Frases que ilusionan y educan: “Si yo te hablo bien, tú me hablas bien”
Es la otra cara de la moneda de una de las frases prohibidas de las que ya hemos hablado: “Si me hablas así de mal, yo haré lo mismo”. Muchas veces nuestros hijos nos hablan mal, nos faltan el respeto y es necesario poner un límite, pero ¿qué es mejor: poner un límite con reproches y amenazas basadas en que haremos lo que no queremos que hagan o poner un límite basado en el ejemplo de lo que sí queremos que hagan? Nos decía Eva Bach que “a veces decimos “A mí no me chilles” chillando, es típico. Para contrarrestar esto, deberíamos decir: “Si yo te hablo bien, tú me hablas bien”. Lo entienden muy bien. Cuando nosotros apostamos por una comunicación respetuosa pero empezamos por exigirnos y por comprometernos a ese propio respeto nosotros mismos, son muy nobles, generosos y muy inteligentes y entonces responden. Pero evidentemente hay que hablarles bien y si no hablamos bien volvemos a empezar más tarde o nos damos la oportunidad de empezar de otra manera”. Lo vemos con Santi y su respuesta impertinente.
Santi tiene 10 años y lleva una temporada haciéndose el chulito ante sus padres y sus amigos, contestando con faltas de respeto ante cualquier contrariedad. Y este día no va a ser una excepción. El niño está tirado en el sofá del salón viendo un álbum y su madre, Ana, le dice:
-Santi, los juguetes de tu habitación están fuera de su sitio. Guárdalos y salimos con las bicis, anda -le dice su madre, tras ver el maremágnum de juguetes en el suelo del cuarto de su hijo. Esta frase ha sido producto de un ejercicio de autocontrol impresionante, porque le salía llamar a su hijo “desastre, desordenado” o decirle que tiraría todos los juguetes…
-Anda, mamá, no seas pesada. Si tanto te molestan, recógelas tú, ¡no te fastidia!
Ana está a punto de mandar el autocontrol a freír espárragos.
-Pero ¿cómo te atreves a hablarme así? – le dice muy enfadada. Y, viendo que la ira se apoderaba de ella, decide hacer mutis por el foro y calmarse fuera del escenario, porque, como nos dijo María Soto, “cuando las emociones se desbordan, el cerebro racional se apaga. No actuemos en ese momento”.
Al poco rato, después de tomar muchas respiraciones profundas, la madre vuelve al salón y se encuentra a Santi en la misma posición. Decide sentarse en el mismo sofá y le dice:
-Santi, deja un momento el álbum, que te quiero decir una cosa, por favor.
Como el niño no hace demasiado caso, la madre aparta el objeto con cariño y le mira a los ojos sonriendo:
–No me gusta nada que nos hablemos así, así que por mi parte te pido disculpas. ¿A ti te gusta?
Santi, que no tiene muchas ganas de comunicarse, le dice que no con la cabeza.
-¿Y qué se te ocurre que podemos hacer? -le pide opinión Ana.
–Es que cuando me enfado mucho no me puedo controlar. Pero intentaré decirte: “Me estoy enfadando”, en vez de hablar mal– le dice Santi.
-Es buena idea. Hagamos un pacto: Yo te hablo bien y tú me hablas bien, ¿vale?– le dice la madre – Y si nos enfadamos, simplemente diremos: “Me estoy enfadando mucho”.
-Vale, mamá, a ver si lo conseguimos.
-Cuando estén recogidos los juguetes, nos iremos con las bicis, a no ser que se haga tarde. Tú decides qué quieres hacer.