia: en un experimento con 400 estudiantes, se les sometió a un test y se alabó a la mitad de ellos por su inteligencia (“¡Qué listo eres!”) y a la otra mitad por su esfuerzo (“Has trabajado muy duro y te has esforzado”). Después, se les pidió elegir un segundo test entre dos opciones: uno de ellos era parecido al primero y no les costaría demasiado y el otro era algo más complicado pero sería una gran oportunidad para aprender más. ¿Adivináis qué opción eligió el 67% de los chicos alabados por su inteligencia? La opción más fácil. Sin embargo, el 92% de los que fueron elogiados por su esfuerzo eligió la opción que suponía un reto. La autora del estudio, Carol Dweck, lo explica así: estos chicos alabados por su inteligencia pensarían: “Oh, piensan que soy brillante. Por eso me admiran y valoran. Más vale que no haga nada que ponga en peligro esta evaluación“, es decir: eligen la opción fácil porque les permite obtener un buen resultado y seguir siendo considerado inteligente. “Esto limita el crecimiento de sus talentos”, afirma la autora. Sin embargo, los chicos cuyo esfuerzo se reconoció entendían que lo importante era “el proceso de crecimiento y piensan: “Si no apuesto por las tareas que exigen más esfuerzo no voy a crecer”.
Veámoslo mejor con una historia:
Sandra y Lola son dos amigas que acaban de recibir las notas. Nada más salir del cole, la madre de Sandra abre el sobre de las notas de su hija para consultarlo: la niña ha sacado muy buenas calificaciones y su madre está muy contenta con el resultado:
-¡Pero qué lista es mi niña! Todo notable y sobresaliente, qué notazas. Para celebrarlo, esta tarde nos vamos a ir al cine, ¿qué quieres ver?
La madre de Lola no quiere ver corriendo las notas de su hija. Ha visto a su hija aprender con motivación y esfuerzo y con eso le basta. Hoy Lola tenía que recitar un poema que había inventado delante de su clase y es sobre eso sobre lo que decide centrar su conversación:
-¿Qué tal ha ido el recital de poesía, Lola?
-Bien, les ha gustado mi poesía, ha sido muy divertido.
-Sí, ya vi que te esforzaste mucho y te divertiste mientras inventabas la poesía. Me encantó ver cómo disfrutaste y mirabas en el diccionario palabras para que rimasen. ¡Has aprendido un montón de palabras nuevas!, ¿a que sí? Luego me la recitas otra vez, ¿vale?
En definitiva, la madre de Sandra se centra en el resultado, etiqueta a su hija como lista y podría contribuir a que su hija se haga dependiente de ese tipo de alabanzas. La madre de Lola, sin embargo, no se centra en el resultado, sino en el proceso, alaba el esfuerzo, es mucho más específica y parece claro que Lola estará más motivada para aprender, esforzarse y crecer, porque no buscará la aprobación de su madre para encajar en una etiqueta que su madre no le ha puesto.
¿Qué os parece?